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Miguel del Pino

¿Qué hacemos ahora con las mascotas?

La Ley de Bienestar Animal había quedado en una especie de punto muerto cuando podíamos pensar en su derogación tras las elecciones. Lamentablemente la amenaza sigue viva.

La Ley de Bienestar Animal había quedado en una especie de punto muerto cuando podíamos pensar en su derogación tras las elecciones. Lamentablemente la amenaza sigue viva.
Hamster | Pixabay/CC/JarkkoManty

La Ley de Bienestar Animal, de inspiración podemita y apoyo por parte de Sumar, había quedado en una especie de punto muerto cuando podíamos pensar en su derogación tras las elecciones. Lamentablemente la amenaza sigue viva.

Ni siquiera la derogación de esta Ley parecía figurar entre los objetivos de un PP al que presumíamos capaz de desplazar a Sánchez, al menos Feijóo nunca se refirió abiertamente a ello, pero cabía suponerse que el sentido común se impondría. El fantasma ha resucitado.

Nos referimos al fantasma de la práctica confiscación de animales domésticos muy queridos por sus dueños, y a los que sería obligatorio presentar humildemente a las "autoridades ambientalistas" para que los sacaran de los hogares y los llevaran a "santuarios" tan inexistentes como absurdos.

Nos referimos también a la aspiración oficial de que los exiguos presupuestos de los pequeños ayuntamientos rurales, obligados por tales leyes a mantener y financiar instalaciones veterinarias y ambulancias para animales perdidos o abandonados, cuando los vecinos tienen que desplazarse muchos kilómetros y por sus propios medios para acudir a imprescindibles revisiones médicas.

Igualmente nos referimos a la satanización de las aficiones que implican la crianza de diversas especies de pequeños animales domésticos, como periquitos, canarios o hámsteres.

Por supuesto tenemos que referirnos a la necesidad de que España vuelva al seno del CITES (Convenio de Washington). Este convenio regula a satisfacción el tráfico de animales, y de plantas, no olvidemos esto último, que se encuentran en situación de peligro en la naturaleza.

El animalismo no tiene suficiente con el CITES y amplía hasta lo demencial la relación de especies prohibidas, hasta el periquito, el canario y el hámster pasan al catálogo de los animales que no podemos tener, ni mucho menos criar en nuestras casas.

Pero se trata sólo de mirar hacia el futuro. Animales hasta ahora legales, como muchos loros y ciertos reptiles que en cientos de hogares disfrutan de una regalada vida como mascotas, deben ser entregados por la "Ley de Bienestar" para pasar a ser cuidados en curiosos "santuarios", no se sabe muy bien por quiénes ni con qué tipo de medios o presupuestos.

¿Santuarios o mataderos? ¿Sobrevivirían a la confiscación animales cuidados con esmero por sus dueños? ¿Conocerían bien las necesidades de los animales requisados, aquellos que se harían cargo de ellos por ley? ¿Habría protestas por parte de los dueños para los que el animal confiscado tenía con ellos fuerte relación afectiva?

Es necesario derogar inmediatamente tales extremos legales opuestos al sentido común y a la más elemental sensibilidad. De momento, tantos y tantos dueños de loros o de iguanas están dispuestos a ocultar a sus animales y pasar a incluir su actividad en una clandestinidad verdaderamente absurda.

Esto no es ecologismo

El animalismo radical no tiene que ver con el ecologismo. No se trata de algo con base científica, ni siquiera de manera remota.

El animalismo es una cuestión subjetiva e ideológica que no pretende fomentar la sensibilidad hacia los animales y la dispensación de buenos tratos a los mismos, sino la adjudicación a la fauna de cualidades y derechos de tipo jurídico, no ya similares a los humanos, sino, lamentablemente en muchas ocasiones, superiores si cabe a los mismos.

La obligación a los pequeños ayuntamientos de contar con instalaciones veterinarias cuando no tienen acceso a las médicas, es un buen ejemplo de la radicalización a que aludimos. La reacción de la población humana, especialmente la del medio rural, es inevitablemente el rechazo, y el efecto final suele ser lo contrario a lo que se persigue. El problema de la protección del lobo en nuestros campos así nos lo recuerda.

El principal introductor de la ideología animalista europea en España fue en su momento Podemos, con Ione Belarra a la cabeza y sus indocumentados acólitos elevados a cargos con categoría de Dirección General, pero no creamos que el eclipse podemita ante el relumbrón de Sumar resuelve el problema. Sumar aceptó e incluyó en su seno ideológico los planteamientos de las organizaciones europeas como Anima Animalis y otras similares. Hay que mantener alta la guardia.

Cuando Feijóo se comprometía a revocar las leyes ideológicas salidas "contrarreloj" en los estertores de la pasada Legislatura, olvidaba sin embargo referirse a la envenenada Ley de Bienestar Animal; de manera que no tenemos motivos para sentirnos optimistas, pero no hay que decaer en el esfuerzo. Los disparates animalistas contenidos en esta Ley deben ser combatidos sin el menor desánimo.

Miguel del Pino, catedrático de Ciencias Naturales

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