Víctimas
Marruecos es ese país donde pasan cosas tremendas, pero todo el mundo mira para otro lado porque hay muchos intereses en juego.
Silencio casi sepulcral en las Ramblas de Barcelona, ocho años después. De los atentados del 17-A. Cuando todo falló antes, durante y después. Antes, porque se ignoraron todos los avisos de peligro de que la capital catalana pudiese ser objeto de un ataque yihadista. Se ignoró incluso la espectacular explosión sólo unos días antes de muchísimas –demasiadas– bombonas de butano en una casa de Alcanar. ¿Hacía falta ser Sherlock Holmes para sospechar que aquello no era normal?
Durante, porque la policía catalana, descoordinada con los otros cuerpos y fuerzas de seguridad y totalmente superada por los acontecimientos, hizo un papel casi tan glorioso como el día que se les fugó Puigdemont en las narices. Mucha Operación Jaula, cero resultados. A los terroristas que pillaron los abatieron en el sitio. No consiguieron atrapar a ninguno vivo, cegando toda vía de posterior investigación. Incluso de reparación. Como a los muertos no se les puede juzgar, los hechos del 17-A nunca han pasado por un tribunal. Sólo la explosión previa en Alcanar. Uno de los resultados más amargos de eso es que, al no haber condena, las víctimas de la furgoneta asesina en las Ramblas, para el sistema, no existen. No tienen derecho a ninguna atención ni compensación como las que sí reciben, malamente, pero reciben, otras víctimas del terrorismo. Les calientan la cabeza contra el CNI y el "malvado" Estado español, les regalan estelades y estampitas del comisario Villarejo, les utilizan políticamente. Pero no les asisten. A alguien se le ocurrió crear una Oficina de las Víctimas en Cataluña, pero en 2010 la cerraron por los recortes. Tal cual. Ahora nos quieren vender como un gran éxito institucional que a lo mejor la vuelven a abrir. Sería mejor que en lugar de gastar dinero en crearla, crearan una línea directa de ayuda económica a las víctimas. Pero, pudiendo producir burocracia, ¿para qué producir soluciones?
Vivimos en un mundo que algunos pensadores ya empiezan a calificar de "victimocrático". Muchos discursos políticos se construyen alrededor de toda clase de colectivos victimizados, revictimizados y más allá: víctimas de la discriminación sexual, religiosa, patriarcal, y un largo etcétera. Está bien visibilizar las vulnerabilidades, buscar la sensibilización, etc. Pero muchas veces no se trata de eso. La víctima puede ser sólo un trofeo social o político, puede ser incluso una herramienta del activismo. De mejor o de peor fe. Porque hay quien defiende a las víctimas creyéndoselo, y pensando que puede hacer algo por ellas; hay quien se lo cree, pero sabe perfectamente que no podrá hacer nada por ellas; hay incluso quien prefiere no hacer nada por ellas, porque las víctimas perpetuas son el combustible de su discurso.
Mantener en un limbo desasistido, desesperado y hasta cabreado a víctimas del 17-A es gasolina para el delirio separatista que quiere culpar a "España" de los atentados. Así, en plan indigenista. No es muy distinto en el fondo a lo que hace Hamas con los civiles palestinos –los de verdad, no los terroristas camuflados de civiles…– a los que lleva años hurtando la ayuda humanitaria para gastársela en túneles del terror y que cuánto más jodida –con perdón– esté la gente, su propia gente, mejor para ellos: lo importante no es, no ha sido nunca, construir un Estado palestino, sino destruir el de Israel.
Visto lo visto, me llama mucho la atención el caso de Ibtissam Betty Lachgar, la feminista y activista por los derechos humanos y la comunidad LGTB marroquí que acaba de ser encarcelada por retratarse en redes sociales con una camiseta donde se podía leer: "Alá es lesbiana". Según el código penal de Marruecos, eso es un delito de blasfemia que puede llegar a ser castigado con bastantes años de cárcel…en unas condiciones penitenciarias que ponen los pelos de punta. Más para una mujer. Más para una mujer notoriamente atea y lesbiana. Dejen volar la imaginación, si la tienen.
ibtissam Betty Lachgar, nacida en agosto de 1975, tiene un perfil académico muy interesante. Estudió en el Lycée Descartes de Rabat antes de mudarse a París. Allí estudió psicología clínica, criminología y, atentos, victimología. La victimología se planteó en principio como una subdisciplina de la criminología para ayudar a comprender mejor a las personas que sufren un crimen. Pero ha ido cogiendo vida propia y vinculándose a enfoques más amplios, más sociológicos, no estrictamente limitados a lo criminal. Se puede ser víctima de tantas cosas.
Obviamente una mujer con este tipo de formación no es la típica descerebrada impulsiva que se queda en tetas para protestar contra algo y ya. Es alguien que ha medido las consecuencias de sus actos. Para sí misma y para la comunidad. Marruecos es un país especialmente complicado para hacer una protesta como la protagonizada por Ibtissam Betty Lachgar. Si lo hubiera hecho en París, no le habría pasado nada – dicho esto con prudencia, y con permiso de los muertos en la redacción de Charlie Hebdo–. Si lo hubiera hecho en Irán, ahora mismo estaríamos firmando a destajo peticiones para liberarla. Pero ha sido en Marruecos. Un país ni lo bastante liberal ni lo bastante chungo, si me permiten expresarlo de manera un tanto desacomplejada y para que se me entienda todo.
Marruecos es ese país donde pasan cosas tremendas, pero todo el mundo mira para otro lado porque hay muchos intereses en juego. Por ejemplo, nuestra querida happy pandi progre lanza manifiestos contra Christopher Nolan por grabar una película en territorios saharauis ocupados, pero se guarda mucho de hacer lo mismo cuando nuestro gobierno –y el francés, y el de Estados Unidos…– dejan el Sáhara abandonado a su suerte. La que decida Rabat.
Marruecos es ese país donde el rey, a la manera de Enrique VIII, es el líder religioso, con lo cual ni media broma con el tema. Si a eso le añadimos una resentida beligerancia hacia las antiguas potencias coloniales en la zona –empezando por España–, cualquiera les dice nada sin meterse en un lío. Marruecos ha demostrado sobradamente su impermeabilidad a las campañas a favor de los derechos humanos – vean lo qué pasó con la familia Oufkir– y en la libertad de prensa sencillamente no creen. Si periodistas franceses o españoles denuncian abusos en Marruecos, la lectura marroquí invariable es que son ataques orquestados por los respectivos gobiernos. Actúan en consecuencia, y no es raro el periodista que se ve silenciado, hasta el punto de perder su trabajo a veces.
Ibtissam Betty Lachgar debía ser muy consciente de todo esto cuando decidió colgar esa foto. Yo no lo habría hecho –no sólo por las consecuencias, sino porque mi idea de activismo y hasta de protesta es otra–, pero por supuesto me apunto a pedir su liberación y a pedir que estemos pendiente de su caso, que no lo dejemos caer en la insignificancia ni en el olvido. Que no la dejemos pudrirse como víctima. A lo mejor ella está dispuesta al martirio porque creyó que no había otra manera, como parecen creer algunas víctimas del 17-A, como parecen creer –o eso dicen, o les hacen decir– muchas víctimas de la situación en Gaza. Me horroriza sólo pensarlo. Ser víctima debería ser un punto de partida, jamás un punto de llegada, mucho menos un statu quo que ya no se pueda nunca modificar…por el bien de la causa. ¿Qué fin justifica cuántas víctimas?
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