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Antonio Robles

El mal ya está hecho

El veneno que habrán inyectado en tantos corazones haciéndoles creer que tienen razón y son invencibles se mantendrá en varias generaciones.

El veneno que habrán inyectado en tantos corazones haciéndoles creer que tienen razón y son invencibles se mantendrá en varias generaciones.
Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. | EFE

Pacten o no pacten, concedan o no la amnistía, el mal ya está hecho. Para quienes no compartan o entiendan aseveración tan categórica deberían acercarse al origen de la tragedia. No está en hechos reales o históricos, ni ofensas a Cataluña, sino en percepciones emocionales amasadas a lo largo del siglo pasado, cuyo éxtasis sentimental alcanzó su mayor grado de ebullición el 1 de Octubre de 2017.

El grito iniciático "som una nació" iluminado por miles de mecheros y la voz de Lluís Llach en el aquelarre nacionalista de 1981 en el Camp Nou fue la culminación de una ficción histórica que el catalanismo más supremacista de finales del siglo XIX y buena parte del XX había logrado colar en la Generalidad de Jordi Pujol con la normalización lingüística como bandera.

Victimismo y supremacismo a partes iguales. Excitación emocional y propaganda. La ficción de una nación milenaria colonizada por España se abrió camino a través de la recuperación de "la lengua propia" como hecho diferencial. El delirio de una nación oprimida no había por donde cogerlo, pero la reivindicación de una lengua real con poder político, presupuestos institucionales ilimitados, medios de comunicación públicos y el mito de un pueblo oprimido y esquilmado, fue ganando adeptos y engrosando pesebres. La tormenta perfecta para convertir una ficción en un hecho histórico. "España nos roba", "genocidio cultural", "Expolio fiscal", "fuera las fuerzas de ocupación"… esas patrañas que entonces sólo eran propaganda, hoy son argumentos de peso para conceder la amnistía y envestir a un presidente.

Para entender cómo ha sido posible llegar hasta aquí, es preciso reparar en un hecho intangible pero poderosísimo, su hegemonía moral. La misma que detenta la izquierda española a pesar de sus contradicciones; y de la que ha carecido y carece la derecha española y España como nación. Independientemente de méritos y deméritos. En ella está el secreto de por qué al PSOE se le sigan perdonando desmanes y sea tan sensible la evocación de la ultraderecha para cerrar filas.

Esta anomalía tiene sus raíces en el fantasma del franquismo y la sociología política que surgió como oposición a su legado. Todos sus damnificados pasaron a ser víctimas y sus supuestos herederos perdieron toda legitimidad. Por eso la izquierda y los separatismos perseguidos por Franco pasaron a ser santificados. Y por lo mismo, la derecha y España, satanizadas. De ahí su nula hegemonía moral. Y de ahí también, que la derecha aún hoy sea sospechosa de franquista por la fácil identificación ideológica. Con excepciones, las derechas nacionalistas no son de derecha, sino nacionalistas. Un término mágico que ennoblece y borra cualquier identificación, aunque la tenga más que nadie. ¿Hay una derecha en España más beneficiada, y en sus días, más colaboracionista con Franco, que la catalana? El 43% de los candidatos de CiU a las elecciones municipales de 1979 eran alcaldes franquistas.

Tras las sentencias del Tribunal Supremo y las extravagancias de Puigdemont en el exilio, el delirio se desinfló. Daba vergüenza ajena. Engañados y ofendidos los propios militantes dejaron de asistir a sus aquelarres el 11 de septiembre, y por primera vez, la población catalana en su conjunto se enfrentó a las contradicciones de exigir democracia y no respetarla, de reclamar a España respeto para la lengua catalana y no respetar la común en la propia Cataluña. Lo único que no aflojó fue el catalibanismo de sus medios de propaganda públicos, TV3, Catalunya Radio etc. Hasta La Vanguardia comenzó la emigración. Poco a poco, la hegemonía moral menguó. Ya no era cool el despotismo nacionalista.

Pero de golpe, todo vuelve al supremacismo. Está vez con la connivencia del Gobierno español. El delirio que había sido desenmascarado y vencido por el Estado de Derecho, pasará a convertirse en agravio real. No eran golpistas, sino inocentes. Y el Tribunal Supremo, culpable. Lo que producirá el pacto de la vergüenza con los enemigos de la Constitución y de España, no sólo será la demolición de las instituciones, esas se pueden restaurar más pronto que tarde, pero el veneno que habrán inyectado en tantos corazones haciéndoles creer que tienen razón y son invencibles se mantendrá en varias generaciones. Ese veneno y sus consecuencias. Este gobierno de miserables acaban de abrir la caja de Pandora y aún no lo saben.

Los ciudadanos de Cataluña estamos acostumbrados a vivir sin ley que nos ampare. Pronto lo sabrán en toda España.

El 8 de Octubre volveremos a salir a las calles de Barcelona, como salimos el 8 de Octubre de 2017 arropados por el Rey de España. Esta vez bajo el lema, NO EN MI NOMBRE, NI AMNISTÍA, NI AUTODETERMINACIÓN. Nunca antes fue tan necesario.

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