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Cristina Losada

Ni Estado palestino ni paz

La decisión de Macron, Starmer y los demás que de aquí a la Asamblea General de la ONU reconozcan el Estado palestino no lo hará más real o factible.

El primer ministro de Reino Unido, Keir Starmer y el presidente de Francia, Emmanuel Macron. | Simon Dawson / No 10 Downing Street

En julio fue Macron, poco después, Starmer, luego el primer ministro de Canadá y ahora, Australia. Los gobiernos de estos países han anunciado que reconocerán próximamente el Estado palestino, cuya característica primordial es que no existe. No dispone de un territorio definido, no tiene una sola y efectiva autoridad gubernamental y carece de capacidad para relacionarse con otros Estados, rasgos todos ellos que, junto al de contar con una población permanente, permiten distinguir a un Estado de algo que no lo es. Estos gobernantes, más los que tomaron la iniciativa con anterioridad, como Sánchez, igual que otros muchos Estados miembros de la ONU que lo hicieron hace años, no serán tan ingenuos como para ignorar que este reconocimiento equivale al reconocimiento de una entidad fantasma y que su gesto es sólo un gesto.

Por qué ahora es una pregunta que se responde con imágenes. Las imágenes son materia prima de la propaganda en todos los conflictos, pero en éste se revelaron enseguida, para las organizaciones palestinas y los países árabes, como elementos cruciales para llegar a la opinión pública y a los Gobiernos occidentales. Una población palestina reducida al estatus de refugiada permanente, presentada como víctima constante de la agresión de Israel –nunca de los países árabes–, y dependiente de la ayuda humanitaria foránea y de la ONU ha sido la base sobre la que se han levantado las narrativas que han hecho de este conflicto uno insoluble. Unos veinticinco años atrás, Arafat pudo ponerle fin firmando con Israel, bajo los auspicios de Clinton, un Estado palestino que comprendía un cien por cien de Gaza y casi toda (aunque no toda) Cisjordania, pero prefirió lanzar la segunda intifada.

Francia, Reino Unido y Australia, como España, van a reconocer el Estado palestino sin poner ninguna condición a Hamás. Sólo Canadá las ha puesto, entre ellas, que el grupo terrorista sea despojado de toda influencia política dentro de un año, pero es improbable que se cumplan. Más aún, cuando el poder de las imágenes, auténticas o no –algunas se ha probado que eran falsas: presentaban como niños desnutridos a niños afectados de parálisis cerebral–, le ha dado a un Hamás debilitado el nutriente de la gestualidad política occidental. Sus dirigentes lo han dicho con claridad: "La decisión de varios países de reconocer un Estado palestino es uno de los frutos del 7 de octubre", esto es, de su ataque contra población civil israelí que provocó la guerra actual. Si los padrinos de Hamás tenían dudas de la conveniencia de continuar apoyándolos, ahora dudarán menos.

La decisión de Macron, Starmer, Albanese y otros que de aquí a la Asamblea General de la ONU anuncien el mismo propósito no hará más real ni más factible un Estado palestino. A cambio, estos gobernantes podrán decir a los ciudadanos que, ante los estragos de la guerra y las terribles imágenes que muestra la tele, no se quedaron de brazos cruzados, sino que hicieron algo. Que hicieron algo, en especial, contra Israel, el "malo" oficial. Reconocer el Estado palestino no sirve para que ese Estado se materialice, pero sirve para que tengan buena conciencia Gobiernos y ciudadanos escandalizados por las atrocidades atribuidas a los israelíes. No será útil tampoco para avanzar hacia la paz, porque en vez de privar a Hamás de todo rédito político, le ofrece un beneficio y un respiro. Pero este tipo de gestos no se hacen para intentar resolver un conflicto. Se hacen para mostrar que, como suele repetir Sánchez, se está "del lado correcto de la historia".

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