In sauna veritas
Hay que sacar a la luz todos los tejemanejes podridos de Sánchez, del amaño de primarias en su propio partido hasta el origen del último euro de su fortuna
De repente, los españoles saben de saunas. Sobre todo, de saunas en Madrid. Como bien pudo haber escrito Antonio Machado "Madrid, Madrid, ¡qué bien tu nombre suena / sauna de todas las Españas! / La tierra se desgarra, el cielo truena, / tú sonríes con plomo en las entrañas". Habría que adaptar un poco más el poema porque en las saunas madrileñas no es precisamente plomo lo que se mete en las entrañas.
Porque una sauna en Madrid no es como una sauna en provincias. Un día que paseaba por una madrileña calle de la que nunca supe el nombre, paralela a la Gran Vía, unas simpáticas jovencitas en las puertas de varios establecimientos me invitaban a que me diese un masaje. Creía yo, inocente provinciano, que se referían a osteopatía, reiki o algo así, hasta que se me acercó un tipo para avisarme de que eran masajes con, pronunció, «japien». Del mismo modo, al parecer, en las saunas madrileñas no eliges entre seca o húmeda, como en Soria o Finlandia, sino entre sadomaso o dominación. Nada que objetar, entiéndase, dado que el liberalismo no solo tiene que ver con bajar impuestos sino también con subir lo que se tiene bien puesto.
Yo, que nunca he estado en un madrileña sauna sanchista, algo sé de saunas no precisamente finlandesas por mi querencia por la filosofía. El caso es que uno de los más grandes filósofos del siglo XX, Michel Foucault, era muy aficionado, según su leyenda, a las saunas. Ahora bien, no a las de París, provincianas, sino a las mucho más festivas y liberadas de San Francisco, donde daba rienda suelta a sus placeres sadomasoquistas relacionados con la dialéctica porno-hegeliana de la dominación y la sumisión. Es un tema a estudiar sobre la vinculación de su vida sexual privada y su investigación académica pública orientada a la vigilancia y el castigo. El caso es que a Foucault le parecía que el SIDA era un invento de la CIA y el capitalismo para controlar a gays y, en consecuencia, negaba que hiciera falta protección en tiempos de pandemia sexual. Vivió rápido, murió joven (de SIDA) y dejó un bonito cadáver filosófico.
Por una de esas deliciosas paradojas de la progresía, el PSOE pretendía prohibir la prostitución mientras sus dirigentes se ponían las botas con el puterío pagado por el presupuesto público (recuérdalo, estimado contribuyente, cada vez que pagues impuestos), y la familia de Sánchez nada en la abundancia gracias a los fluidos de lumis y chaperos. Para el común de los mortales, la expresión "sangre, sudor y lágrimas" tiene un significado bien diferente que en las saunas madrileñas del que fuera padre y patrocinador político de Pedro Sánchez. Todo esto era bien conocido por la tropa de militantes y periodistas abolicionistas progres, pero miraron hacia otro lado, como Foucault con el SIDA.
Hay quien cree que no se debe hablar con luz y taquígrafos de lo que pasa en la intimidad. Y, como general, es una buena regla de urbanismo, civilización y cortesía liberal dejar en paz las braguetas tanto como las carteras. Salvo que la intimidad sea la de aquellos, fundamentalmente políticos, que tratan de entrometerse en la de los demás dando lecciones de hipócrita moral y decretando leyes ilegítimamente prohibicionistas. Entonces hay que aplicar la regla de José Martí: «Del tirano di todo, di más». No solo hay que sacar a la luz todos los tejemanejes podridos de Sánchez, del amaño de primarias en su propio partido hasta el origen del último euro de su fortuna, sino que hay que exigir que todos aquellos que han pasado por la política, del siniestro lobby de Pepiño Blanco a la consultoría para dictadores de Rodríguez Zapatero, sean transparentes respecto a sus negocios conseguidos gracias a los contactos y la influencia que se han ganado en las poltronas del poder.
Pero no se le puede dar la espalda mucho rato a la realidad, sea en forma de virus mortales o vicios morales. Más pronto que tarde, hay que pagar el tributo a la verdad, esa chica tan hermosa como despiadada, por mucha superioridad intelectual o moral de la que se presuma. In sauna veritas.
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