Gabriel Rufián salió de la reunión sin fotógrafos con el presidente asegurando que "está tocado". Pero a juicio de Pablo Iglesias, que gasta mucha mejor cabeza política que el Noi de Santako, no sólo estaría tocado sino también hundido. Iglesias es quien mejor ha descifrado el nuevo escenario propiciado por ese informe de la UCO a propósito de las andanzas e industrias de los puteros de Ferraz. Escenario novedoso que, contemplado desde la perspectiva antisistema, o sea desde la suya personal, no resultaría tan negativo como pudiera parecer a primera vista.
Y es que lo que está viendo venir el tutor y patriarca de Podemos es lo que a él más le place: una polarización radical de la vida política española; fractura en la que dos de los territorios más ricos, Cataluña y el País Vasco, entablan una alianza estable, permanente, con la izquierda peninsular. Iglesias está viendo que esto se ha acabado. Y esto no es otra cosa que el Gobierno de coalición que se dice progresista. Pero también ve que las dos derechas periféricas, el PNV y los post-convergentes, si bien por razones dispares, están abocadas a alinearse en un frente transversal contra el PP. En el caso de los vascos, porque necesitan de los socialistas locales a fin de afrontar la amenaza que supone Bildu para su hegemonía en las instituciones; en el de los catalanes, porque lo suyo son los mediadores internacionales, un trofeo que sólo el PSOE les va a ofrecer.
Iglesias ve ahora a la izquierda volátil, la moralmente decente que ya ni tapándose la nariz con una pinza doble quiere acercarse otra vez al PSOE, votando Podemos. Y también ve un inminente Gobierno de la derecha en confrontación crónica con Cataluña y País Vasco. Paisaje, el descrito, que acaso no desagrade tampoco a la extrema derecha, pero que sería el peor para los intereses a largo plazo de nuestro país. Feijóo va a ser el presidente de ese Gobierno. Y en lugar de leer en las Cortes papelitos con frases ingeniosas que le escriben otros, mejor haría meditando ya sobre ese horizonte.