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Una presidencia ilegítima forjada por delincuentes

Otegi aclara con sus palabras que el aparato de corrupción socialista también servía a los intereses políticos de Pedro Sánchez.

El sanchismo hunde sus raíces en una fosa de crimen, corrupción y mentiras. Que un sujeto como Arnaldo Otegi haya reconocido que se reunió con Santos Cerdán gracias al empresario con el que el dirigente socialista navarro compartía intereses y adjudicaciones a través de Servinabar aporta aún más fango y material séptico al escándalo interminable cuyo principal protagonista es el todavía presidente del Gobierno. Otegi aclara con sus palabras que el aparato de corrupción socialista también servía a los intereses políticos de Pedro Sánchez.

Hay que remontarse a la moción de censura que ganó el líder socialista para apreciar la doble función de las dos personas de la máxima confianza de Sánchez. Cerdán alternaba el saqueo de fondos públicos en Navarra con la fontanería fina para el líder socialista. Ábalos se sumaría desde su cargo de ministro de Transportes a las tareas extractivas que según el esquema del informe de la Guardia Civil dirigía Cerdán.

El último secretario de Organización del PSOE y su socio de Servinabar resultaron claves para el contacto socialista con los proetarras de Bildu y también con el PNV. El presidente del partido nacionalista, Aitor Esteban, niega la participación del empresario amigo de Cerdán en las negociaciones para tumbar el Gobierno de Rajoy, pero lo que explica no le deja precisamente en mejor lugar. Esteban sostiene que quien les llamó para acabar con Rajoy fue el propio Sánchez y que sus enviados fueron Cerdán y Ábalos. Así es que esa pareja fue la que convenció a los nacionalistas vascos de que había que acabar con un Ejecutivo del PP supuestamente corrupto. Cerdán y Ábalos, ahí es nada, dos ejemplos cumbre del socialismo real.

Que Otegi reconozca la interlocución con Cerdán y su socio es otra prueba evidente de que la organización criminal estaba al servicio del partido y de Sánchez, que las adjudicaciones y comisiones iban de la mano de la retórica regeneracionista del sanchismo, una mera cortina de humo para ocultar los desmanes y tejemanejes de las personas más cercanas al líder socialista.

El sanchismo es una confluencia de intereses de carácter delictivo y entre auténticos delincuentes, una turbia amalgama de proetarras, golpistas, traficantes de influencias, ladrones y corruptos, un régimen sustentado por el crimen y que aspira a arrasar con el modelo judicial para garantizarse la misma impunidad que le ofrece Conde Pumpido en el Tribunal Constitucional.

Sánchez pretende convencer a la opinión pública de que no sabía nada, de que ignoraba lo que hacían sus compañeros del Peugeot, que él es un ser inmaculado rodeado de gentuza que ha defraudado su confianza. Pero hasta él comprende que no se puede disociar lo criminal de lo político, que su presidencia es totalmente ilegítima porque fue apañada por delincuentes con otros delincuentes, como en el caso de Puigdemont tras las elecciones de julio de 2023.

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