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Trump asume que la paz en Ucrania necesita garantías de EEUU

Pese al empeño de Donald Trump de acabar pronto con esta guerra, las sonrisas en la reunión en la Casa Blanca no son más que un punto de partida.

Seis meses después de la encerrona que sufrió Zelenski en la Casa Blanca en febrero, con JD Vance y el propio Donald Trump ejerciendo de matones, la segunda visita del presidente ucraniano ha sido completamente diferente. En el tono, en las formas y, sobre todo, en el fondo. Acompañado por algunos de los principales líderes europeos, entre los que por supuesto no se encontraba Pedro Sánchez, se discutió sobre el marco en el que se celebrarán las negociaciones de paz, que podría resumirse en que Ucrania deberá ceder parte de su territorio a cambio de garantías de seguridad explícitas y fiables que permitan a su pueblo confiar en que Putin no volverá a atacar su país.

Al margen de las relaciones personales, estas garantías fueron el principal escollo de la reunión de febrero, porque exigen a Estados Unidos arremangarse y poner de su parte. Dado que Putin no quiere ni oír hablar de un posible ingreso de Ucrania en la OTAN, la solución intermedia que ha capitaneado Meloni es la adopción de una protección similar a la del artículo 5 del tratado, que obliga a los miembros de la Alianza a considerar un ataque a cualquier otro miembro como un ataque a su propio país, sin necesidad de que Ucrania ingrese en la OTAN. Al igual que con la extensión final de los territorios que deba ceder el Parlamento ucraniano, el formato que adoptará esta protección será esencial para que exista un acuerdo, dado que el tristemente célebre antecedente del Tratado de Budapest de 1995, por el que Kiev renunció a su arsenal nuclear a cambio de garantías por parte de Rusia, Estados Unidos y Reino Unido de garantizar su unidad territorial.

Los antecedentes no invitan a ser optimistas, pese a lo cual sería un ejemplo de ceguera voluntaria no reconocer que Donald Trump ha ido cambiando su discurso a lo largo de los meses tras varias negativas de Vladimir Putin a sus planes para, al menos, acordar un alto el fuego, que en cambio sí fueron aceptadas por Zelenski. Posiblemente también han jugado un papel su creciente confianza en Marco Rubio, que parece haber sustituido al vicepresidente JD Vance como principal apoyo de Trump en política internacional, y hasta la influencia de su mujer Melania, que ha reconocido el presidente de Estados Unidos y que ha tenido incluso un papel activo durante estos días con su reclamación por escrito a Putin de que deje de bombardear civiles.

No obstante, pese al empeño de Donald Trump de acabar pronto con esta guerra, que considera responsabilidad de su predecesor, y el recuerdo de su ridícula promesa de campaña de acabar con el conflicto en 24 horas, las sonrisas en la reunión en la Casa Blanca no son más que un punto de partida. Reconocer que la solución pasará por que Ucrania ceda territorios a cambio de garantías de seguridad es adoptar un marco en el que se puedan desarrollar las negociaciones, pero no supone ningún acuerdo concreto. Y los continuos cambios de opinión de Trump en favor de los intereses rusos cada vez que ha hablado con Putin no invitan al optimismo. De hecho, este martes ya estaba echándose atrás de la idea de tener a soldados norteamericanos en Ucrania.

La injusticia de que Ucrania renuncie a parte de su territorio y el incentivo que supondría para que Rusia acometa en el futuro otras aventuras contra otros países no deben ocultar la realidad: desgraciadamente, el heroísmo ucraniano sólo ha podido contener el poderío ruso, pero después de más de tres años no ha logrado poner a Moscú a la defensiva salvo en momentos muy concretos de la guerra. Ni siquiera cuando el Gobierno de Biden estaba firmemente comprometido con su causa. El desgaste que ha degradado las capacidades militares rusas y que ha provocado la disminución de su esfera de influencia, como demuestra el reciente acuerdo entre Armenia y Azerbaiyán, también afecta a Ucrania. Nada gustaría más a este periódico que la retirada completa de Rusia de territorio ucraniano, pero por desgracia ese barco parece haber zarpado. Que el resultado no sea una victoria clara para Putin es la única esperanza realista a la que podemos aferrarnos.

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