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Carmelo Jordá

¿De verdad se creían que todos íbamos a callarnos?

¿En algún momento imaginaron que la propaganda chusca de los medios adeptos y el equipo de opinión sincronizada iban a convencernos?

¿En algún momento imaginaron que la propaganda chusca de los medios adeptos y el equipo de opinión sincronizada iban a convencernos?
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (i), junto al ministro de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática, Félix Bolaños (d). | EFE

El pasado domingo muchísima gente salió a la calle no sólo en Madrid, donde la manifestación fue inmensa, sino en otras 50 ciudades de España, a decirle al gobierno que hay límites por los que un gobierno democrático no puede pasar y rupturas que una sociedad no puede soportar. Este próximo sábado estoy convencido de que todavía habrá más gente que saldrá a la calle en la capital: será una protesta histórica.

Es sólo una parte de lo que está ocurriendo: una autentica catarata de personas, asociaciones y colectivos –y entre ellos prácticamente todo el poder judicial– se han pronunciado en contra de los pactos entre el PSOE y los separatistas y, por supuesto, de la ley de amnistía.

Las quejas, la preocupación e incluso las protestas han transcendido nuestras fronteras y, sobre todo, están llegando a Europa. Cada vez está más claro que la UE y sus instituciones podrían intervenir de algún modo y, o bien frenar directamente el salto al vacío democrático que está dando el PSOE, o al menos sumirlo en un oprobio que políticamente supusiese un coste insoportable, incluso para un personaje con el rostro más allá de la escala de Mohs como es Pedro Sánchez.

He de reconocer que esta primera reacción que está teniendo la sociedad española me sorprende un poco. No diré que no me esperaba que pasasen cosas, pero hay que reconocer que la fuerza que ha tenido y, sobre todo, su extensión a sectores clave como la judicatura son mucho mayores, y mucho mejores, de lo que me imaginaba.

Y mientras todo esto pasa, el Gobierno parece hacerse de nuevas y su reacción de sorpresa y no excesivamente hábil me llama la atención: ¿acaso se esperaban que acabar con la democracia les saliese gratis? ¿De verdad se creían que todos íbamos a callarnos? ¿En algún momento imaginaron que la propaganda chusca de los medios adeptos y el equipo de opinión sincronizada iban a convencernos?

Cuesta creerlo, pero esa es la impresión que dan: que con cuatro explicaciones de Bolaños, dos tertulias de Palomera y un artículo de Escolar la gente iba a aplaudir con las orejas lo contrario de lo que aplaudían hace sólo unos meses. Pues mira, parece que no.

No nos podemos llamar a engaño: Sánchez va a ser presidente otra vez, está dispuesto a hacer lo que sea para mantenerse en el poder y entramos en un terreno completamente inexplorado en nuestra historia reciente que pinta realmente mal. No hay duda de que las cosas van a ir a peor, pero se abren pequeñas ventanas de esperanza: puede que mejoren a medio plazo, que el golpe no logre imponerse y que consigamos conservar nuestras libertades, el estado de Derecho y una democracia que merezca tal nombre.

La reacción de la sociedad es una de ellas, y de nosotros depende que siga siéndolo y cada día con más fuerza –por Dios, no dejen de acudir a la concentración de Madrid el próximo sábado–; la otra es comprobar cómo más allá de la gresca electoral Sánchez y los suyos siguen siendo lo que eran antes del 23J: un grupo de arribistas que juegan con ventaja de puro inmorales, pero que afortunadamente son mucho menos geniales de lo que ellos creen.

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