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Trump, nuevo Craso, o el capitalismo tóxico

Como Craso, Trump está haciendo todo lo posible para acabar con la república constitucional norteamericana para convertirla en una república bananera.

Como Craso, Trump está haciendo todo lo posible para acabar con la república constitucional norteamericana para convertirla en una república bananera.
El presidente estadounidense Donald Trump. | EFE

Craso era el tipo más rico de Roma. Ser más rico que Craso ha sido durante siglos un lugar común de riqueza más allá de todo lo imaginable. Junto con Pompeyo y Julio César, Craso era también el hombre más poderoso de Roma, pero, a diferencia de aquellos, no tenía fama como militar. Así que no se le ocurrió otra cosa que ganar prestigio tratando, siendo gobernador de Siria, de derrotar a los partos, un imperio asiático a la altura del romano. Tan a la altura que derrotaron a Craso, se quedaron con los estandartes militares —la humillación máxima para los belicosos romanos—, mataron a veinte mil legionarios y esclavizaron a otros diez mil. Al riquísimo gobernador le cortaron la cabeza y le llenaron la boca de oro, a ver si así se saciaba. Antes le habían enseñado la cabeza de su propio hijo en una pica y le preguntaron quién era su verdadero padre, porque a los bravos partos les parecía imposible que un chaval tan valiente y noble fuese hijo de un inútil como Craso.

El plutócrata romano amasó su gran fortuna con gran esfuerzo personal, ya que era de familia humilde, pero aprovechándose de las desgracias públicas: cuando una casa se incendiaba, los hombres de Craso la apagaban, pero el propietario tenía que vendérsela primero al precio que establecía él mismo. No hay pruebas, pero tampoco dudas de que algunos incendios serían provocados por el inescrupuloso parásito emprendedor. De lo que sí hay pruebas es de que tenía un contingente de esclavos casi innumerable, que le servía, entre otras cosas, para reformar las casas que compraba por debajo de su precio de mercado gracias a las urgencias de los vendedores abrasados por la urgencia —literalmente—, y que luego vendía por mucho más. Esto puede servir de ejemplo también de la diferencia entre un inversor y un especulador. Simpático y con don de gentes, lo mismo te concedía un préstamo sin intereses que te mandaba arrojar al Tíber por no devolverlo en el plazo convenido.

Tampoco terminaron bien Pompeyo y César, como es sabido. Entre unos y otros acabaron con la república romana y, a partir de su sucesor, Octavio Augusto, empezó la época de los emperadores romanos.

Como Craso, Trump es muy rico. Como Craso, Trump pone la política norteamericana a su servicio. Como Craso, Trump no tiene más valores que los del oro y el interés económico. Como Craso, Trump está haciendo todo lo posible para acabar con la república constitucional norteamericana para convertirla en una república bananera. Al modo de Craso, hizo un vergonzoso vídeo en el que se veía a Gaza convertida en una urbanización al estilo de Marina D’or con una estatua de oro del propio Trump, algo que también habría hecho Craso. Dado su pasión por los dorados, como un paleto ricachón cualquiera, ha llenado la Casa Blanca de molduras doradas, imitando el Versalles del Rey Sol, y Tim Cook, el CEO de Apple, le ha mostrado sumisión como si fuese un emperador asiático regalándole un móvil de oro macizo. Lo que sería inimaginable con Reagan y Steve Jobs, ahora es la nueva normalidad en la degeneración política trumpista, donde, al parecer, y es sintomático, ya solo le planta cara al plutócrata de la Casa Blanca el muy liberal y capitalista Wall Street Journal.

Como el triunvirato de Craso, Pompeyo y César, el triunvirato de Trump, Vance y Rubio entienden toda alianza exterior como una anexión, todo pacto con los que debieran ser amigos como una sumisión a los que trata como inferiores. El resto del mundo solo lo conciben como una presa y un despojo con los que alimentar la bestia de Roma/Washington. Si César mató a un millón de galos y esclavizó a otros tantos, Trump no duda en deportar a millones de inmigrantes, sean criminales o no, entre los que se cuentan científicos e intelectuales. César obtuvo un gran beneficio personal de las guerras en las que participó con su lema, parafraseado de Trump, Make Rome Great Again. Tampoco tengo pruebas, pero igualmente cero dudas de que, si César —a pesar de su grandeza indiscutible— fue declarado enemigo del Estado por la república romana, alguien con la inferioridad manifiesta de Trump terminará como ocupante de la celda en la que se suicidó su amigo Epstein, si es que todavía queda un Cicerón en los EEUU.

Es un craso error creer que el capitalismo de Trump, una mezcla de proteccionismo, plutocracia y arrogancia, tiene mucho recorrido. Mucho menos defenderlo simplemente porque se opone a la pandemia ideológica de la izquierda "woke", liberticida y antisemita. Al contrario, no hay peor noticia para el capitalismo que verse simbolizado en la figura de un craso y orondo representante de la tríada tenebrosa de psicopatía, maquiavelismo y narcisismo. Si algo caracteriza al capitalismo virtuoso que conecta con la tradición liberal es verse restringido a un marco ético como el que desarrollaron Adam Smith, Tocqueville y Hayek. Si en el capitalismo no hay sitio para la ética, entonces sus adalides son Al Capone, Carl Schmitt y Andrew Tate. La analogía entre Trump y Craso nos muestra los peligros de la riqueza sin ética y el poder sin límites. Trump, como Craso, representa una forma de capitalismo que se nutre de la explotación y la arrogancia, pero el contexto moderno —con sus instituciones democráticas y su sociedad hiperconectada— hace que las consecuencias puedan ser menos crasas. El capitalismo tóxico que encarna Trump no es el fin del sistema, pero sí una advertencia de lo que pasa cuando los valores éticos y políticos se subordinan a los meramente económicos. Si Craso terminó con la boca llena de metal fundido, el destino de Trump dependerá de si las instituciones logran contenerlo o si, como en Roma, el sistema colapsa bajo el peso de sus propios excesos. Álea jacta est.

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