Titulitis, calidad docente y libertad de cátedra
¿Qué hace a un gran docente? No basta con saber mucho ni con un currículum extenso: un buen profesor saca lo mejor de sus estudiantes.
En un mundo obsesionado con la titulitis, donde los currículums inflados y las credenciales dudosas ocupan titulares, conviene recordar que un título, por sí solo, no vale nada si detrás no hay verdaderos maestros que te hayan marcado el rumbo. Dime qué profesores has tenido, y te diré quién eres, académica y humanamente. La educación no se mide por el prestigio de una institución, sino por las voces que te enseñan a pensar, a cuestionar y a no conformarte con respuestas fáciles.
Presumo de mi licenciatura en Filosofía por la Universidad de Granada, pero no como un trofeo, sino como homenaje a quienes me dieron herramientas para entender el mundo. Profesores como Juan José Acero, Remedios Ávila, Tomás Calvo o Pedro Cerezo no solo me enseñaron filosofía; me enseñaron a leer con rigor, a argumentar con precisión, a desentrañar a Wittgenstein o Hegel para subirme a sus hombros y ser capaz de mirar más lejos. Pero la gratitud no termina en la universidad: rescato también a mis profesores de secundaria, que encendieron mi curiosidad, y a esas monjas de párvulos, como la madre Mercedes, que con su disciplina y cariño me enseñaron a leer y sumar. La educación es una cadena de favores entre personas, no de instituciones.
¿Qué hace a un gran docente? No basta con saber mucho ni con un currículum extenso: un buen profesor saca lo mejor de sus estudiantes. Es quien te hace más culto, más crítico, un lector atento, un investigador tenaz, alguien que razona sin miedo. Sobre todo, es quien da ejemplo de todo ello. Durante mis años como alumno y docente, he visto cómo los verdaderos profesores transforman vidas al exigir, argumentar y huir de respuestas fáciles. Pero esta labor requiere un ingrediente esencial: la libertad.
Sin libertad de cátedra, no hay educación de calidad. La cultura y la inteligencia solo florecen cuando los profesores pueden cuestionar dogmas, desafiar el statu quo y enseñar sin cadenas burocráticas o ideológicas. He visto cómo a profesores heterodoxos los acosaban directivas tecnocráticas, inspectores inquisidores, y hasta grupos de profesores y estudiantes dispuestos a fiscalizar el pensamiento ajeno como camisas pardas nazis o guardias rojas maoístas. En tiempos en que se pretende reducir a los profesores a meros funcionarios —mitad animadores culturales, mitad siervos de la burocracia—, debemos recordar que la educación no es una guardería ni un orwelliano brazo del Ministerio de la Verdad.
Una vez tuve a un profesor que era desordenado, arbitrario, incoherente. Estaba chiflado, vamos. Sin embargo, sentía pasión por las ideas y aunque sus ideas no eran muy buenas, su pasión era genuina. Prefería por mucho asistir a sus clases, y debatir con él, que a las de otra profesora que era ordenada, pulcra, coherente, se sabía el temario entero literalmente de memoria y lo dictaba como si sus alumnos fueran magnetófonos humanos. Al primero le montaron un auto de fe, a la segunda la hicieron decana. Por supuesto, si tuviera oportunidad volvería a una clase con el primero mientras que antes que asistir al muermo de la segunda sería capaz de ir a concierto de Bad Bunny.
A los jóvenes hay que decirles: no busquéis los títulos por vanidad e inercia social, como los fariseos, ni penséis solo en salidas laborales y proyecciones salariales, como los filisteos. Buscad a los mejores profesores: aquellos que os hagan abrir los ojos del espíritu a través del trabajo exigente, la fundamentación rigurosa y la actitud crítica. Los que te enseñan a amar las preguntas más que las respuestas. Aunque será por respuestas por lo que te paguen, un buen profesor te enseñará a ser siempre socrático, a hacerte preguntas aunque sospeches que nunca vas a encontrar respuestas. Incluso aunque intuyas que no hay respuestas. Como decía Kant, sapere aude: atrévete a saber. El resto —títulos, carreras, éxitos— se dará por añadidura. O no, porque también intervienen en el proceso de carrera profesional la suerte y la conjura de los necios. Pero que el fracaso no venga por no haber reflexionado lo suficiente sobre lo que te gusta, en qué eres bueno y, tampoco seamos ingenuos, lo que te dará de comer el día de mañana.
La educación viva, significativa y relevante no es un papel enmarcado, sino un proceso vivo y humano, donde la calidad depende de quienes nos guían y de la libertad con la que actúan. Un ranking de universidades no es más que un ranking de sus profesores. Y los buenos docentes no solo enseñan: te transforman. Dime qué profesores te han marcado y te diré cómo eres, profesional, académica y humanamente.
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