
La jefa de Podemos, Ione Belarra, acaba de pedir que se expropien las acciones de los fondos de inversión estadounidenses en España como represalia por los aranceles impuestos por EEUU. Al podemismo le pone el "exprópiese" bolivariano, pero en este caso la explicación es digna de comentarse. Dice que "lo único que le duele a Trump son los intereses de los ricos americanos". Belarra no ha debido ver que, en la rosaleda de la Casa Blanca donde Trump anunció el detalle de los aranceles, había una notable representación de trabajadores sindicados, de "union workers", con sus cascos y sus chalecos, y que Trump le dio la palabra a uno de ellos para que dijera cuánto apoyaba esta política. Por lo pronto, había allí más obreros de los que ha habido nunca en un mitin de Podemos. Porque esto de los aranceles no se hace para "los ricos". Se hace para conseguir más industrias y empleos para los estadounidenses. Que sirva o no es harina de otro costal, pero así son las cosas. Los de Trump están dispuestos a llevar esa política adelante, aunque a causa de ello pierdan dinero los inversores en Wall Street —"los ricos americanos", que diría Belarra—, como está ocurriendo.
Lo de la podemita es tontería, pero representativa de un desconcierto y una falta de visión que se está haciendo notar, en el entorno de la UE, ante las estrategias de la nueva administración norteamericana. Para empezar, no las reconocen como estrategias. Esto es decepcionante, pero normal, si bien se mira. La élite política de la UE no piensa estrátegicamente y la española no piensa. Incapaces de reconocer una lógica detrás de las decisiones, las atribuyen al capricho de un solo hombre. Como si hubieran puesto aranceles a medio mundo porque ese día el hombre naranja se levantó con el pie cambiado. Feijóo se apunta al capricho. Dice que es una decisión "irracional". Pero bien puede ser que a Feijóo se le escape la racionalidad. Porque la tiene, resulte o no equivocada. En cuanto a Sánchez, lo suyo son los cuentos para niños —ha contado uno sobre autarquías egoístas e intercambios comerciales altruistas— y el anuncio de respuestas contundentes, ¡temblad, criaturas! que consisten en mover millones de una partida a la otra.
Lo primero que deben hacer nuestros políticos en asunto de aranceles es explicar si es cierto o no es cierto lo que dicen los Estados Unidos, y lo dicen desde hace mucho tiempo: desde que se estableció el IVA, al que consideran un arancel encubierto. Lo segundo que tendrían que hacer es reconocer que la UE impone aranceles a otros. No es el hada madrina del libre comercio y más del trece por ciento de su presupuesto proviene de los aranceles que recauda. Lo tercero es ser conscientes de que, diga lo que diga von der Leyen, la UE no tiene cartas. No las tiene porque vende a EEUU mucho más de lo que le compra. Y vamos con lo cuarto, que parece lo más difícil, porque hay que ampliar el foco para comprender que los aranceles no son sólo aranceles. Son instrumentos de presión para conseguir objetivos no necesariamente económicos. Conviene repasar la historia. Y ahí damos en hueso. Ya no hay al frente de la UE, ni al frente de muchos de sus países, dirigentes que tengan o quieran tener ese conocimiento necesario.
