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Pedro de Tena

Estamos a los pies de los caballos

Esto no puede ser ciencia. Es religión. Bueno, no, que religión es una palabra seria. Es secta, camarilla, manada, banda.

Esto no puede ser ciencia. Es religión. Bueno, no, que religión es una palabra seria. Es secta, camarilla, manada, banda.
Una imagen de la manifestación que Youth for Climate convocó en Madrid a finales del pasado mes de marzo. | Cordon Press

Cuando utilizo el plural me refiero a todos los habitantes del planeta y cuando aludo a los caballos trato de motejar a los grupos de poder, presión y opinión que tienen en su mano la posibilidad de que creamos o no en ciertas cosas que les convienen, o no, que creamos. Cuando trato de la creencia, admito la tesis de Ortega de que la creencia se diferencia de la idea en que en ella se está instalado sin darnos cuenta y sostenidos por una costumbre indudable o que ha resultado segura hasta el momento. Las ideas, científicas o no, no derrumban las creencias hasta que la experiencia siembra la duda sobre ellas. Pero las ideas científicas para ser aceptadas exigen demostración, prueba, experimento decisivo. Las demás ideas no. Se imponen o no merced a la calidad de su propaganda y la insistencia de sus focos de emisión.

Las creencias son el capital orientador de la mayoría de los seres humanos del planeta que carece de medios, de tiempo, de interés o de necesidad de alterar sus convicciones mediante nuevas ideas. Sólo una minoría está atenta a los detalles de la ciencia mientras que otra minoría está empeñada en la menos noble tarea de sacar el dinero de nuestros bolsillos para meterlos en los suyos mediante la propaganda eficaz. Lo que hace práctica a la propaganda es que consigue que opiniones sin demasiado fundamento científico se erijan en creencias que impidan percibir el robo, lo aceptemos bajo amenazas o donemos voluntariamente nuestros medios de vida a los piratas ideológicos a los que la ciencia les importa un pito.

Sí, me siento indefenso. Hace unas semanas escuchaba en no sé qué radio – lamento no acordarme porque podría recomendarlo a los lectores -, un debate entre un ingeniero experto en automóviles y tráfico que aludía a un estudio oficial sobre 70.000 vehículos que se estaba efectuando en España y en el que participaba. Su oponente decía ser ingeniero de Greenpeace. La cosa consistía en determinar los factores contaminantes que hacían preferir los coches eléctricos a los vehículos, hoy mayoritarios, de motores de gasolina o diésel.

Desde el principio se advirtió que una cosa es el bla,bla,bla ideológico y publicitario y otra la reflexión sobre los datos reales del problema. Pero la cosa me encendió de indignación cuando escuché decir que, en realidad, la contaminación de los motores de explosión tradicionales, ya muy mejorados por la investigación, apenas contaminan y que lo realmente afecta de manera muy considerable al llamado medio ambiente son los neumáticos y los frenos. El ingeniero de Greenpeace no tuvo más remedio que admitir tal evidencia fáctica contundente pero no pudo responder a la cuestión vertebral. Si el hecho es evidente, ¿por qué desgarrar empresas y familias con inversiones sobre baterías eléctricas, puntos de enganches, cierre de plantas y demás costes gigantescos cuando los nuevos coches eléctricos seguirán contaminando casi del mismo modo gracias a sus ruedas y sus frenos?

Finalmente, cantó la gallina. Es que los ecologistas "profesionales" tampoco quieren el coche eléctrico. Lo que quieren es que no circulen coches de ningún tipo y mientras sus sueños de impedir la libertad de los ciudadanos para transportarse como quieran se hacen pesadillas para los demás, admiten que jugueteen algunos intereses mundiales con los coches eléctricos, que, es seguro, están enriqueciendo a álguienes. Nosotros, los pobrecitos del diésel y la gasolina, dentro de no mucho, tendremos que tirar el fruto de nuestros ahorros porque las máquinas que analizan los gases de escape en las ITV cada vez son más exigentes e inquisitoriales.

Siguiendo estoy la serie de Federico Jiménez Losantos sobre el alarmismo climático y medioambiental en general. Y desde ahora, si es que la continúa con el propósito de componer un libro como espero, lo haré con mayor atención y cuidado. Y lo haré porque me siento amenazado por las creencias sin razón suficiente que se me imponen desde ciertos púlpitos como una pedrisca continua y a las que no puedo oponerme sin que alguien me atice con el sambenito de "negacionista".

Pertenezco a una generación de europeos para los que las ideas, los razonamientos y los hechos deben entrelazarse de modo que podamos estar seguros de qué es ciencia y qué es patraña. Pero la mayoría de los seres humanos de este planeta estamos a los pies de estos caballos, y sus jinetes del apocalipsis climático y ambiental, que no aportan demostraciones sino disquisiciones que luego rolan a inquisiciones despiadadas. Y, por si fuera poco, nos están vaciando los bolsillos a la fuerza fiscal. Esto no puede ser ciencia. Es religión. Bueno, no, que religión es una palabra seria. Es secta, camarilla, manada, banda. Y, ¿dónde están los científicos de ley que prefieran la verdad a la mamandurria? ¿Por qué no dicen nada? Tengo para mi que esta es la raíz de la verdadera crisis de Occidente. De la ciencia y la conciencia estamos pasando a la genuflexión servil ante la incompetencia y la prepotencia. De ahí al fin de la libertad, sólo hay un paso.

En España

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