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Anna Grau

De trola en trola, la guerra se pierde sola...

O prometemos y no cumplimos; o cumplimos y nos endeudamos más allá de toda temeridad; o no cumplimos y le echamos la culpa... ¿a la ultraderecha? ¿A Trump?

Europa Press

Todos los países que se avergüenzan de sus guerras —como nosotros de nuestra guerra civil— tienen una relación complicada con sus ejércitos. Complicada y a veces hipócrita. Una cosa es ser pacifista (¿qué persona sensata puede amar la guerra, o preferirla a la paz?), otra cosa es ser un panoli o hacérselo. Franco ganó la guerra civil, entre otras cosas, porque era un buen militar. Más eficaz que los que tenía enfrente. Fue el general más joven de su tiempo en Europa. Cuando Estados Unidos se metió en la desastrosa guerra de Vietnam, escribió de su puño y letra una carta al presidente de la entonces primera potencia mundial (o casi) para advertirle de que esa guerra no se podía ganar. También advirtió a Kissinger —en fecha tan temprana como 1973— de que lo llevarían crudo para desactivar el terrorismo árabe en Oriente Medio. Y hasta hoy.

Por cierto, Franco inauguró una fea tradición, imitada con entusiasmo por casi todos los presidentes de la democracia, de decir una cosa y hacer la otra en materia de política internacional y de seguridad. España no reconoció al Estado de Israel hasta bien entrados los ochenta. Pero los aviones norteamericanos que iban a auxiliar a los israelíes en las guerras de los 70 usaban las bases en España como punto de apoyo y el dictador hacía como que no se enteraba. Por las mismas que se encargó al Mossad gran parte del entrenamiento de los incipientes servicios de inteligencia españoles.

Felipe González metió a España en la OTAN después de haber prometido lo contrario y de hacer malabares con un referéndum de "reeducación" que costó muchos disgustos y mucho dinero. En la primera guerra de Irak las bases norteamericanas en España volvieron a jugar un papel crucial. En la segunda guerra de Irak, José María Aznar intentó ir de frente (hacer lo que decía, que a España le interesaba alinearse con Estados Unidos…) y esta apuesta, que revisitada ahora gana enteros, le costó lo que le costó.

José Luis Rodríguez Zapatero llegó a la Moncloa dándoselas de más antiyanqui que nadie mientras su ministro Moratinos se arrastraba ante Washington pidiendo que le hicieran casito y los vuelos secretos de la CIA (con detenidos ilegales a bordo) entraban y salían de nuestro espacio aéreo como Pedro por su casa.

Más modernamente, el gasto español de Defensa ha sido ridículo, pero no tanto como parece. Una partida de aquí, otra de allá, sin que se hablara mucho de ello ni se notara demasiado, ese gasto se ha ido incrementando. Otra cosa no permitían la OTAN, Europa ni la realidad. De las tres, la última es la más tozuda y nos está sacando los colores a toda mecha. De cañón. Ese 2% del PIB prometido por Pedro Sánchez ya sería una miseria para un país serio y comprometido con el "mundo libre" de hoy. Pero es que encima nos lo fía a la peregrina fecha de 2029, es decir: sobre el papel, dos años después de cuando tocan las próximas elecciones generales. ¿El último, que apague, y sobre todo que pague la luz?

Ha estado hábil Sánchez, como siempre, tratando de seducir a Úrsula von der Leyen y de convencerla de volver a incurrir en el truco del almendruco de la mutualización europea del gasto y de una segunda parte de esos fondos Next Generation que, el día que se sepa de verdad en qué se gastaron, volveremos a tener vahídos. El caso es que de momento no cuela, o no acaba de colar. Por primera vez en mucho tiempo, habrá que rascarse el bolsillo, y explicar qué se hace, para costear nuestra defensa y la de nuestros aliados.

Con semejantes mimbres encima de la mesa, a mí me sale un cesto que ni pintado por Picasso. O prometemos y no cumplimos; o cumplimos y nos endeudamos más allá de toda temeridad; o no cumplimos y le echamos la culpa, déjame pensar…¿a la ultraderecha? ¿A Trump?

Si nuestra política nacional ya es un poema, aplicar las mismas recetas frívolas a nuestros compromisos internacionales nos puede costar muy caro. En dinero y quién sabe, Dios no lo quiera, en sangre. Veremos cómo salen nuestros líderes del atolladero. Y cómo evoluciona nuestra opinión pública, malcriada, desinformada y pasmosamente convencida de que las guerras se frenan con pancartas y pegatinas de ONG. Es políticamente arriesgado, muy arriesgado, empezar a hablar seriamente de estas cosas, cerrar de golpe el grifo del opio del pueblo y empezar a decir la verdad, sin subterfugios y sin secretitos, sin hurtar el debate parlamentario con luz y taquígrafos, sobre estos temas. Pero urge. Ucrania no está tan lejos como parece. El infierno, tampoco.

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