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Justicia para Josep Solsona

Fue una víctima de una denuncia falsa que le arruinó la vida y le hizo entrar en una depresión de la que ya no llegaría a salir.

Fue una víctima de una denuncia falsa que le arruinó la vida y le hizo entrar en una depresión de la que ya no llegaría a salir.
Lazo morado contra la violencia de género. | Europa Press

En estos tiempos en que cualquier chuminada que le molesta a la izquierda es calificada como violencia para poder justificar una respuesta esta sí violenta, empujar a alguien al suicidio no se considera tal. No existen penas, ni sociales ni penales, para quienes le arruinan la vida a una persona hasta el punto de no ver otra salida, porque llega un momento en que la muerte le da menos miedo que seguir vivo.

No se le llama violencia doméstica, ni se exigen condenas sociales ni penales, a que una mujer, dos segundos después de decirle su marido que quiere el divorcio, lo denuncie ante los juzgados por maltrato físico a ella y su hijo de nueve años y después otra de abuso sexual a su hija de cuatro años. Josep Solsona fue detenido el 8 de marzo de 2024, quizá el día del año más apropiado para tramitar una denuncia falsa. Salió en libertad condicional al día siguiente. Las primeras denuncias fueron archivadas ese mismo verano por inverosímiles. Se mantuvo la de abuso sexual hasta febrero, cuando se archivó también.

No se le llama violencia judicial, ni se exigen condenas sociales ni penales, a que jueces y fiscales, teniendo en sus manos denuncias inverosímiles, no las archiven con mayor celeridad ni abran inmediatamente diligencias para procesar por denuncia falsa a quien las puso. Porque toda denuncia puesta tras comunicar la intención de divorciarse o de solicitar la custodia compartida debería ser considerada instrumental salvo que se aporten al hacerlas pruebas sólidas.

No se le llama violencia política, ni se exigen condenas sociales ni penales, a concentrarse en Puigverd, un pueblo de 1.500 habitantes, para protestar contra la violencia de género con motivo de la detención y puesto en libertad de su alcalde, acusado falsamente. Todo muy corporativamente morado, todo lleno de prejuicios, todo hecho sin tener absolutamente ni idea de lo que había pasado entre Solsona y su mujer. Porque lo importante es sentirse bien con uno mismo por estar del lado de los buenos y en contra de los malos, y poder decidir quién es quién al instante, sólo con saber el sexo de cada uno; no el género, que aquí no aplica.

No se le llama violencia política, ni se exigen condenas sociales ni penales, a que su propio partido, Junts, lo suspendiera de militancia por una denuncia falsa e inverosímil. Tampoco a que los concejales de Junts, ERC y PSC, le hicieran una moción de censura. Con una acusación falsa a las espaldas ya no puedes representar unas siglas políticas, aunque sean tan institucionalmente delictivas como las de Junts.

No se le llama violencia profesional, ni se exigen condenas sociales ni penales, a que familias de los alumnos del colegio al que quiso reincorporarse tras haber sido expulsado de la alcaldía se negaran a su regreso, pese a que las denuncias habían sido ya archivadas. Tampoco a que el Departamento de Educación del Gobierno catalán lo colocara en un despacho por el delito de ser víctima de una denuncia falsa e inverosímil. Porque en España sólo eres una víctima si eres mujer y acusas, aunque sea en falso, a tu pareja. Los hombres que sufren las denuncias instrumentales son culpables incluso si se demuestra lo contrario.

No se le llama violencia mediática, ni se exigen condenas sociales ni penales, a que algunos periodistas, aún ahora, titulen sus piezas sobre la muerte de Solsona diciendo que fue "acusado de violencia de género", que estuvo "implicado en un caso de violencia de género" o que estaba "acusado de violencia machista". No. Fue una víctima de una denuncia falsa que le arruinó la vida y le hizo entrar en una depresión de la que ya no llegaría a salir.

Y, por supuesto, no se le llama violencia institucional, ni se exigen condenas sociales ni penales, a que el consenso feminista convierta a los hombres, especialmente a los padres, en ciudadanos de segunda frente a los tribunales y la opinión pública. Qué es la presunción de inocencia si podemos salvar una vida, dicen. No tienen en cuenta la de Josep Solsona ni la de muchos otros cuyas muertes nunca entrarán en ninguna estadística, porque las únicas vidas que les importan son las de las mujeres víctimas de hombres blancos, heterosexuales y muy españoles. Y por eso feminismo es una palabra sucia, y sus adeptos gente a la que hay que mirar con desprecio y desconfianza. Que al menos nos quede eso.

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