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Jesús Laínz

Ministerio de autodestrucción

Legislar sobre la historia, sobre cómo debe ser interpretada y sobre qué aspectos de ella deben ser ocultados es una de las facetas más odiosas de cualquier totalitarismo.

Legislar sobre la historia, sobre cómo debe ser interpretada y sobre qué aspectos de ella deben ser ocultados es una de las facetas más odiosas de cualquier totalitarismo.
El ministro de Cultura, Ernest Urtasun. | Cordon Press

Mucho se ha escrito en los últimos días sobre las declaraciones del nuevo ministro de Cultura, Ernest Urtasun, acerca de la necesidad de "descolonizar los museos" para "superar un marco colonial anclado en inercias de género o etnocéntricas". Decir esto, con la habitual jerga pedantesca del progresismo, es lo mismo que confesar que hay adaptar los museos a las exigencias ideológicas de los partidos izquierdistas en el gobierno. Es decir, la imposición totalitaria de una ideología sobre la visión que desde el siglo XXI ha de tenerse de la historia y el arte de siglos pasados.

Legislar sobre la historia, sobre cómo debe ser interpretada y sobre qué aspectos de ella deben ser ocultados es una de las facetas más odiosas de cualquier totalitarismo, sea su orientación ideológica la que sea. Ningún otro gobierno del último medio siglo, con la excepción quizá de los de su modelo José Luis Rodríguez Zapatero, ha demostrado tan claramente que la cultura le interesa un comino. Lo que le interesa es la ideología, ante cuyo altar todo lo demás ha de postrarse.

Sorprende que haya quienes todavía se sorprenden de la persistente voluntad de nuestros progresistas de desprestigiar España, tanto la presente como la pasada. No debe olvidarse que la principal característica de la izquierda española es su desprecio, su odio a España, y por lo tanto su adoración por todo lo que se oponga a ella, ya sea el globalismo, el islamismo o los separatismos. Por eso poner la cultura de un país en manos de quienes lo odian es la mejor manera de asegurar su autodestrucción. La siembra entre millones de españoles del rechazo a España acaba produciendo enormes cosechas electorales de los partidos que pretenden acabar con ella. Es inexorable.

Muy grande tiene que ser la incultura de nuestro ministro de Cultura para hablar de "descolonización" de nuestros museos y de antecedentes como el belga. Da pereza, y sería inútil, explicarle la diferencia entre el legado material, cultural, artístico, jurídico y moral de cuatro siglos de presencia española en América y los peculiares acontecimientos sucedidos en el Estado Libre del Congo, aquel negocio privado del rey Leopoldo II.

Pero regresemos a España, porque el proyecto del gobierno socialista, de llevarse a efecto, provocaría un terremoto en cientos de museos y monumentos de toda España. Tomemos un ejemplo casi al azar, el del burgalés monasterio de las Huelgas, del que, como preludio, ha desaparecido la placa que recordaba que en su magnífica sala capitular se fundó en 1937 FET y de las JONS, el partido que gobernó España durante cuatro décadas. Porque la Ley de Memoria Histórica se llevó por delante el recuerdo de un hecho de la historia de España tan digno de seguir en su sitio como una placa que recordase la fundación del Partido Comunista o cualquier otro.

Pero entre descolonizaciones, alianza de civilizaciones y correcciones políticas, pueden empezar a temblar los muros de aquel magnífico monasterio fundado en 1187 por Alfonso VIII, el vencedor de las Navas. Habrá que empezar eliminando la tumba de dicho rey; después, el fresco que representa dicha batalla; y, por supuesto, el llamado pendón de las Navas, probablemente el toldo de la tienda del Miramamolín, que también se muestra allí. Y, continuando con asuntos islámicos, ¿desmontamos la sala del Museo Naval dedicada a la batalla de Lepanto? Todo ello, naturalmente, en nombre de la eliminación de paradigmas etnocéntricos, eurocéntricos y cristianocéntricos.

Pieza esencial en este proceso de descolonización de los museos, tanto en España como en cualquier otro país europeo, es, naturalmente, la devolución de los saqueos pasados. En el caso de España, a nuestro ministro de Autodestrucción le resultaría útil informarse sobre los extraordinarios saqueos de los que, efectivamente, ha sido protagonista España, pero no activa sino pasivamente. Porque entre 1808 y 1815 nuestros enemigos franceses y nuestros aliados británicos llevaron a cabo el saqueo más gigantesco que haya sufrido país europeo alguno. Los franceses, por ejemplo, no dejaron tumba sin saquear para llevarse los objetos valiosos que pudieran encontrar. Y miles de obras de arte de todo tipo, de valor extraordinario, robadas de museos, palacios, monasterios e iglesias, adornan hoy las paredes de los más famosos museos de Londres y París. Pero ése es un hilo del que nuestro hispanófobo ministro nunca tirará.

Todo esto, sin embargo, no es invento español, ni mucho menos. El pasado 17 de enero el Parlamento Europeo aprobó una resolución sobre "Conciencia histórica europea", elaborada por la Comisión de Cultura y Educación presidida por la democristiana Sabine Verheyen, difícil de superar como prueba de la endofobia que caracteriza a toda Europa en esta fase final de su ancianidad. Hay que subrayar que en esto, como en todas las materias importantes, izquierda y derecha van de la mano, advertencia de que, por lo que se refiere a España, las decisiones tomadas hoy por el gobierno socialista serán continuadas por el Partido Popular en cuanto le toque el relevo en la Moncloa.

Recuerdan los redactores que "la historia nunca debe relativizarse, distorsionarse o falsificarse con fines políticos", hermosa proclama que, sin embargo, oculta la intención diametralmente opuesta: reescribir la historia para que encaje en los dogmas actuales y acallar las voces discordantes. Por ejemplo, proponen abolir los enfoques nacionales, anteponiendo la historia europea y mundial a la nacional. Es más, lo nacional sólo sirve para hacer sobre ello una "autorreflexión crítica". De ello habrá que deducir que lo supranacional representa el bien frente al mal nacional. Pero, ¿hay algo más supranacional que el comunismo? ¿Hay algo más supranacional que el llamado internacionalismo proletario? ¿Y tan maravillosa fuente de bondad ha sido dicha ideología internacionalista?

El núcleo de la propuesta es la superación, mediante una educación debidamente orientada, tanto del enfoque nacional de la historia como de las identidades nacionales, que deben ser sustituidas por una conciencia ciudadana europea que las supere. La construcción mental de los europeos del futuro habrá de ser realizada mediante la promoción de una conciencia histórica europea, la atención a los valores y tradiciones éticas y filosóficas europeas, así como el fortalecimiento del sentido de pertenencia a Europa.

Pero si las identidades nacionales de los países europeos están destinadas a ser olvidadas por perniciosas, y si sólo es digna de promoción la identidad europea –conformada paradójicamente por la suma de aquellas perniciosas identidades nacionales–, ¿no podríamos entender lo mismo de dicha identidad europea? ¿Por qué afirmar la existencia de una diferencia europea? ¿Acaso no es igual de etnocentrista, racista y supremacista ya que lo único verdaderamente valorable es la Humanidad?

Finalmente, del texto también se infiere el deseo de nuestros dirigentes europeos de ir modelando la sociedad según los principios globalistas y multiculturales dominantes, entre ellos, naturalmente, una ideología de género que no podía faltar.

El totalitarismo democrático es lento, pero acaba llegando a todas partes.

www.jesuslainz.es

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