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EDITORIAL

La megalomanía de un aspirante a tirano

Pedro Sánchez es un personaje menor al que las carambolas de la historia situaron un día en el lugar oportuno y el momento indicados.

La manera en que Pedro Sánchez acostumbra a hablar de sí mismo, utilizando a menudo la tercera persona, es la propia de un personaje menor al que las carambolas de la historia situaron un día en el lugar oportuno y el momento indicados. Es el conocido mal de altura de la presidencia del Gobierno, que trastorna a los ocupantes de La Moncloa cuando coronan la mitad de la segunda legislatura, aunque en el caso de Sánchez comenzó a ponerse de manifiesto con síntomas alarmantes prácticamente desde su llegada al poder.

Ningún presidente en ejercicio especula en público sobre el hueco que le reserva la Historia, porque afirmaciones de ese tenor solo pueden mover a la hilaridad o a la preocupación sincera por el equilibrio psicológico del lenguaraz. Sánchez sí lo hace y, además, presumiendo precisamente de las páginas más oscuras de su mandato, aquellas por las que la inmensa mayoría de los ciudadanos jamás le guardará el más mínimo respeto.

En el acto celebrado ayer en Madrid para homenajear a la escritora Almudena Grandes, distinguida por su fijación con la recuperación de rencores pasados a lo largo y ancho de su modesta obra literaria, Sánchez se vanaglorió de haber exhumado el cadáver de Franco y haberlo sacado del Valle de los Caídos, una hazaña por la que ya se considera acreedor de la gratitud de las próximas generaciones.

Acorde con el carácter del acto y el perfil de la homenajeada, Sánchez no ahorró ditirambos sobre "el legado de luz de la República". Una herencia tan luminosa que su partido, el PSOE, dio dos golpes de Estado para acabar con ella e imponer un régimen totalitario de inspiración comunista, lo que acabó desembocando en la Guerra Civil. Ese es el legado de luz que Sánchez quiere recuperar, para lo cual está reeditando incluso las mismas alianzas políticas de los años 30 del siglo pasado, con ERC otra vez como socio de referencia para acabar con la Constitución del 78 como hicieron con la republicana.

Sánchez está convencido de que pasará a la historia y su trayectoria política al frente del Gobierno de coalición con los comunistas es el más fiel reflejo de lo que puede dar de sí un tipo sin escrúpulos liderando a un grupo de radicales que, por haber ganado por la mínima unas elecciones, se creen con derecho a imponer su voluntad a una sociedad entera. Por eso le estorban todos los contrapesos que la democracia impone a los gobernantes y por eso, también, se esfuerza en derribarlos, como saben bien los medios de comunicación libres y los órganos de la Judicatura. Lo que nos faltaba a los españoles es que toda esa obra de demolición colectiva orquestada por un personaje insignificante la esté llevando a cabo convencido de estar llamado a ocupar el hueco que la Historia reserva a los políticos providenciales.

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