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Marcel Gascón Barberá

Hipocresía de Irene y error de Vox

La parlamentaria de Vox ha logrado movilizar a quienes casi habían dejado de apoyar a Irene Montero.

La parlamentaria de Vox ha logrado movilizar a quienes casi habían dejado de apoyar a Irene Montero.
La ministra de Igualdad, Irene Montero. | Europa Press

Ni Irene Montero, ni Podemos, ni el PSOE tienen legitimidad moral para hacerse las víctimas de la violencia verbal en política. Fue precisamente Podemos el partido que trajo a la política española los escraches, de los que todavía no ha abjurado, como forma de protesta legítima.

Su discurso político, que coincide en el fondo con el del PSOE aunque tome contornos más agresivos, se fundamenta desde el nacimiento del partido en la descalificación constante a jueces, periodistas y rivales políticos. Cualquiera que se atreva a llevarle la contraria a Podemos, y al PSOE, es automáticamente acusado de ser un facha, un fascista, un machista, un homófobo o un negacionista climático.

El llamado partido morado tampoco duda en recurrir a ataques personales, como los que el mismo Pablo Iglesias dirigió contra Cayetana Álvarez de Toledo por ser marquesa o contra Ana Botella por estar casada con el presidente Aznar, a la hora de batirse en la arena política.

Podemos, además, arenga o, en el mejor de los casos, ignora sistemáticamente la violencia real, la violencia física, cuando ésta se aplica contra partidos políticos que no son de izquierdas o contra colectivos que no se alinean con la agenda ideológica o de intereses del partido. Y la violencia en España casi siempre la ejerce la izquierda y la recibe la derecha.

Es difícil, pues, concederle algún crédito a la indignación de la ministra de Igualdad, de su partido y de sus socios de Gobierno ante el exabrupto que Carla Toscano, de Vox, le soltó el miércoles desde la tribuna del Congreso a cuenta de su presunta relación nepotista con el padre de sus hijos y líder en la sombra del partido.

Esto no quiere decir, sin embargo, que Toscano acertara al hacer el comentario. En primer lugar, porque fue bastante desagradable y no aportó nada nuevo al debate público en España. Tampoco era particularmente ingenioso ni divertido, pero sobre todo llegaba en el peor momento posible. O, mejor dicho, en el momento en el que más lo necesitaba la lideresa de Podemos.

Irene Montero está estos días en la lona tras el monumental fiasco de su "ley del sí es sí". Propinándole una patada perfectamente legal pero antideportiva mientras estaba en el suelo, la parlamentaria de Vox ha logrado movilizar a quienes casi habían dejado de apoyarla, y podría despertar cierta simpatía hacia una mujer herida que debería ser juzgada exclusivamente por su gestión entre mucha gente de izquierdas y de centro que está empezando a verle las orejas al lobo podémico.

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