Trump no es nuestro enemigo
Lo único que quiere Trump es que Europa fuerce al alza la cotización de su moneda, el euro, para así reequilibrar la balanza comercial común.
A mediados del siglo XVI, cuando en el Imperio de los Austria nunca se ponía el sol y los españoles dominábamos política y militarmente el mundo, Castilla produjo su mejor literatura. El Lazarillo de Tormes, por ejemplo, se publicó por primera vez en 1554. ¿Y de qué trataba aquella novela? Bueno, narraba la miserable existencia material de un muerto de hambre que ingeniaba mil argucias para tratar de subsistir engañando a otros muertos de hambre como él. Porque en Castilla, el corazón mismo de la potencia global que dominaba el planeta, la población pasaba hambre. Y pasaba hambre por culpa del libre comercio, que enriqueció a nuestros enemigos —los Países Bajos, Francia e Inglaterra— al tiempo que arruinaba y destruía para siempre a la industria manufacturera castellana.
Hoy, en el primer tercio del siglo XXI, ocurre exactamente lo mismo. He ahí esas imágenes estremecedoras, la de esos zombis adictos al fentanilo que se arrastran por las ciudades de Estados Unidos llenas de indigentes y una miseria asombrosa. O los paisajes decadentes de las viejas fábricas abandonadas en la América profunda y desindustrializada. Como España en el siglo XVI, Estados Unidos también necesita mantener un carísimo ejército que garantice su papel hegemónico. Y eso provoca que el precio de su moneda, el dólar, sea siempre demasiado alto. La razón de ello radica en que tiene que emitir mucha deuda en dólares para financiar el gasto militar, una deuda que compran europeos, chinos y japoneses.
Algo que revalúa de modo crónico su divisa nacional frente al euro, el yuan y el yen. Y con un dólar permanentemente alto, las manufacturas americanas se vuelven más caras en los mercados de Europa, China y Japón. La consecuencia de ese proteccionismo encubierto de los países con los que comercia USA se llama déficit comercial. Y ningún país podría sobrevivir a déficits comerciales crónicos. Ninguno. Estados Unidos tampoco. Lo único que quiere Trump es que Europa fuerce al alza la cotización de su moneda, el euro, para así reequilibrar la balanza comercial común. Un propósito razonable. No, Trump no es nuestro enemigo.
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