
Desde algunos sectores de la opinión pública interna y externa se contempla la conveniencia de crear un partido de centro con la finalidad de romper el dualismo imperfecto que impera en la política española. Sin embargo, este enfoque es erróneo. En un contexto de confrontación existencial, la recurrente fantasía de que una fuerza centrista pueda emerger para tender puentes, mitigar las divisiones y garantizar una estabilidad-gobernabilidad razonable no es sólo una quimera, sino una propuesta ingenua y, en última instancia, negativa e irresponsable si de verdad se pretende expulsar del Gobierno a la coalición social comunista.
De entrada, guste o no, el sistema de partidos existente en España a día de hoy se ajusta al modelo de pluralismo polarizado definido por Sartori cuyos rasgos característicos son: una elevada distancia ideológica entre las formaciones partidistas, la presencia o, para ser precisos, la percepción de dos bloques bien definidos (izquierda y derecha) y la existencia en ambos de fuerzas centrífugas. La teoría y la evidencia muestran que, cuando la polarización no es un elemento marginal, sino un factor determinante de la escena pública devora cualquier opción basada en la tibieza que es la esencia del centrismo en cualquiera de sus versiones.
El centro como síntesis ideológica -"lo bueno de la izquierda y lo bueno de la derecha"- o como expresión de "sabio" pragmatismo tiende inevitablemente a la esquizofrenia. Como escribió Duverger: "Todo centro está dividido contra sí mismo al permanecer dividido en dos mitades, centro izquierda y centro derecha. El destino del centro es ser separado, sacudido, aniquilado; sacudido cuanto vota en bloque bien por la izquierda bien por la derecha; aniquilado cuando se abstiene". El centro es un talante, una expresión de buenos modales y un mero lugar geográfico pero carece de contenido sustantivo y por eso está incapacitado para desarrollar un proyecto coherente.
Las formaciones centristas están constituidas básicamente por retroacciones y condenadas a una estrategia de mediación y de compromiso. Al estar desgarradas internamente en dos y de manera estructural no pueden tomar iniciativas claras porque ello les destruiría y, por tanto, son incapaces de llevar a cabo programa alguno. Son esclavas de la tercera vía pero ni siquiera por convicción sino por mero instinto de supervivencia. Sus mejores energías se derrochan en buscar transacciones que generen las menores resistencias posibles, Son organismos pasivos con tendencia al inmovilismo.
Un partido de centro que, por definición, carece de una ideología clara y, por ende, de coherencia programática está condenado a la ineficacia y a la incapacidad de hacer frente a los cambios estructurales que España necesita. Su ambigüedad le hace incapaz de proponer soluciones concretas a los problemas fundamentales del país. Aquí y ahora no es necesaria una formación centrista que modere a la izquierda o a la derecha sino es imprescindible una opción destinada a restaurar la democracia liberal y el capitalismo de libre empresa; no a corregir los excesos del colectivismo dominante, sino a desmantelarle.
La falta de una plataforma programática consistente lleva a que, con razón, los partidos de centro sean percibidos como oportunistas y carentes de convicciones. En un sistema donde las divisiones ideológicas son profundas y se reflejan en las preferencias políticas sobre temas clave, un partido con un ideario gaseoso aparecerá como un ente incapaz de abordar los problemas fundamentales que preocupan a los ciudadanos y carente de la brújula moral y programática precisa para proponer soluciones audaces y coherentes. Su existencia misma es una burla a la necesidad de liderazgo en tiempos de crisis.
Por añadidura, si un partido carece de un ideario preciso se enfrenta a dificultades insuperables para definir su identidad, atraer una alineación constante de votantes y contribuir programáticamente a la estabilidad del sistema. Así lo enseña la experiencia de los tres experimentos centristas desarrollados desde la restauración de la democracia y que terminaron por desaparecer: UCD, el CDS y ĆS. Pero además, en un contexto polarizado, una formación de este tipo no solo no proporcionaría los anclajes necesarios para evitar una mayor fragmentación o una acentuación del ya elevado nivel de polarización en España, sino que podría exacerbar esos problemas y la inestabilidad creada por ellos en lugar de mitigarla.
La creación un partido de centro beneficiaría a la izquierda si tuviese éxito, esto es, si lograse fragmentar el voto del segmento de la sociedad situado a la derecha de la actual coalición gobernante y de sus aliados, ya que dificultaría la formación de mayorías no colectivistas, facilitando así el acceso al gobierno o la consolidación en él de la izquierda. Si Ćs era el centro, su voto ha sido absorbido casi en su totalidad por el PP. Luego una nueva formación centrista debería crecer a costa del PP. La matemática electoral en sistemas multipartidistas es compleja, y un nuevo actor, incluso pequeño, puede alterar significativamente el equilibrio de poder al influir en la distribución del voto, especialmente en contiendas ajustadas, beneficiando al bloque de izquierda al debilitar a su principal adversario.
En este marco han de encuadrarse y analizarse proyectos como el germen de partido que se está articulando alrededor de España Mejor, el proyecto liderado por Dña Mirian González. Esta iniciativa que se proclama liberal lo es en el sentido asignado a ese término en el mundo anglosajón; esto es, un ideario mucho más cercano a la socialdemocracia que al liberalismo clásico cuyo objetivo y ambición es ser el taller de reparaciones del colectivismo patrio o, mejor, sustituir el colectivismo carnívoro existente por el vegetariano. Eso fue y es el partido Liberal Demócrata que lideró en Gran Bretaña el marido de la Sra. González, Nick Clegg que dejó de ser liberal hace más de un siglo. ¿Es esto lo que precisa España? La respuesta es sencilla: no.
