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Antonio Robles

Las lenguas no son una riqueza, son una maldición

Los nacionalistas han ganado todas sus batallas desde la restauración de la democracia adueñándose de las palabras, definiendo las cosas.

Los nacionalistas han ganado todas sus batallas desde la restauración de la democracia adueñándose de las palabras, definiendo las cosas.
El diputado popular Borja Semper interviene durante el Pleno de debate de las enmiendas presentadas por PP y Vox a la reforma del Reglamento del Congreso para el uso de lenguas cooficiales. | EFE

No se me ofendan en días tan señalados. Históricos, dicen desde el Congreso. Disfruten. No les quiero amargar la coz a la maldita lengua común, sólo reflexionar en voz alta sin atenerme a ritos ni rituales. De ahí el título. Alguien sin pelos en la lengua, pero con un tiro en la rodilla a principios de los ochenta en Cataluña, sentenció: ¡Cuánta lengua para tan poco entendimiento! Pues eso. Aquí se podría acabar el artículo, pero habrá que dar razones.

Con la diversidad de las lenguas, como con tantas otras cosas en la vida, debemos convivir, pero no por eso, sacralizar. La proliferación de lenguas no aporta más comunicación, sino mayores dificultades para relacionarse.

Sólo a una mente ajena a esta superstición identitaria le puede pasar desapercibida la sutil diferencia entre lo que es un legítimo derecho a utilizar las lenguas regionales en el Congreso y su función comunicativa. No parece lógico que teniendo una lengua común dominada por todos, se simule no conocerla y se asuma la molesta traducción simultánea y su coste. Es evidente que no es la función comunicativa la que justifica tanta incomodidad, sino su función simbólica. La lengua para los nacionalistas no es un instrumento de comunicación sino de identidad. Con su utilización en el Senado no se gana en entendimiento, se marca territorio. Lo que el sistema constitucional no permite, o sea, convertir el Estado autonómico en Estado plurinacional, lo consigue de facto la traducción simultánea. Los nacionalistas han ganado todas sus batallas desde la restauración de la democracia adueñándose de las palabras, definiendo las cosas y ocupando los espacios culturales desde la escuela a los medios de comunicación (la hegemonía cultural de Gramsci).

La proliferación de lenguas no aporta más comunicación, sino mayores dificultades para relacionarse. Precisamente por eso, uno de los méritos que hoy día se valora más en el currículum es el dominio de idiomas; no porque añadan más conocimientos, sino porque ponen en comunicación conocimientos encriptados por culpa de la diversidad lingüística. Las lenguas son una barrera al intercambio de conocimientos, más que una fuente de ellos. Y en muchos casos se dedican más horas a descodificar esos códigos lingüísticos, es decir, a estudiar lenguas, que a ensanchar el conocimiento científico distinto del que ellas generan sobre sí mismas.

El que el aislamiento ancestral de las comunidades humanas haya dado lugar a lenguas diferentes no significa que su consecuencia sea beneficiosa para el entendimiento humano. Deben ser respetadas, pero no sacralizadas como si fueran especies en extinción. Precisamente cuando el hombre ha tenido oportunidad de amoldar la naturaleza a sus intereses, ha universalizado códigos. El metro es una consecuencia y el STOP otra. ¿La diversidad de cargadores de móviles nos aporta más y mejor servicio que si tuviéramos uno idéntico para todos los teléfonos? ¿El ancho de vía español diferente al europeo nos hace mejores, más felices, ricos o libres, o nos entorpece y encarece el mercado de comunicaciones? Conducir por la derecha o por la izquierda es indiferente, pero no tener universalizado el criterio genera incomodidades, y a veces riesgos. El tener los mismos significantes en matemáticas nos facilita su comprensión inmediata a todos los humanos. Un chino, un egipcio, un español y un americano poseen el mismo código matemático. En ese idioma son hablantes de la misma lengua. Como la música, es un lenguaje universal con el que podemos hacer creaciones infinitas. Todos hemos sufrido las incomodidades en países diversos por no contar con enchufes homologados universalmente. Los únicos beneficiados son los fabricantes y marcas que controlan esos mercados fragmentados. A los clientes, la conversión nos cuesta dinero e incomodidad. Y por supuesto, la falta de una lengua franca a nivel mundial nos incomunica de forma dramática a la mayoría de los humanos.

Aunque toda esta diversidad puede que esté a punto de ser sólo una incomodidad, la inteligencia artificial ya está en ello.

PD: La provocación del título no es gratuita. La conversión del Congreso en una torre de Babel impuesta por los nacionalistas, no tiene nada que ver con los derechos lingüísticos, sino con la estrategia nacionalista de acabar con la lengua común como símbolo de cohesión cultural. Y no empezó con el chantaje de Puigdemont, venían perpetrando el asalto desde 2013. Ya entonces, PSC-PSOE, ICV, EUiA e IU, presentaron en el Senado una Proposición de Ley Orgánica de Reconocimiento y Amparo de la Pluralidad Lingüística de España, cuyo portavoz en el Senado fue el expresidente de la Generalidad y socialista del PSC, José Montilla. La ambición no se quedaba en llevar la cooficialidad al Senado, sino a todas las instituciones españolas. No se admitió a trámite, pero el acoso mediático encabezado por El País, nos ha traído hasta aquí. Todo ese recorrido lo recogí en "la ley de lenguas y el manifiesto koiné" (2016).

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