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Anna Grau

¿Sólo para rojos?

Testosterona roja al alcance de todos los bolsillos. Viagra para rojos emasculados. Esa es la oferta irresistible.

El exlíder de Podemos Pablo Iglesias. EFE/ Juan Carlos Hidalgo | EFE

Viví en Madrid muchos años y no descarto volver a vivir cualquier día allí, donde está lo más parecido a mi casa. Mi casita. Un piso pequeñito que logré comprar a medias con mi gran amor, el banco, con el que llevo casada desde 2005 y hasta que la hipoteca nos separe. Si en algún momento la monogamia podía parecer un reto, la vida me ha enseñado que la promiscuidad es peor. Todos mis amigos que vivían en mi barrio o cerca se han tenido que ir porque los alquileres son inasumibles. No tanto como en Barcelona -de donde igual me tendré que ir, entre otras cosas, porque a pesar de mi RH catalán me funden a impuestos…-, pero Déu n'hi do.

¿Qué pasa, que mi pisito (y del banco) en Madrid está en el barrio de Salamanca? Casi. Está muy cerca del barrio de Salamanca rojo. Al ladito de Lavapiés. Una zona que fue castiza y humilde, pero se ha vuelto muy postinera desde que es emperador de Lavapiés nada menos que Pablo Iglesias Turrión. El de la taberna Garibaldi. Sólo para rojos. De eso presume.

Nunca he estado en la taberna Garibaldi ni sé si estaré. Sigo atenta el culebrón del establecimiento: abierto con gran pompa podemita, cerró tras algunos problemas con el aforo, la higiene y hasta los derechos laborales. Aunque hay que reconocerle a Pablo Iglesias una visión de negocio que para sí la quisieran los protagonistas de Wall Street, el histórico peliculón de Oliver Stone sobre los excesos del capitalismo. Stone era hijo de un broker y la entera película no deja de ser un frenesí hamletiano entre abrazar los valores de la economía productiva o los de la puramente extractiva y especulativa. Ese morbazo de sacar dinero de la nada. Ese subidón testosterónico de hacerte rico no porque aportes, sino porque eres más listo que nadie. Michael Douglas lo encarnó en el cine a la perfección. Incluso hay un momento en que se atreve a aleccionar al personaje interpretado por Charlie Sheen sobre el potencial revolucionario de sus métodos. Le viene a decir que el sueño americano ha tocado techo y se ha estancado -en eso fue visionario…-, y que gente como él tiene el derecho, por no decir el deber, de llevárselo muerto y dejar a todo el mundo con un palmo de narices.

Si algo demuestra la Historia reciente es que los mejores capitalistas son los comunistas. Fíjate si no en los chinos. Nuestro Xi Jingping de andar por casa sería sin duda Pablo Iglesias Turrión. Ahí es ná llegar a donde llegó con dos de pipas y tres de barricadas: casoplón en Galapagar, su señora colocada primero en un ministerio y ahora en el Parlamento Europeo, tres hijos en un momento en que muchas familias obreras sudan para criar uno o dos, taberna propia en Lavapiés…y si surge un tropiezo que le obliga a cerrarla, lanza una campaña de crowdfunding y se levanta 140.000 eurazos. Que asegura que va a reinvertir íntegros en abrir un nuevo local siempre en la milla de oro roja de Lavapiés, pero "más grande, más céntrico y con terraza".

Yo, que aunque pueda parecer lo contrario, soy una persona bastante cándida, ni me planteo que al fin se pula los 140.000 euros en otras cosas y le eche la culpa a la ultraderecha si, Marx no lo quiera, no puede reabrir. Pero no deja de fascinarme que el impuesto revolucionario le haya funcionado como un cañón. Lo fácil que es sacar el dinero a los rojos, que, si lo son de verdad, se supone que el dinero no les sobra. Aunque empiezo a tener mis dudas. A los que somos pobres o vamos camino de serlo -adiós, clase media, adiós…- cada vez nos parece un lujo más inalcanzable votar a según qué izquierda.

Testosterona roja al alcance de todos los bolsillos. Viagra para rojos emasculados. Esa es la oferta irresistible. Igual que en Wall Street Michael Douglas encandila a Charlie Sheen (y a buena parte del público de los ochenta, que no veía masculinidades tóxicas por todos lados…) erigiéndose en macho cabrío de las finanzas, Pablo Iglesias es un macho cabrío de la política. Vive de hacer realidad los sueños húmedos que otros no se atreven. Pero pagan. Pagamos, porque en las instituciones siguen. Dando lecciones de rojerío a las sandías.

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