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Marcel Gascón Barberá

El año de Ucrania

De la guerra sólo puede salir una Ucrania más fuerte, que ya es una reivindicación irrefutable de la rectitud moral frente al apaciguamiento del mal.

De la guerra sólo puede salir una Ucrania más fuerte, que ya es una reivindicación irrefutable de la rectitud moral frente al apaciguamiento del mal.
Militares ucranianos camino del frente | Cordon Press

Hace ya más de 300 días, el 24 de febrero del año que ahora se acaba, tanques y aviones rusos atacaron desde varias direcciones Ucrania en la invasión militar más ambiciosa que ha visto Europa desde el final de la segunda gran guerra. Casi todos los pronósticos eran sombríos para el país agredido. La victoria de Rusia, previeron las mismas agencias de inteligencia occidentales que tanto acertaron al anticipar los movimientos de Putin, era cuestión de días y Kiev caería en menos de cien horas.

La realidad resultó ser muy distinta, lo que no quiere decir que no hubiera motivos para esperar la debacle. Rusia tenía un ejército mucho más grande, que muy probablemente habría hecho valer su superioridad de haber estado al mando en Kiev un líder con menos coraje y reflejos que Zelenski. Uno de los momentos clave de aquellos días fue grabado en vídeo en las calles oscuras y vacías de la capital ucraniana asediada.

En las imágenes, tomadas con un móvil que el mismo presidente sostiene con su mano, Zelenski habla en primer plano a la cámara rodeado del primer ministro Shmyhal y de sus colaboradores más cercanos para decirle al mundo que las principales autoridades del Estado seguían al pie del cañón en Kiev, "defendiendo nuestra independencia".

El dramatismo del momento no tiene nada de impostado, atendiendo a lo que supimos más tarde de los propios implicados. Ocurría horas después de que un emisario de Putin llamara al jefe de gabinete de Zelenski, Andriy Yermak, ofreciéndole capitular. Yermak lo rechazó airadamente y colgó el teléfono. Estados Unidos tampoco veía claras las opciones de supervivencia de Kiev y ofreció evacuar a Zelenski, que respondió pidiendo más munición.

Con determinación, ingenio, audacia y el armamento de Occidente que primero enviaron Gran Bretaña y Polonia, Ucrania logró evitar la caída de Kiev sin haber de transferir a otra ciudad el Gobierno. Forzó la retirada de las fuerzas invasoras y, con armas de cada vez más países obligados a ayudar ante la demostración de coraje de Ucrania, estabilizó los frentes hasta poder preparar sus primeras contraofensivas.

Con saldos anticuados de los ejércitos de la OTAN, armamento moderno occidental y vieja técnica soviética modificada como la que utiliza para golpear cada vez más adentro al enemigo, Kiev ha recuperado parte del territorio que perdió en los primeros días de la invasión, y ya nadie duda de su capacidad de hacer frente a Rusia si recibe de sus socios todas las armas que necesita.

Ucrania ha pagado por esta gesta un coste altísimo en sufrimiento y vidas humanas. Es un precio asumido con pundonor y conciencia casi inverosímiles para una sociedad considerablemente occidentalizada como lo es la ucraniana. Mientras Europa occidental vacila ante el riesgo de estallido nuclear, los ucranianos mueren a diario a decenas en el infierno de Bajmut, sin contemplar la posibilidad de rendirse al agresor.

Al mismo tiempo que los países más prósperos de Europa se echan las manos a la cabeza por el precio del gas, millones de ucranianos aprietan los dientes y permanecen en sus ciudades sin luz y calefacción, dando las gracias al ejército y los trabajadores que reparan la red eléctrica destruida por Putin sin ceder por un instante a la tentación de claudicar ante el chantaje.

De esta guerra sólo puede salir una Ucrania más fuerte, que ya es una reivindicación irrefutable de la rectitud moral y la justicia frente al apaciguamiento del mal. Con su ejemplo ha forzado a Europa a afrontar verdades incómodas que había esquivado durante décadas. Su éxito resultará en un continente más vivo, pujante y con el centro de gravedad en los países del Este que hoy nos recuerdan que no es inevitable la victoria del mal si se hace política con sustancia y principios.

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