Una amnistía que es crimen, error y veneno
El TC rechaza lo político en las causas al tiempo que celebra lo político en los efectos, y ello al punto de que esos efectos son su coartada.
En su condición letárgica, el presidente del Gobierno ha musitado que la sentencia del TC sobre la amnistía supone el cierre de una "crisis política", sin darse cuenta de que contradice su propia faramalla, copiada del independentismo, según la cual una crisis política no se
resuelve a golpe de sentencia. Claro que tampoco se le ocurrió relacionar el cierre con la apertura o el final con el principio. No contó el viejo cuento de que la "crisis política" empezó con una sentencia del TC, la que podó el Estatuto de Mas y Zapatero, para actualizarlo diciendo que termina ahora con otra sentencia del TC, que es ésta.
Hubiera quedado bien el relato de las dos sentencias, cada una en un extremo del arco temporal, pero Sánchez no está para fiestas ni tiene energías para reescribir el pasado, cuando debe reescribir el presente.
La decisión del Constitucional hace la trampa de que no puede entrar en las motivaciones políticas que dieron origen a la ley - ese mercadeo de votos para la investidura en el que insiste el PP -, mientras la considera justificada por sus efectos políticos. Efectos que son, al decir del TC y del partido de Sánchez, la mejora de la convivencia y el avance o algo parecido hacia una reconciliación. El TC rechaza lo político en las causas al tiempo que celebra lo político en los efectos, y ello al punto de que esos efectos son su coartada. El patadón que propina a la coherencia y a la lógica es histórico, pero es que los de Conde Pumpido tenían que sacar del área la "autoamnistía", que aprecian los servicios jurídicos de la Comisión Europea, de alguna manera.
Al calor de esta argucia del TC, hay que decir y subrayar que la problemática central de la amnistía es de orden político y que ese problema no lo solventa la declaración asombrosa de que es constitucional. Porque la amnistía tiene y ha tenido ya consecuencias políticas, que están lejos de ser las balsámicas que ponen en los anuncios. No hay más que escuchar a los separatistas para saber hasta dónde llegan sus ganas de convivencia y reconciliación.
Si en Cataluña, hoy, el independentismo lunático no está tomando la calle no es por causa de la amnistía, sino porque se impidió, reprimió y condenó el golpe del 1-O. Fue una reacción de autodefensa que contó con el respaldo moral de la mayoría de los españoles, empezando por los catalanes contrarios al separatismo, y que tenía que ser motivo de orgullo. Pero aquí estamos. En vez de consolidarse como un hito, aquella respuesta ejemplar, democrática, contenida y contundente acaba en el vertedero, vilipendiada y cubierta de oprobio.
Premiar a los malos es castigar a los buenos, y sobre esa injusticia no se construye una convivencia. El daño que hizo el separatismo se había compensado con la acción de la Justicia, y nos han robado esa compensación. Habrá gente a la que no importe mucho que se haya obligado a España entera a pedir perdón a unos delincuentes. Otros, en cambio, ese robo, ahora avalado por el TC, lo sentirán como una burla, un desprecio y una estafa. La sensación de que aquí siempre salen ganando los que se saltan la ley es puro veneno para la legitimidad de las instituciones y de la política. Amnistiar el golpe separatista es peor que un crimen: es crimen, error y veneno.
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