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Antonio Robles

El insoportable apaciguamiento del PSOE en Cataluña

Sin el PSC el nacionalismo nunca hubiera logrado la hegemonía institucional en Cataluña.

Sin el PSC el nacionalismo nunca hubiera logrado la hegemonía institucional en Cataluña.
Pedro Sánchez. | Europa Press

La pasada semana describía los errores del PP y C´s en Cataluña que los han llevado a la irrelevancia institucional. Pero no son sus errores los únicos ni los peores. Quiero completar el diagnóstico con las cesiones y desidias del PSOE y las traiciones del PSC, como causas directas de la hegemonía moral e institucional del nacionalismo en Cataluña. En cuatro errores.

Primer error: Si el PP consintió en los Pactos del Majestic en 1996 y fue incapaz de rebelarse contra el cordón sanitario de los Pactos del Tinell en 2003; y si C´s desertó tras la victoria en la autonómicas catalanas de 2017 y se empeñó en suplantar al PP en el 2019; el PSOE cometió el inmenso error de desactivar la Federación Catalana del PSOE en Cataluña a favor de la constitución del PSC el 16 de julio de 1978. Incluso antes de la aprobación de la Constitución Española del 6 de diciembre de 1978. Una manera dulce de entregar a la burguesía nacional-catalanista, atados de pies y manos, a los trabajadores emigrantes socialistas y castellano-hablantes. En el puente de mando, los varones, hijos de la burguesía (20%), y en la sala de máquinas como meros peones, los trabajadores desarraigados del resto de España (80%). Al mando del PSC, el socialista burgués y catalanista, Joan Reventós, quien en 1980 facilitó a Jordi Pujol la presidencia de la Generalidad en lugar de haber formado gobierno con él. Años después, en sus memorias, se responsabilizaba sin pizca de mala conciencia de la hegemonía del nacionalismo: "Yo rechacé el pacto con Pujol porque los socialistas nos hubiéramos partido en dos mitades. Y preferí la hegemonía de Pujol a que en Cataluña se instaurara con fuerza una opción lerrouxista". La historia de ese descomunal error del jacobino Alfonso Guerra la dejé por escrito en "El fraude histórico del PSC (I) y (II)", hace ya muchos años.

¿Ese error de Alfonso Guerra fue por bisoñez, desconocimiento histórico del nacionalismo catalán, o por complejo ante el catalanismo…? Fuere lo que fuere, el PSC se convirtió en el Caballo de Troya que usaría el catalanismo "progresista" para desactivar a la población castellano-hablante no nacionalista. El arma más letal. Sin ella, sin el PSC, el nacionalismo nunca hubiera logrado la hegemonía institucional en Cataluña.

El segundo error lo provocó Felipe González como presidente del gobierno de España con el caso Banca Catalana, a mitad de los años ochenta. Fue el inicio y fundamento de la hegemonía moral del nacional-catalanismo al consentir primero y obstaculizar después la tarea de los Fiscales del TSJC, José María Mena y Carlos Jiménez Villarejo en la acusación contra Jordi Pujol y una veintena de directivos de Banca Catalana por presuntos delitos de apropiación indebida y maquinación para alterar el precio de las cosas. El Fiscal Jefe del TSJC, Carlos Giménez Villarejo: "Los fiscales generales que nombró el gobierno me prohibieron investigar a Pujol". Fiscal José María Mena: "Pujol tenía como abogado a Piqué Vidal, que era un auténtico mafioso". Sí, ese Joan Piqué Vidal, el abogado que hacía de puente entre delincuentes, corruptos y jueces a cambio de una mordida. La relación más infame fue con Luis Pascual Estivill, juez del CGPJ propuesto por Jordi Pujol, y que fue condenado a 9 años de prisión por cohecho, extorsión, prevaricación y detenciones ilegales muchos años después. Como lo fue el propio Joan Piqué Vidal. Eso sí, los dos nacional-catalanistas. Y Pujol de rositas.

Esa primera cesión del Estado en 1984 en nombre del apaciguamiento fue un error político que legitimaría a Jordi Pujol y con él a todo lo que vendría después. Ya no era dejar impune la corrupción, la prevaricación y la malversación de caudales públicos, era, ante todo, la legitimación del relato de persecución del Estado contra Cataluña que Jordi Pujol supo capitalizar ante la querella, en provecho propio: él, el Mot Honorable President de la Generalitat, el perseguido, la víctima, se encarnó en la mismísima Cataluña y como tal y en nombre de ella llevó el triunfo al éxtasis desde el balcón de la Generalitat: "El Gobierno central, ¡ha hecho una jugada indigna! Y a partir de ahora, cuando alguien hable de ética, de moral y de juego limpio, hablaremos nosotros, no ellos". "Sí, somos una nación, somos un pueblo, ¡y con un pueblo no se juega!". ¿Les suena la sobreactuación del Molt Honorable Corleone de entonces a las fanfarronadas de sus discípulos Junqueras y Puigdemont de ahora? Pues eso, de aquellos polvos, estos lodos.

El Tercer error lo cometió José Luis Rodríguez Zapatero cuando dijo en la campaña de Cataluña de 2003: "Apoyaré el Estatuto que apoye el Parlamento de Cataluña". La misma genuflexión al nacional-catalanismo. Esa retahíla de palabras mágicas como conllevanza, apaciguamiento, cohesión social… En esos momentos, en Cataluña no llegaba al 3% el apoyo a un nuevo Estatuto, pero Zapatero le dio alas. Otro artificio que reactivó al nacionalismo cuando éste vivía sus horas más bajas por el escándalo de las mordidas del 3%. Como está pasando ahora con la amnistía.

Cuarto error, este letal, del que será traumático salir, si se sale: la amnistía de Pedro Sánchez y su genuflexión ante el relato secesionista. No es sólo y lo más grave la eliminación del delito de sedición del Código penal, los indultos, ni una amnistía integral sin reparar en la alta traición, la malversación de fondos públicos o los delitos terroristas, es ante todo la legitimación del relato nacionalista que convierte en víctimas a delincuentes nacionalistas y en verdugo al Estado de Derecho. El daño es inmenso. Incluida la total desautorización de una generación de demócratas españoles de la Resistencia en Cataluña dejados a los pies de los caballos del secesionismo. Una traición incalificable a su esfuerzo en pro de los derechos civiles de todos, y una dejación impropia de cualquier Estado que se respete a sí mismo.

Hay, no obstante, una disculpa para los errores de Alfonso Guerra y Felipe González. Los suyos se produjeron en una época de entusiasmo democrático que cegó a buena parte de la generación del 78. A pesar de las alarmas denunciadas por el "Manifiesto de los 2.300" en 1981 y de la advertencia del expresidente de la Generalidad, Josep Tarradellas, acusando a Jordi Pujol de estar convirtiendo su presidencia en una dictadura blanca. Pagaríamos cara su ingenuidad, su ignorancia… o su connivencia. Si hubieran tenido los suficientes conocimientos históricos del nacionalismo catalán se hubieran percatado que estábamos ante la ficción de un conflicto con ínfulas de realidad, no ante un problema. Ni siquiera se percataron de que se estaban jugando la nación ante seres taimados y pacientes (época del pujolismo), capaces de esperar ante su presa para tenerla a la altura de sus colmillos (Junqueras y Puigdemont). Mientras Guerra y González lo hacían convencidos o acobardados por la superstición del apaciguamiento, Sánchez lo hace por una transacción mafiosa donde el nacionalismo le garantiza la presidencia a cambio de la amnistía. Ni reconciliación ni apaciguamiento ni cohesión social, sólo corsarios a sueldo de sí mismos, a costa de la nación. Tiempos de escanyapobres. Tiempos malditos.

El Futuro: A Sánchez sólo le queda aceptar, si quiere seguir en el poder, paz por soberanía económica, paz por soberanía lingüística, paz por un Tribunal Supremo propio, paz por embajadas internacionales propias, paz por un referéndum de autodeterminación… Si para entonces el Trolas aún conserva el Falcon, ¿para qué querrán tener ellos ejército propio si ya tienen un Estado a su servicio?

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