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Antonio Robles

Mentalidad totalitaria

El resultado de ese maniqueísmo es una división cainita del electorado que, en un porcentaje elevado, le lleva a votar intoxicado.

El resultado de ese maniqueísmo es una división cainita del electorado que, en un porcentaje elevado, le lleva a votar intoxicado.
Pedro Sánchez. | Europa Press

El posmodernismo ha logrado devaluar casi todo. Hasta las convicciones más profundas de la cultura occidental aparecen desdibujadas ante la demolición de valores y tabúes hasta ayer incuestionables.

Todo es líquido, casi gaseoso. Ni siquiera conceptos insoportables por la carga maldita que han ido acumulando tras siglos de arbitrariedad y despotismos, se atreven a mostrarse con arrogancia. Muy al contrario, se camuflan tras valores políticos amables. Y si bien pierden en brusquedad, ganan en eficacia. Es el caso del totalitarismo. Aparentemente nos hemos librado de todas sus formas en la sociedades democráticas. O quizás no.

Según la RAE, el totalitarismo hace referencia a la doctrina donde el Estado concentra todos los poderes en un partido único y controla coactivamente las relaciones sociales bajo una sola ideología oficial. Afortunadamente, la naturaleza de los Estado de derecho de corte liberal hace imposible esa posibilidad. O no. Reparemos en el caso de España introduciendo la sospecha de que en el seno de las democracias anida también la mentalidad totalitaria.

Si entendemos el totalitarismo como la imposición de una ideología por la fuerza impidiendo la participación política, es evidente que en España ningún partido ni ideología son totalitarios. Pero si la aspiración de una ideología o liderazgo es eliminar del juego democrático al resto, su actitud es idéntica al totalitarismo. En España está pasando a plena luz del día sin que nos alarmemos. Incluso, con la colaboración de amplias capas de la población. No con formas bruscas, sino confitadas con escaramuzas y valores democráticos.

Aquellos políticos que exigen diálogo en una sola dirección, que cuestionan el respeto a la democracia de los demás, que se apropian de valores como la libertad o satanizan las ideologías de los rivales, en realidad pretenden descalificar, sacar del terreno de juego democrático al adversario. Aunque todo ello se haga mediante formas civilizadas de propaganda sin recurrir a la fuerza física, la intención es idéntica al caudillo totalitario. Los nacionalistas son expertos consumados.

Cuando se reduce el campo de juego a fachas y demócratas, a carcas y progresistas, a comunistas y liberales, lo que se está haciendo es descalificar al adversario, satanizarlo, en una palabra, anularlo. Pura mentalidad totalitaria, un engaño a los electores y un fraude a la democracia. El resultado de ese maniqueísmo es una división cainita del electorado que, en un porcentaje elevado, le lleva a votar intoxicado por la mentalidad totalitaria de sus líderes. En lugar de facilitar el voto informado, se abona el terreno para la confusión y la mentira. El resultado es una ciudadanía emponzoñada, incapaz de castigar a sus líderes a pesar de ser engañados.

Cuando la soberbia ideológica de Irene Montero sataniza con mil descalificaciones al hombre u a otras mujeres, reduce la libertad ideológica a "su ideología". Odia a los hombres como si los hombres fueran uno, amparada por un lenguaje inclusivo para adolescentes y una terminología pseudopsicológica incalificable. Tampoco respeta a las mujeres, las acorrala, las quiere rebaño, iguales a sí misma, todas idénticas a su imagen y semejanza. Es la misma mentalidad totalitaria de personajes como Pablo Echenique. Sus tuits son un repertorio de odio al diferente, como si no fuera posible la existencia de otra forma de ver el mundo que la suya. Imposible hacérselo ver, está en la verdad. Un sarampión que la vida y los años suelen mitigar. El mismo que un sector de Vox tiene de cualquier comunista y musulmán.

Pero esta mentalidad totalitaria de corte sectario, se torna instrumental y cínica en Pedro Sánchez y su compi de correrías en la presidencia de Gobierno, Félix Bolaños. Aquel sectarismo patológico de Podemos, en estos se vuelve estrategia y táctica, una cadena de conspiraciones para alterar el precio de la democracia. Son políticos tóxicos, personajes peligrosos que dejarán graves secuelas en la democracia española y en los valores en que ésta se sustenta. Sector político que tocan, tierra quemada asegurada. Un solo ejemplo: la ley de Vivienda recién enmendada. O te apiadas de los sin techo, o eres un maldito capitalista sin corazón.

No sólo es su articulado, o no sólo, sino la huella emocional contra el respeto a la propiedad que deja en el inconsciente colectivo. Desactiva el tabú de la propiedad y envalentona a okupas e inquilinos morosos, que ven una oportunidad de acogerse a sagrado, en nombre de la intemperie para incumplir la ley. Llegados a este punto, las sociedades se desmoronan. Si lo consentimos.

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