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Pablo Molina

Ecomártires sin medicar

Lo que urge aquí no es alarmarse por las consecuencias futuras de una variación infinitesimal de la composición atmosférica.

Lo que urge aquí no es alarmarse por las consecuencias futuras de una variación infinitesimal de la composición atmosférica.
Un joven lleva globo terrestre en llamas durante la manifestación por la emergencia climática. | EFE

La proximidad de la cumbre del clima, prevista para el próximo día 6 en Egipto, ha provocado la activación de numerosas brigadas de acción climática cuyo objetivo es llamar la atención de la ciudadanía mundial sobre el apocalipsis que se nos avecina por culpa de la concentración de CO2 en la atmósfera.

En España, el comando más eficaz en la realización de estas performancias ecologistas es el formado por siete jóvenes con brillantes trayectorias académicas en las ramas más exigentes de la Universidad como las telecomunicaciones o los doctorados en física y matemáticas, que han dejado sus prometedoras carreras profesionales para irse a Alemania a vandalizar exposiciones y boicotear concesionarios automovilísticos, entre otras actividades de carácter similar.

Su acción de protesta en una de estas empresas de automoción no tuvo el final que esperaban, porque los trabajadores del centro elegido para berrear por el aumento del CO2 no acreditaron la sensibilidad que nuestros héroes esperaban. Los siete pegaron sus manos al suelo rodeando unos vehículos de alta gama y, en lugar de darles líquidos y atender sus necesidades más perentorias, los currantes, llegada la hora de fichar, apagaron las luces, desconectaron el aire acondicionado y se fueron al bar a comentar con unas cervezas el caso de ese puñado de locos que se habían encerrado en la zona de exposición de vehículos pegando sus manos al suelo con pegamento superfuerte. Ni una palangana les dejaron para que pudieran hacer sus necesidades; de facilitarles agua, comida y wifi 5g para actualizar sus perfiles en Instagram ya ni hablamos. Al día siguiente abandonaron el encierro, claro, algunos de ellos con fuerte inflamación en las manos, fruto del contacto con el producto adhesivo y las largas horas de inactividad.

Los motivos de estos jóvenes talluditos (algunos frisando la cuarentena), para dejarlo todo y salir al mundo a prevenirnos de la llegada del apocalipsis como los mormones o los Testigos de Jehová han de ser poderosos, porque uno no se juega el ir a la cárcel o al hospital por una tontería. En el caso de estos siete activistas se trata del CO2 de la industria automovilística en Alemania, responsable según ellos del 12% del total de emisiones de gases invernadero. Pero ¿realmente es tan grave esa situación o todo obedece a un brote de alarmismo descerebrado? Para determinarlo hemos de acudir a las cifras que proporcionan los gobiernos y las organizaciones dedicadas a luchar contra el cambio climático y hacer unos números.

En estos momentos, la concentración de CO2 en la atmósfera del planeta es de 421 partes por millón o, lo que es lo mismo, el 0,042% del volumen de gases global. El 99’96% restante no parece interesar a nadie. Pero a lo que vamos: si la industria automovilística alemana es responsable del 12% de esa fracción, esto significa que los coches producen cinco milésimas porcentuales del C02 atmosférico, que es a su vez, como hemos dicho, una fracción ínfima del volumen de la atmósfera actual. ¿Qué influencia pueden tener esas cinco milésimas del 0’042% de la atmósfera en la temperatura media terrestre dentro de 100 años? Nadie lo sabe. Es decir, los gobiernos y las organizaciones climáticas afirman que ellos sí, porque han creado unos programas informáticos que, por lo que sea, coinciden a la millonésima con sus previsiones, pero el resto de la humanidad, que incluye a no pocos científicos del clima, no tiene ni idea de lo que puede pasar o no por esa variación ridícula en uno de los miles de parámetros que determinan el clima terrestre.

Por lo tanto, lo que urge aquí no es alarmarse por las consecuencias futuras de una variación infinitesimal de la composición atmosférica, sino preguntarnos como sociedad cómo es posible que haya siete jóvenes brillantes haciendo el cretino por el mundo, en lugar de estar siguiendo el tratamiento psicológico que reclama una posible neurosis obsesiva de tanta gravedad.

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