Jueces progres, jueces fachas y Garzón
Si esto no es prevaricar a la ida, a la vuelta, o de ida y vuelta, ya me dirán que es.
Leo con interés que el fiscal de la Audiencia Nacional pide que se borren los antecedentes del juez Baltasar Garzón, inhabilitado injustamente según…el Comité de Derechos Humanos de la ONU. Quien tiene un amigo en la Audiencia Nacional sin duda tiene un tesoro. No le deseo nada malo -o peor- al juez Garzón, alguien a quien todos admiramos alguna vez. Todavía me acuerdo, con la piel de gallina, de unos exiliados chilenos en Londres, entusiasmados con su decisión de procesar a Augusto Pinochet. Se concentraron ante nuestra embajada y, con los ojos llenos de lágrimas, se pusieron a cantar a pleno pulmón: "¡Que viva España!". Que a la hora de la verdad aquella instrucción no aguantara un soplido es lo de menos. La gloria (de Garzón) ya estaba hecha.
Se lleva mucho estos días cuestionar las decisiones de los jueces según la agenda política que se les atribuye. Es normal ver a presentadores de informativos hablar con toda naturalidad de mayorías progresistas o conservadoras en tal o cual tribunal. La idea que queda es que la judicatura sería la continuación de la política por otros medios. Una idea sin duda peligrosa, por mucho que, evidentemente, contenga una parte de verdad.
El caso Garzón a mí siempre me ha fascinado. Me llama mucho la atención que la misma gente que ve un facha agazapado en cualquier juez que no falle a su favor tenga en cambio a don Baltasar en un altar, rezándole avemarías rojas. Cuando yo sinceramente creo que, más allá del caso concreto por el que se le condenó e inhabilitó -las escuchas de la Gürtel-, su carrerón es un monumento al desparpajo.
Rebobinemos. Garzón se empezó a hacer un nombre persiguiendo con inusitada audacia la corrupción felipista y hasta atreviéndose con el caso GAL. Insisto que una constante de sus casos más sonados es que al final salen más titulares que condenas. Pero aun así. Su prestigio creció como la espuma. Y Felipe González, que nunca tuvo un pelo de tonto, decidió que, si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él. Sedujo al superjuez para colgar temporalmente en la toga e ir en las listas socialistas -de número 2 suyo, nada menos-, con la promesa implícita de hacerle ministro de Justicia, como poco.
Una cosa sí hay que decir a favor de Garzón, que probablemente no le había pasado advertido al finísimo zorro que siempre fue Felipe: hay jueces progres, jueces fachas y luego están los que, como Garzón, no sirven a otro amo que a su propia ambición. En un país donde muchos magistrados bailan al son que los políticos les tocan, Garzón supo hacer bailar a muchos políticos al son que tocaba él.
Aun así, si un togado digamos más de derechas se hubiera atrevido a hacer lo que hizo Garzón, mi pronóstico es que no sale vivo. Ahí es ná: para ser candidato del PSOE metió el caso GAL en un cajón. Cuando se enfadó porque no le hacían ministro, volvió a abrir el cajón. Si esto no es prevaricar a la ida, a la vuelta, o de ida y vuelta, ya me dirán que es. Pero prueben a haberlo dicho entonces o incluso a decirlo ahora, y verán lo que pasa.
Yo a Garzón le conocí en persona en Nueva York. Yo era corresponsal de ABC allí cuando él llegó de sabático, como una estrella de rock, para dar una serie de conferencias organizadas por NYU, la universidad que tiene su campus en la famosa plaza de Washington Square. Yo tenía amigos que trabajaban allí. Uno no podía creer su suerte, le habían puesto a hacer de asistente y chico para todo de Garzón. Al que admiraba frenéticamente. Un día, con los ojitos encandilados por esta admiración, va y me dice: "Necesitábamos donaciones económicas para las conferencias y Garzón me ha dicho que llame al Banco de Santander de su nombre…¡y no ha hecho falta más, nos dan lo que queramos!". Cualquiera le explicaba que el Banco de Santander estaba entonces pendiente de una investigación judicial de Garzón.
Seguimos. Un selecto grupo de periodistas españoles tuvimos la inmensa suerte de que se nos invitara a cenar en petit comité con el gran hombre. Pudimos así oír de su boca perlas inolvidables. Por ejemplo, qué pensaba él de las negociaciones recién iniciadas por José Luis Rodríguez Zapatero, entonces presidente del gobierno, para que ETA dejara las armas de una vez. Se hablaba de la posibilidad de que la posibilidad de excarcelar a algunos presos de ETA fuera una moneda de cambio en esa negociación. Garzón nos lo negó rotundo. En mi inocencia, creí que nos iba a decir que qué va, que eso no podía ser porque la justicia y tal y tal. En lugar de eso, nos dijo: "Yo no voy a excarcelar a nadie porque aquí nadie ha contado conmigo". Seguramente nos lo contó para que nosotros también se lo contáramos a las máximas personas posibles, a ver si el mensaje llegaba claro a la Moncloa.
Cómo una persona así, con semejantes métodos, ha podido labrarse y mantener una innegable reputación internacional de justiciero incorruptible, es algo que nunca dejará de fascinarme. Sobre todo, en un momento en que casi no quedan jueces y fiscales que no sean sospechosos de parcialidad. Cuando Puigdemont y su abogado -Gonzalo Boye, un hombre casi tan listo como Garzón, sólo que dotado, ay, de bastante menos carisma- salen día sí día también a acusar a los jueces de "desobedecer la ley" sólo para fastidiarles a ellos. Que un golpista del procés acuse a nadie de desobedecer la ley también tiene una guasa importante, aunque mucha gente tampoco se quiera dar cuenta.
En fin. Para ir acabando. Durante mi estancia en Nueva York, aparte de ver de cerca a Garzón, también me familiaricé con cómo funciona ese Comité de Derechos Humanos de la ONU que pide hacerle un traje a medida. Para que se me entienda, si a usted le sobran 200.000 euros, ya verá como el Comité de Derechos Humanos de la ONU le firma un informe en blanco, y sobre la firma ya escribe usted lo que mejor le parezca. A lo mejor por eso sus dictámenes no son lo que se dice vinculantes. A diferencia de cuando el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo condenó al Estado español por no investigar las denuncias de los independentistas catalanes detenidos en 1992 -en la operación limpieza previa a los Juegos Olímpicos- por orden de Garzón, detenciones que incluyeron no pocas irregularidades y alguna que otra denuncia por tortura, nada menos. Aquello sería verdad o no lo sería. Pero Garzón se pasó las denuncias por el forro y el Estado tuvo que pagar por eso. Los hay que nacen chulos. No quiero ni pensar si de verdad hubiera llegado a ser ministro.
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