La insoportable inanidad europea
La verdad incómoda, como dijo aquel, es que la política exterior de la UE es una entelequia.
Cuando Rusia invadió Ucrania, en febrero de 2022, los países de la UE no se lo acababan de creer. Estados Unidos había advertido certeramente que el despliegue de tropas en la frontera iba a acabar en invasión, pero ¡ya se sabe cómo son los americanos! Sucedido lo anunciado, los europeos estaban consternados e inseguros. ¿Qué hacer? El qué hacer se lo dijo Biden, que los convenció de apoyar a Ucrania para repeler la agresión, pese a las reticencias de algunos, como Alemania, que tenía mucho que perder por su dependencia del gas ruso. Cuatro años antes, por cierto, el riesgo que entrañaba esa dependencia la hizo notar el primer Trump en un discurso en la ONU, que la delegación alemana recibió con risitas. Pero estamos donde estamos. Y ahora que Estados Unidos, con el segundo Trump, ha decidido, de forma característica, retirarse del campo, los países de la UE caen de nuevo en el desconcierto, pese a que estaban avisados, y no saben bien qué quieren ni saben bien qué hacer.
Un problema de los países europeos ante la guerra en Ucrania es que nunca parecieron tener un plan que no fuera el máximo: la victoria total. Aunque tampoco muy definido. Lo que es seguro es que no ha habido un plan para el caso de que ese escenario ideal no se hiciera realidad. Si hubo una oportunidad de ganar en 2022, como algunos creen, los implicados, EEUU, UE y Ucrania, no fueron capaces de aprovecharla. Pero con la idea de que se podía lograr el máximo, se sentenció al fracaso la negociación de aquel mismo año entre rusos y ucranianos, en la que estuvieron cerca de llegar a un acuerdo. La falta de plan se percibe ahora con hiriente claridad. Escuchar a algunos dirigentes europeos es escuchar a gente que dice a la vez "no a la paz" y "no a la guerra". Pero que se ocupa de asegurar que en ningún caso enviará tropas de combate. Mejor que mueran ellos, como hasta ahora. Ni Macron, pese a los aires, va a hacer de Napoleón.
Los países de la UE consiguieron levantar una gran ola de solidaridad con los ucranianos, pero con buenos sentimientos no se gana una guerra. Hay un baño de realidad pendiente. Las sanciones no han tenido el efecto previsto. El régimen autocrático sigue en pie. Rusia no se ha hundido en la miseria. La guerra tiene para ella un coste, por eso va a sentarse, pero no es el definitivo que se prometió. Aquello de que las empresas occidentales se marchaban tampoco ha salido como se había anunciado. Según datos que publica Eurointelligence, siguen activas en Rusia más de dos mil, que no pueden repatriar todos sus beneficios y de ese modo contribuyen al esfuerzo de guerra ruso, mientras que no son más de 472 las que abandonaron el país. Hay muchas cosas que han ido mal y que las cariñosas visitas de Von der Leyen a Zelenski no pueden enmendar.
La verdad incómoda, como dijo aquel, es que la política exterior de la UE es una entelequia. Lo es, al menos, frente a una guerra en sus fronteras. Y no es la primera vez. Es dudoso que pueda haber una política exterior donde no hay un Estado nación, sino un grupo de Estados con intereses que pueden ser diferentes y hasta contrapuestos. Una política exterior no anclada en intereses, sólo fundada en sentimientos y lemas solidarios, mal puede funcionar en el mundo tal como es. A lo mejor el resultado sería menos ridículo si se abandonara la pretensión de tenerla.
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