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Pablo Planas

Barcelona y Tijuana: sexo, drogas y gastrobares

Barcelona está ya en la espiral de la destrucción. Se cae a pedazos, es sucia y peligrosa.

Barcelona está ya en la espiral de la destrucción. Se cae a pedazos, es sucia y peligrosa.
La alcaldesa de Barcelona Ada Colau | Cordon Press

Cada vez hay más residentes en Barcelona que cuando les preguntan por dónde les gusta salir el fin de semana responden que "por Madrid". El negocio de los trenes entre Barcelona y Madrid es sensacional. Los trenes van llenos a la ida y no tanto a la vuelta. "España nos roba", decían los independentistas y muchos otros que ahora no se acuerdan. No hay un registro oficial, pero cualquiera afirmaría tras viajar entre Barcelona y Madrid y Madrid y Barcelona, por ese orden, que hay un desajuste contable, una especie de triángulo de las Bermudas entre Guadalajara y Madrid por el que cada día se pierden decenas, tal vez cientos de habitantes de la capital catalana.

Sin embargo, Barcelona tiene un gran éxito como ciudad turística entre los operadores y las mafias que acarrean fumetas, empotradores y okupas de todo el orbe. Es la nueva Ámsterdam, pero con toques multiculturales que van desde Tijuana al Rif pasando por la Medellín de Pablo Escobar y el Bangkok del turismo sexual. Y con el mismo aroma parisino de contenedores rebosantes de basura. Una maravilla. La pena es que los residentes habituales preferirían menos sobresaltos, menos narcopisos, menos okupas. Y más higiene, puestos a soñar.

En dos meses se celebran elecciones municipales y los únicos candidatos con opciones de ser alcaldes son Ada Colau, Xavier Trias y Jaume Collboni. La primera encarna la Barcelona en la que el Vaquilla, en paz descanse, sería un ciudadano modélico. Trias, que ya fue alcalde, le cedió el testigo a Colau tras haber entregado la ciudad a los okupas, los antisistema y los separatistas. Fiel representante de la Barcelona de Jordi Pujol o el recientemente traspasado Fèlix Millet, es el Artur Mas de la política municipal, un gafe y un desastre andante con aspecto de hombre educado, socio del Club de Polo, del Círculo Ecuestre y del Círculo del Liceo. De Collboni no se sabe nada porque se ha pasado la vida detrás de Colau.

El que fuera candidato más votado en las pasadas municipales, Ernest Maragall, se ha descolgado de las encuestas. Va por ERC y representa el maragallismo, que a los electores de menos de sesenta años les suena aún menos que el porciolismo. Los demás alcaldables no existen, salvo que digan que nunca apoyarían a alguno de los tres primeros, Trias, Colau o al del PSC, si dependiera de su voto para acceder a la alcaldía. Es una lástima, pero es lo que hay. En ese rango hay cuatro candidatos. Está Sirera, del PP, el primero en las encuestas y el único que sale según los sondeos, pero en el alambre del 5%. Una décima menos y está finiquitado. Se alude a un "efecto Feijóo" para contextualizar que el PP se pueda mantener en el Ayuntamiento. Después va Gonzalo de Oro-Pulido, de Vox. Podría entrar. Dependerá de la campaña, del "efecto Vox" y de los efectos de la moción de censura. Eva Parera, la candidata de Valents, nuevo partido constitucionalista, es incansable e inasequible al desaliento, azote de Colau en el pleno, pero heredera de Manuel Valls, cuyo recuerdo es un lastre en vez de un efecto. Anna Grau, de Ciudadanos, pues eso.

Ya pueden cantar misa estos cuatro o desfilar desnudos por la plaza de San Jaime. Barcelona está perdida y el show debe continuar. El incendio de Roma no lo apagan esos bomberos. Existe la posibilidad de que Colau no gane las elecciones. El anterior alcalde, el convergente Trias, acumula intención de voto desde sectores contrapuestos solo porque parece un hombre de orden, educado, aseado y circunspecto. En cuanto a Collboni, su ventaja es que es el típico socialista de Cataluña que lo mismo traiciona a Borrell, que apoya a Bono y vota a Sánchez. O al revés. No lo conocen ni en su casa.

Todos estos nombres son lo de menos. Barcelona está ya en la espiral de la destrucción. Se cae a pedazos, es sucia y peligrosa. El otro día murió un turista canadiense de 25 años tras un robo. La policía autonómica ignora si el crío estaba huyendo cuando cayó desde un puente o le tiraron. El último fin de semana hubo una pelea a machetazos en el Raval, un apuñalamiento en Pueblo Seco y una reyerta multitudinaria a navajazos en el Clot. Que haya trascendido. Aumentan los delitos sexuales y el tráfico de drogas. La diferencia con otras ciudades es que en Barcelona da igual. Es más, cualquiera de los barceloneses que toma un tren en dirección a Madrid replicará ante tal balance algo así como: "¿Sólo eso? Poco parece".

A los turistas les encanta un cierto punto de riesgo, la aventura de viajar. Las farmacias locales se hinchan a vender pastillas para la digestión o la resaca. Tras bares y restaurantes, clubes de cannabis y prostíbulos, son un gran negocio. Lo cierto es que Barcelona está muy bien para pasar cuatro días. Uno más y crecen exponencialmente las posibilidades de ser víctima de un robo, una violación, una estafa, una sobredosis o una perforación de estómago. A esto último, los indígenas se han acostumbrado y han adaptado el sistema digestivo. Son las especialidades de la casa, la inseguridad en todas sus versiones, de la vital a la económica, de la jurídica a la gastrointestinal. Todo sea por entrar en el top ten de las ciudades más peligrosas del mundo.

El espectáculo es prácticamente inenarrable. Y la "solución" es votar a Trias para que en vez de poner la ciudad en manos de Colau la ponga al servicio de Puigdemont. O votar al candidato del PSC. En ese contexto, una gran parte del electorado conservador y del constitucionalista se parte entre optar por Trias en la vana creencia de que pondrá orden o entre Colau para que culmine el proyecto de destruir Barcelona y la ciudad se tenga que reconstruir desde la nada. Hablamos de Colau, quien con sus políticas a favor de la accesibilidad a la vivienda ha conseguido que cada vez haya más barceloneses que vendan sus pisos a plataformas turísticas que obtienen más de dos mil pavos a la semana por alquilar auténticas infraviviendas a visitantes deseosos de pasar tres días en un estercolero lleno de sexo, drogas y gastrobares. Las razones laborales, ni siquiera las familiares, son las que aducen quienes viven en Barcelona para vivir en Barcelona. Eso sí, la contemplación del deterioro merece. Es como ver una catástrofe natural en cámara lenta.

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