
Mi sensación es que antes no era así, o al menos no era tan así, o quizá no lo era en la derecha, pero reconozco que es sólo una sensación y puede que me equivoque. Aun corriendo ese riesgo me atrevo a decir que antes los líderes políticos no concitaban las adhesiones inquebrantables, sectarias y perrunas que despiertan ahora.
Incluso un tipo tan brillante y con tanto carisma como Felipe González –ojo, no digo que fuese bueno, pero desde luego no era un homeless intelectual como son sus sucesores– tenía más oposición dentro del PSOE que Sánchez, que no tiene ninguna, y eso que le han pillado en todas las indignidades y casi todas las corrupciones.
Pero no escribo esta columna ni por Felipe ni por Sánchez, sino por el que al menos hasta ahora se suponía que era el líder de la derecha mundial y, de repente, se ha convertido en el mejor aliado del sátrapa neosoviético.
Nunca me he entusiasmado demasiado con Donald Trump, aunque tampoco he caído en el histerismo en su contra que ha despertado prácticamente desde su irrupción en política. Me molestan sus formas, pienso que no es el hombre providencial que él mismo cree ser y en las últimas elecciones había varios republicanos que me parecían mejores candidatos y, sobre todo, probablemente mejores presidentes. Pero los americanos lo han elegido a él, qué le vamos a hacer.
Sin embargo, tengo que reconocerles que no me podía imaginar que en mes y medio en el cargo podía llegar a cometer el mayor error y la mayor ignominia de EEUU en décadas y, encima, hacerlo exacerbando lo peor de su estilo, con una ensalada de insultos y trolas con las que trata de justificar lo injustificable, como un elefante ya no en cacharrería, sino directamente en cristalería.
Pero casi tan deprimente como ver que el que debería ser el líder del mundo libre ha decidido dimitir de ese puesto y entregarse a uno de los peores dictadores del planeta, es el hecho de comprobar cómo en este esquema de nosotros contra ellos a tanta gente le cueste admitir que esto es un error atroz. Esa gente que si no agachas la cabeza en una tertulia te dice que estás pagado por Soros, ese ambiente insoportable de secta que nos alcanza ya en casi cualquier tema que toquemos.
Y que conste que entiendo que necesitamos referentes ante la avalancha de basura que ha sido esta izquierda descerebrada, ecolojeta y woke de los últimos años. Pero no nos engañemos: Trump nunca ha sido Reagan y a Milei, que tiene muchísimo más fondo intelectual y en general lo está haciendo muy bien, todavía le falta aprender bastante para ser Thatcher.
Algunos pensarán que señalar los errores de los que se supone que son los nuestros es dar bazas a los del otro lado, pero yo creo que no es así: lo que de verdad es dar ventaja a los enemigos de la libertad es tragarnos sapos tan grandes como Ucrania y atarnos a caudillos que no están a la altura. ¿Y qué podemos hacer? Pues lo que algunos hemos hecho siempre, que es despreciar a los líderes, que pasan antes o después, y aferrarse a lo único que merece esa fidelidad: los principios.
