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Pedro de Tena

Las absolvederas de Zapatero

La izquierda absuelve cualquier crimen que proceda de sus filas pero insiste en que los pecados de sus adversarios y heterodoxos son imperdonables.

La izquierda absuelve cualquier crimen que proceda de sus filas pero insiste en que los pecados de sus adversarios y heterodoxos son imperdonables.
El expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero. | EFE

Tengo para mi que una de las aspiraciones íntimas de la izquierda española es hacerse iglesia, serlo y parecerlo, secreta vocación de todos los dogmáticos. Empezaron por convertir lo que no era otra cosa que ideología, que no ciencia, en fe ciega administrada desde la infalibilidad "objetiva" de los secretarios generales pontificios y una organización jerárquica. Plagiaron la mala costumbre de dividir el mundo entre fieles e infieles. Aprendieron rápidamente a perseguir e incluso a exterminar a los condenados por "malos" y herejes. Y así sucesivamente hasta que ha llegado el momento sacramental de ostentar la potestad de la absolución de los pecados. No, no los de todos, sino sólo de los propios, de los suyos. ¿Qué por qué? Porque, en realidad, no lo son. Sepan que la izquierda no comete pecados, ni mortales ni veniales. No pueden. Sólo siguen los dictados de la sagrada providencia de la necesidad histórica. Pero hay que fingir, salvando las apariencias y eso de gestionar las indulgencias sugiere un poder aterrador superior a la Justicia.

Por ello, no es menester, como en la confesión católica, hacer examen de conciencia, ni sentir dolor de corazón por el daño infligido, ni tener propósito de enmienda ni cumplir las penitencias, ni siquiera las sentencias. Otra cosa, sin embargo, es la pecaminosidad de los impíos del centro y la derecha españoles de toda la vida, muy especialmente desde la Guerra Civil. Sus faltas son imperdonables y eternas per saecula saeculorum amén. En el evangelio de esta misa roja se expone que la II República fue un edén político destruido por una partida de demonios fascistas el 18 de julio de 1936, que mantuvieron una dictadura espantosa desde 1939 y cuyos herederos siguen malmetiendo desde 1978 y su Constitución. Por ello, la ley de nombre absurdo —la historia no es memoria sino relato de hechos comprobados—, apartó el cáliz republicano del tormento investigador y el terror rojo del punto de mira del juicio moral de las nuevas generaciones.

De este modo, el terror rojo (¿o cómo lo llamamos?), que se extendió a los pocos días de la proclamación del 14 de abril, que siguió en la retaguardia republicana durante la Guerra y, por resumir, que fue continuado por ETA hasta hace bien poco, queda fuera del alcance de la "memoria", ahora democrática, logra la absolución y el infierno de la culpa es reservado exclusivamente para el franquismo y sus descendientes (PP, Vox, Ciudadanos y lo que convenga). Sí, todos mataron, pero unos de manera ilegal y golpista y otros defendiendo la legalidad "democrática" como si desde 1931 a 1939 hubiera habido democracia y convivencia en algún rincón de España. O sea, unos mataron justamente, quinto mandamiento bis, y otros no.

Cuando ayer, el representante de Nicolás Maduro y demás aliados del neocomunismo bolivariano-ruso-chino-proislámico, en Europa, José Luis Rodríguez Zapatero, emitió una nueva bula absolutoria del terrorismo etarra ("les dijimos a quienes apoyaban el terror en su día que si dejaban el terror tendrían juego en las instituciones, y eso hay que manternerlo"), comprendimos, con Isabel Díaz Ayuso, la única, y con Jaime Mayor Oreja, que subrayó de qué calaña son las absolvederas de este predicador .

Su izquierda, sectaria hasta el tuétano, absuelve con diligencia cualquier crimen que proceda de sus filas conventuales pero insiste en que los pecados de sus adversarios y heterodoxos son imperdonables. Lo canónico es condenar de oficio todo golpismo, todo terror y todo terrorismo pero indultar de tapadillo, dispensar y ser indulgente con el golpismo de la izquierda catalanista, el terrorismo de ETA, que aún no ha sido totalmente investigado, o el terror rojo que aterró a la otra media España desde 1931 a 1939. ¿Que qué pasa con sus víctimas inocentes? "No hay que dejarse impresionar por los terrores de los pudientes", se anestesiaba a sí mismo Manuel Azaña en sus diarios completos. Eso será: pudientes, gentes del PP, de la Guardia Civil, del Ejército, de la Policía, de la Justicia, de la clientela clase media de Hipercor e incluso gerifaltes del PSOE, no se olviden.

Desde su púlpito, el lego con aspiraciones Zapatero, el absolvente, decidió que era mejor para España y para el mundo mundial tener vastas absolvederas, perdonar los crímenes de la secta –que pueden comprenderse y justificarse como el golpe armado y cruento de 1934 contra la República del que no puede hablarse—, y humillar a todas las victimas haciendo pasar de largo a la Justicia. Para eso cuenta ahora, como contó con el PP de Rajoy entonces, con la Fiscalía dependiente del nuevo jerarca, Pedro Sánchez, y el inquisidor de la Suprema del Laico Oficio, Cándido Conde-Pumpido.

A lo mejor hay alguien que sigue teniendo dudas sobre a quién votar, dentro de dos semanas y a final de año. Pues vaya. ¿Cómo se puede olvidar lo inolvidable?

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