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Ministro incendiario

Al militante socialista Óscar Puente no se le convence de ceder su cuenta a un profesional porque le gusta estar provocando y ofendiendo, como un trol.

Al militante socialista Óscar Puente no se le convence de ceder su cuenta a un profesional porque le gusta estar provocando y ofendiendo, como un trol.
Óscar Puente durante su visita a las obras del AVE en la Rambla de los Feos en Sorbas (Almería). | EFE/Carlos Barba

La razón por la que los políticos con responsabilidades institucionales importantes no llevan personalmente sus cuentas en redes sociales acaba de iluminarse, a la luz de las llamas, con la conducta del llamado ministro de Transportes. Los que ceden el control de sus cuentas a un profesional de ese tipo de comunicación no lo hacen sólo por falta de tiempo. Saben –o se les hace saber– que no hay nada más nocivo para su imagen que uno de esos mensajes que salen de dentro, como escupidos, sin que medie autocensura ni autocontrol. Sus cuentas delegadas serán entonces aburridas, pero no dejarán al desnudo su ignorancia, su estulticia, su mala baba o su crueldad. Delegar la cuenta es una forma de autoprotegerse, pero también de proteger a la institución de los variables humores, impulsos y arrebatos de la persona que la representa. Pero, como es bien conocido, nada de esto vale para el que hemos de seguir llamando ministro, aunque al hacerlo haya que retirar mentalmente el empaque de autoridad, reputación, lustre o prestigio que se suele identificar con el ejercicio del cargo.

Al militante socialista Óscar Puente no se le convence de ceder su cuenta a un Community Manager porque le gusta estar ahí provocando y ofendiendo, como un trol más de la manada que corre desbocada por las redes como si no hubiera un mañana. Hay troles sedentarios, que los tienes siempre en tu cuenta y fingen que entablan diálogo, a ver si picas. Pero luego hay troles que entran y salen continuamente como movidos por un resorte, que muerden a la carrera y se largan jadeantes. El llamado ministro está entre los troles de presa, los de aquí te pillo y aquí te mato, los que desean llevarse un trozo de carne sanguinolenta entre los dientes y buscan el reconocimiento de la jauría, la bárbara celebración de la caña, la estopa y la leña al mono. Los troles, por algo, hacen su sucio trabajo desde el anonimato, pero Puente lo firma. Le gusta hacer daño personalmente. Es su signatura. Su autógrafo. En él, propasarse no es un error. Es una pulsión. Pero es una pulsión que encaja en una política de hostigamiento .

La norma con los troles de internet es no hacerles caso, ignorarlos, pasar de los reventadores. La norma es buena. Lo mejor sería ignorar a Puente –y lo más terapéutico para él– pero es miembro del Gobierno de España y cuenta, en lo que hace, con la aprobación del Gobierno de España, cuando no con su instigación. A fin de cuentas, es un Gobierno que dispone de una suerte de partida de la porra no ya fuera, sino dentro. Y no la tiene por azar. La tiene porque quiere tenerla, porque cumple una función. La finalidad, contra lo que parece, no es atacar con saña al adversario. Es atacar con saña al adversario para excitar a los propios. Para que la jauría sienta placer y vitoree al que hiere sin piedad. Es así como los fidelizan. Por la sangre virtual. Es una prueba de la debilidad gubernamental, de que no tiene nada que ofrecer, que tenga que excitar las bajas pasiones para mantener la fidelidad de su grey. Y es también jugar con fuego. El trol que ha llegado a ministro no comprende que cuando hay incendios graves lo suyo es hablar en serio y no como el trol macarra de siempre. Mostró que no hay catástrofe ni tragedia que puedan tomarse en serio los que sólo viven para destruir al adversario.

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