
Impotencia. Inanidad. Ese sería el resumen de la intervención este miércoles en el Congreso de todos los socios de Pedro Sánchez. Ninguno se atreve a dejarle caer ni a retratarse en una cuestión de confianza. Sobre todo, al no tener ni idea de cuándo y cómo serán las elecciones. Qué angustia. ¿Dará tiempo a amnistiar a Puigdemont? ¿Le dará tiempo al PNV a salvar los muebles en el País Vasco? Qué decir de Yolanda Díaz, poniéndole ojitos a Pedro Sánchez tal que Ingrid Bergman a Humphrey Bogart en Casablanca: "¿Son los cañones de Podemos o los latidos de mi corazón?" O Gabriel Rufián amenazando con soplar en la casa de los tres cerditos si aparece un solo imputado o putero más. Tres vale, pero cuatro no, ¿eh? Se palpa el miedo de todos y cada uno a ir a las urnas con lo puesto.
Esto es lo que pasa cuando la aritmética y la chiripa electoral te han dado un poder que te viene grande. Cuando careces de iniciativa y de proyecto. Sánchez parecía Gulliver en Liliput. No porque él tenga nada de gigante, sino porque los demás son enanos. Crecidos pero enanos. Nada que ver con lo que en su día fueron un Julio Anguita o un Jordi Pujol.
Cuando el felipismo ya no daba más de sí, bastó la decisión de un solo hombre, de Pujol, para hacerlo caer. O para que Aznar arañara los apoyos que en 1996 le faltaban para llegar a la Moncloa. Ahora la cosa es mucho más compleja. Y perpleja. ¿De quién depende, no ya la alternancia política (me gusta pensar que eso lo deciden los votantes…) sino desbunquerizar esta situación? ¿Ver si los votos siguen donde estaban en julio de 2023 después de todo lo que ha pasado? No se les ve muy seguros, la verdad. Desde luego, no al PSOE. Pero a sus socios de gobierno o de investidura, tampoco.
Es posible que el socio más importante del actual presidente del gobierno no esté en el Congreso de los Diputados, sino en el Palau de la Generalitat. Salvador Illa es el único socialista de toda España que ahora mismo no camina hacia atrás como los cangrejos. Ni da vueltas en círculo como Emiliano García-Page. Yo no confiaría en ningún díscolo del PSOE, ni de su vieja guardia, para modificar ninguna inercia de lo que se ha dado en llamar sanchismo. Que habrá gente disconforme, seguro. Pero chitón. No creo que se les haya olvidado la larga travesía del desierto a la "muerte" política de Felipe. ¿Se acuerdan del experimento de Almunia, del gatillazo de Borrell, de cómo Zapatero ganó un congreso de su partido por 9 votos 9, y aún eso sólo porque los guerristas se conjuraron para vetar a Pepe Bono? Si no llega a ser por el 11M, a saber cuánto les habría costado volver a levantar cabeza.
Pedro Sánchez no es una leyenda viva como Felipe González lo fue, pero sí ha llevado su control del partido a un límite que ni el otro en sus mejores momentos se atrevió. Ya no hay guerristas ni renovadores. Hay sanchismo y fuera de juego.
Aquí es donde no tiene desperdicio que el PSC sea el PSC, y no el PSOE en Cataluña. Que sea un partido diferente. O diferenciable. Más o menos según convenga. Ha habido momentos en que los socialistas catalanes coqueteaban con tener grupo propio en el Congreso y cuota fija en el comité federal. Ha habido momentos en que se han estado más quietos. Cuando Santos Cerdán cayó, llegó a hablarse de que la secretaría de organización del PSOE la asumiera alguien del PSC. Pues no fue así. Se han limitado a "poner" la nueva portavoz del partido, Montse Mínguez. Leridana y de la máxima confianza de Illa. Toda la visibilidad, pero con menos compromiso orgánico. Transfusión a Ferraz, pero sin cortarse las venas.
Salvador Illa, que sin duda aspira a emular lo que fue Jordi Pujol en Cataluña, podría estar emulándole discretamente ya a nivel de toda España. Es ahora mismo el apoyo más vital de Sánchez. Quizás el único imprescindible. Andalucía ya no es lo que era para los socialistas y no parece que Juanma Moreno Bonilla tenga mucho de qué preocuparse.
A Illa le conviene que Sánchez aguante todo lo posible porque, si alguien cree que los nacionalistas catalanes mandaban o mandan demasiado en Madrid, imagínense lo que puede llegar a mandar un socialista catalán que preside la Generalitat y tiene línea no influyente sino directa con la Moncloa. Un Pujol plus. Que también como Pujol, aunque presuma menos de ello que sus torpes herederos, tiene la capacidad de huir del naufragio en cualquier momento. De saltar del Titanic del PSOE a la lancha rápida del PSC. Dato: las próximas elecciones catalanas tocan en 2027.
No era mentira lo que les dijo Feijóo a los de Junts: que, apuntalando a Sánchez, engordan a Illa y se alejan ellos mismos de la Generalitat. Claro que ahora mismo a los de Junts la misma Generalitat les queda tan lejos y les viene tan grande (quién te ha visto y quién te ve…) que, a lo mejor si le da una vuelta, Feijóo descubre que en realidad ya no es con esos catalanes con quienes no hoy, no mañana, pero sí algún día, tendrá que hablar de esos votos -¿cuántos eran, cuatro?- que le faltan.
