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Itxu Díaz

Seis semanas entre zombies y parásitos

El comunismo de Sánchez es una enfermedad peligrosa: genera la infección y después se ofrece como medicina agravando la dolencia.

El comunismo de Sánchez es una enfermedad peligrosa: genera la infección y después se ofrece como medicina agravando la dolencia.
Yolanda Díaz, Irene Montero y Ione Belarra (foto de archivo, junio 2022) | Europa Press

Yo solo vivo afiliado al Real Madrid. En lo demás, me gusta hablar con la gente que no milita, con los que son más críticos con los propios que con los ajenos, con los que no tienen carnet de partido, con los que no llevan tatuado en el culo el periódico para el que trabajan, y con los que son capaces de cambiar alguna vez de opinión. Como tú. Bebíamos un negroni, concesión al hípster que no llevo dentro, y fumábamos con la tranquilidad propia de las tardes de junio. En la terraza de siempre ahora hace calor y las chicas han empezado a enseñar pierna, lo terrible es que los chicos también. De fondo, el runrún de un televisor. En las tertulias de la tele solo hablan de un montón de siglas políticas que ya nadie reconoce, y los rostros irrelevantes se repiten en la pantalla al otro lado acristalado de la solanera.

"Ser ministro no es bastante para ser importante", me dices. "A nadie le importa lo que hagan la Belarra, la Yoli, la Irene, el Errejón, la Mónica, o el Garzón, porque nadie tiene la más mínima intención de votarlos", y es así. Recabarán el voto residual de los del odio, los del miedo a trabajar, los de la fobia al jabón, y los de la renuncia a la aculturación. Y, como telenovela, prefiero la de Tamara Falcó.

En la mesa de al lado, un obrero de baja laboral se lamenta de que los médicos no le dejan volver al trabajo. "Estoy harto de no hacer nada en todo el día, me estoy volviendo loco, hablo a todas horas con mis perros, no aguanto más", dice a su interlocutor, "o me dan el alta o el que va a quedarse de baja es el médico". Puedes pensar que la violencia no es el camino y lo que quieras, pero yo he estado a punto de darle un abrazo a ese tipo porque, como dicen los cursis, esa es la actitud.

Hablábamos del preocupante incremento de los zombies, deambulantes, esos que cruzan las calles a horas vacías y sin rumbo fijo, con la mirada perdida, la ropa sin lavar, la barba sin afeitar, y rascando monedas del fondo de armario de los subsidios para apretarse unas cañas antes de terminar el día, para empezarlo después exactamente igual. Tipos jóvenes, también españoles, que han tirado la toalla. No tienen ninguna esperanza, ni trabajo, ni ninguna misión especial en el mundo, ni la más mínima intención de esforzarse por nada ni por nadie. Son el tipo de ciudadanos sonámbulos que tanto se ha esforzado el Gobierno en crear. Los ves en los parques, en las cafeterías baratas, a veces sencillamente surcando calles con la enfermedad de la apatía y el afán avinagrado escrito en la mirada. El paro por aquí, la subvención extraña por allá, y un poquito más de esta otra ayuda, y a morir que son dos días.

Donde en 2018 había uno de estos zombies, ya sean extranjeros o autóctonos, ahora hay diez o veinte. Su litrona, su cara de nuevo pobre, sus papeles impresos en el ciber sobre cómo solicitar ayudas imposibles al Estado, la comunidad, y el ayuntamiento.

El comunismo de Sánchez es una enfermedad peligrosa: genera la infección y después se ofrece como medicina agravando la dolencia. El círculo de la mentira y la ineficacia es infinito y, como si fuera alguno de los infiernos de Dante, va engullendo cada vez a más y más vulnerables. Quieren ser la solución, la Belarra, la Yoli, la Irene, el Errejón, la Mónica, el Garzón; si es que lees la alineación con voz de Verano azul y parecen una de esas bandas de comedia mala de atracadores, que no les sale nada, pero es que además no tienen gracia. Les gusta decir que hay demasiado ricos y ese es precisamente el problema: que no hay suficientes ricos. La única manera de reintegrar a la vida productiva a esos millones de zombies que han creado es logrando que haya más ricos. Pero cómo van a entenderlo la Belarra, la Yoli, la Irene, el Errejón, la Mónica, o el Garzón, si a duras penas saben deletrear sus cuentas bancarias para recibir la nómina que les pagamos cada mes.

La casta comunista española debe ser la única del mundo que no puede pisar un solo barrio obrero sin que los corran a gorrazos. Y pretenden que los tomemos en serio. Su dramita de niñas pijas, su verborrea de asambleíta universitaria, y sus ideítas de Fidel Castro suavizadas con aromita de Chanel. Qué largo se hace a veces el camino hasta el 23 de julio.

Mientras veíamos a todas esas sombras imprecisas pasar frente a la terraza, con sus bolsas de Cáritas y sus petates, las niñatas comunistas se exhibían unas a otras las uñas afiladas en la pantalla del bar. El problema y la consecuencia en el mismo plano, bendecido por un negroni. Podría haber sido un flamante Goya.

Rosas de papel, una novela de Itxu Díaz, ya a la venta.

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