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José García Domínguez

Muerte accidental de una 'influencer'

El próximo lunes sabremos si habrá que añadir una víctima más a la lista, aunque solo fuese en sentido metafórico.

El próximo lunes sabremos si habrá que añadir una víctima más a la lista, aunque solo fuese en sentido metafórico.
Europa Press

Hace ya mucho tiempo, demasiado, cuando la izquierda todavía era izquierda, Rosa Luxemburgo, Simone Weil y tantas otras mujeres que nada sabían de escuelas de negocios, de marketing viral, de patrocinios mercantiles y de branding solidario, acudían a las barricadas para cambiar el mundo; a las barricadas, no al despacho oficial de ningún consejero delegado en apuros. Y lo hacían sin necesidad, por cierto, de que mediara marido enamorado alguno en el empeño. Por la misma época, las señoras de la buena sociedad combatían el tedioso aburrimiento propio de su condición practicando obras de caridad, siempre con especial predilección por los chinitos y los negritos.

Aunque aquello era, claro, cuando los chinitos todavía no encabezaban la demanda mundial de semiconductores de silicio. Pero eso, lo de la caridad para señoras bien que se aburrían en casa, había que hacerlo tal como ordenaban las Escrituras, esto es, sin tronar de fanfarrias y trompetas a fin de que todo el mundo se enterase, como fue jactanciosa costumbre entre los fariseos. "Que una mano no sepa lo que da la otra", prescribió al respecto San Mateo. Porque la vieja caridad cristiana, exactamente igual que sus sucedáneos paganos de la época contemporánea, pervierte su razón de ser en cuanto el afán de notoriedad pública se interpone en su camino. Por eso, la genuina bondad para con el prójimo debe ejercerse desde el estricto anonimato si se aspira a que resulte moralmente creíble.

O sea, lo contrario de cuanto ahora suele acontecer con los benefactores y benefactoras de la humanidad en vías de desarrollo, que parecen querer competir con los más celebrados influencers en gloria mediática y cuotas de audiencia. Una patología narcisista, esa de la adicción a la propia imagen multiplicada en las pantallas de plasma, que ya les ha costado la vida en accidente de "trabajo" a más de 500 de esos y esas influencers en todo el planeta. Y el próximo lunes sabremos si habrá que añadir una víctima más a la lista, aunque solo fuese en sentido metafórico. Ah, cuánta razón tenía Pascal. Todas las desgracias de los hombres ( y de sus mujeres) proceden, sí, de no saber estar tranquilo, quieto y solo en una habitación.

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