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Emilio Campmany

Sánchez, del lago de azur al jardín de las delicias

Si Sánchez pierde las elecciones del 23 de julio, tampoco esa noche escribirá los versos más tristes porque no sabe hacerlo.

Si Sánchez pierde las elecciones del 23 de julio, tampoco esa noche escribirá los versos más tristes porque no sabe hacerlo.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, agradece los aplausos de los senadores y diputados del PSOE. | EFE

Pedro Sánchez pudo escribir los versos más tristes aquella noche del domingo al lunes. Pudo escribir que los astros rojos tiritan a la intemperie, lejos del presupuesto, mientras gira el viento de la noche. Pedro Sánchez pudo escribir los versos más tristes aquella noche del domingo al lunes, pero no lo hizo. En vez de eso redactó un árido y breve real decreto, seco como un latigazo, indiferente a su tristeza y ajeno a su humillación.

Pero él es un dios justiciero, vengativo e iracundo que, como el Dios del Antiguo Testamento, castiga a su pueblo cuando descreído se aleja de Él. Pedro Sánchez es por supuesto el rayo que no cesa. Pero también es el diablo hocicudo y ojipelambrudo que falsea y ventea por un embudo. Es el que castiga a su pueblo llevándole a las urnas a rastras, en plena canícula, atravesando un desierto de inflación y miedo. Lo condena a sufrir en este mundo las penas del infierno como justo castigo al pecado mortal de haberle negado el voto a él, el gobernante pluscuamperfecto que cualquier nación que no fuera tan ingrata como la nuestra desearía para sí. En Corea del Norte, que saben apreciar el liderazgo, jamás le habrían dado la espalda. Ahora, los españoles, que no sabemos apreciar las bendiciones con que nos premia la Divina Providencia, tendremos que expiar nuestra culpa por haberle negado la papeleta a nuestro desprendido benefactor. Y qué mejor penitencia que quedarnos sin vacaciones para tener que ir a darle en julio el voto que no quisimos darle en mayo. Lo que le niegas a dios por las buenas, te lo arranca él por las malas.

Sin embargo, no todos hemos sido tan desagradecidos. Los diputados y senadores del PSOE, le han aplaudido, no ya como procuradores franquistas, sino como jerifaltes de la nomenklatura del Partido Comunista Chino. Lo han hecho vigilándose los unos a los otros durante interminables minutos porque nadie quería ser el primero en dejar caer las palmas no fuera a ser castigada su falta de entusiasmo con la expulsión de las verdes praderas de las listas electorales. No es cosa de tomárselo a broma. A partir de julio, serán menos los que puedan pastar en el prado y encima hay que hacer sitio para los defenestrados de mayo. Son los cisnes unánimes, que sancionan cualquier cosa que hace Sánchez, desde acostarse con terroristas hasta perdonar a golpistas, desde cubrir con oro a parásitos amigos hasta vestir con armiños a juristas de corte y parte.

Si Sánchez pierde las elecciones del 23 de julio, esa noche no escribirá los versos más tristes porque no sabe hacerlo. Pero tampoco nos sermoneará por desagradecidos y maleducados. No. Entonces se cerrarán los cielos, se abrirán las aguas, y entre coladas, cenizas y rocas al rojo vivo, al diablo cornicapricudo, perniculimbrudo y rabudo se lo tragará la tierra. Si Dios quiere.

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