
En Oriente Medio no existen soluciones definitivas, ni sencillas, ni podemos aspirar a un clima de seguridad y de paz como lo imaginamos los europeos, tres mil años de historia lo atestiguan. Este primer aspecto es fundamental para enfocar cualquier aproximación al problema entre palestinos e israelíes. Cualquier potencial solución tendría muchas aristas, una gran porosidad y requeriría de generaciones para solidificarse, si es que alguna supera el paso del tiempo.
Desde la guerra de 1973, Israel no había mostrado ninguna ambición expansionista y, desde aquella década, ha ido reduciendo su presencia territorial alrededor de sus fronteras, hasta hace unos diez años en los que el gobierno de Netanyahu adoptó una estrategia de expansión, no solo por motivos de seguridad sino para asegurar la inviabilidad de un estado palestino. Los acuerdos de Oslo, lejos de solucionar nada, crearon un problema mucho mayor, como hemos visto en todos estos años.
Los acuerdos de paz con Egipto y con Jordania asentaron la creencia en aquel momento de mayoría laborista, de que era posible alcanzar un acuerdo similar con Fatah, y este fatídico error de cálculo de la izquierda israelí durante los noventa, generó una situación insostenible para todos y creó unas expectativas en el pueblo palestino que no estaban en el Acuerdo de Partición, que precisamente estableció la "solución de dos estados" que fue desechada por los árabes y aceptada por Israel. Durante ochenta años, los árabes han peleado por eliminar la solución de los dos estados.
El aspecto demográfico es clave en todo este proceso. Hace 25 años, la población de Israel ascendía apenas a seis millones, de los cuales 1,2 millones eran árabes. En él año 2000, habitaban en los territorios palestinos de Cisjordania y Gaza casi tres millones de personas, de ellas unos 250.000 judíos. Hoy, la población de Israel roza los 10 millones, con un poco más de dos millones de árabes, mientras que en Gaza y Cisjordania viven en la actualidad más de cinco millones de personas. En Cisjordania, 3,2 millones, de los cuales son judíos unos 450.000.
En conclusión, sumando toda la región, en 2000, vivían 9 millones de personas, cuatro millones de árabes y cinco millones de judíos. En 2025 en la misma porción de tierra, viven 15 millones de personas, y de ellas son árabes casi 7 millones. Aunque la natalidad entre los judíos más conservadores es superior a la de los árabes con pasaporte de Israel, la población en las zonas autónomas mantiene una tendencia de crecimiento superior al resto de sus vecinos, incrementando el desequilibrio. Teniendo en cuenta esta evolución, es muy probable que la población árabe en la suma de los territorios sea mayoritaria en una década. Este es un primer factor a considerar en las intenciones de Netanyahu. Una situación como esta resultaría muy complicada para la población judía de Israel y sin duda que esta realidad está presente en los planes del gobierno de Netanyahu. Una minoría puede sojuzgar a una mayoría por la fuerza, pero en un sistema democrático, resulta casi imposible.
Un segundo elemento a considerar es el panorama político. Todas las encuestas auguran para las elecciones de 2026 un triunfo para la Nueva Derecha de Bennet, que tendría imposible gobernar con la actual oposición por su abismo ideológico, pero nunca se sabe. Bennet apoya la implantación de colonos en Cisjordania y se opone a la solución de dos estados. Sin embargo, Netanyahu no acaba de confiar en un líder que podría depender de los partidos de la oposición que sí aceptan la solución de dos estados y prefiere zanjar el problema con medidas irreversibles para evitar una situación política proclive a ceder en un futuro cercano todo lo conseguido en estos tres años.
En consecuencia, entre las cuestiones de seguridad ya bastante analizadas y la demografía, resulta evidente que Netanyahu intenta hacer inviable a futuro la solución de dos estados, y eso pasa por incrementar la población judía en Cisjordania para imposibilitar un estado palestino con continuidad física y dar una solución a Gaza que pasaría por su anexión por Egipto o una deportación masiva de palestinos a terceros países para reducir la población y hacer más sencillo el control militar.
Sin embargo, entre la población israelí, las posiciones no están tan claras. La solución de dos estados con garantías de seguridad sigue siendo la preferida de la mayoría, aunque este porcentaje se ha reducido ligeramente entre la población judía después de los atentados de Hamás. El pueblo de Israel lleva casi ochenta años luchando y el hastío en la población joven es enorme. La historia, el sionismo, el Holocausto, aunque muy presentes en la sociedad, ya no compensan de las ansias de paz y seguridad de los jóvenes que no quieren combatir para que, al final, nada se solucione definitivamente.
Finalmente, ante el escaso futuro de Netanyahu, el apoyo sin fisuras hasta el día de hoy de Trump y el creciente reconocimiento internacional del estado palestino, no hay un horizonte para una solución diferente que la ocupación militar de Gaza y la continuidad de la ocupación judía de Cisjordania, bajo la óptica del actual gobierno. Como señalaba, esto no es una solución para siempre, pero servirá para ganar tiempo a Israel.
A menudo, la estrategia suele ser acertada, pero la táctica la hace inviable, y es en el tablero donde deben implementarse estas acciones, y es aquí donde entran en juego las estrategias de los otros actores que pueden hacer inviable los objetivos del primer ministro de Israel.
El 30% de la economía de Israel depende del exterior. Una política que vaya en contra de la inmensa mayoría de los clientes o proveedores, resultaría muy contraproducente. China y la Unión Europa suponen casi el 50% de su comercio, Es decir, Israel no puede hacer oídos sordos a las opiniones de la comunidad internacional y necesita de los fondos de inversión europeos y asiáticos para continuar su liderazgo tecnológico, y estos cada vez están más mediatizados por las cuestiones políticas. Por mucho desprecio que Netanyahu muestre por estos posicionamientos, no puede ignorarlos.
El envejecimiento de su población, entre los veinte más altos del mundo, indican una evolución demográfica que afectará muy negativamente a su capacidad de defenderse militarmente en un futuro. Frente a un mundo árabe que todavía mantiene una población extremadamente joven, la población judía de Israel será más vieja con menos jóvenes para servir en filas de manera que plantear otros ochenta años de guerra no parece un futuro muy halagüeño para las nuevas generaciones.
El esfuerzo bélico de Israel está teniendo efectos muy negativos sobre la economía. El mantenimiento de una fuerte inversión militar a largo plazo perjudicará el desarrollo económico y generará más inestabilidad social. Israel incrementó en 2024 su gasto en defensa en un 65% hasta los 46.500 millones de dólares, solo en diciembre pasado gastó 5.700 millones, lo que indica que en 2025 el gasto militar estará en los 60.000 millones de dólares, lo que supondrá el 12% del PIB, solo Ucrania supera este porcentaje en el mundo. Un interminable conflicto tendría unas implicaciones muy negativas sobre la economía de Israel, y este es otro factor que no se puede despreciar alegremente.
Cabe la posibilidad de que Israel haya destruido la capacidad nuclear iraní, y es posible que Hamás haya sido eliminada, pero ninguno de los grandes problemas enumerados anteriormente se eliminan por arte de magia. Seguirá estando rodeada de dictaduras con una población que suponen más de 150 millones de árabes. La inestabilidad en Siria, Líbano Yemen e Irak se mantiene intacta, mientras que Egipto e Irán pueden estallar en cualquier dirección y cinco millones de palestinos claman venganza. Estos riesgos no son menores y pueden verse incrementados si la estrategia actual continúa.
El apoyo de Trump, suponiéndolo al cien por cien, tiene fecha de caducidad y viendo las primarias del partido demócrata, Israel podría encontrarse con un radical en la Casa Blanca en cuatro u ocho años y la estrategia podría venirse abajo y este es otro factor crítico a futuro.
Pero existe un factor más relevante, quizás no tan tangible, pero mucho más importante y que comienza a tener efectos muy negativos sobre Israel, que es la cuestión reputacional. Todo lo demás podría ir bien, pero si es a costa de la imagen y la reputación de Israel en el mundo, el resultado a largo plazo no será nada positivo.
Durante estos meses, hemos oído repetidamente frases referentes a la defensa de Occidente que hace Israel en su lucha contra Irán o Hamas, o a la raíz judeocristiana que muchos europeos creen ver en la configuración de este concepto tan manido como cultura occidental que nos hace aliados de Israel en cualquier caso en su lucha por su supervivencia como estado.
No tengo ninguna duda de que Israel defendiéndose de sus enemigos, contribuye a la seguridad global del mundo, de Occidente y también de muchos países árabes que comparten miedos y amenazas con Israel.
Pero Netanyahu y una gran parte de sus apoyos no han calibrado las externalidades negativas de su acción. La prosperidad de Israel, rodeada de enemigos depende de sus buenas relaciones con los países más ricos: Europa, China y Estados Unidos. La descapitalización ética de la causa judía es un coste demasiado alto para un estado y un pueblo que se ha agarrado como un clavo ardiendo a su legitimación moral para justificar sus acciones y generar la obligación de Occidente de apoyarlo. La alegoría del pequeño David judío derrotando al gigante Goliat árabe que tanta empatía generó en el mundo, se ha dado la vuelta y vemos como el gigante judío aplasta con fruición al pequeño David palestino y esta percepción ha cambiado las empatías, y esto es un hándicap enorme para Israel, por muy fuerte que se crea solo con la ayuda americana.
Y regreso al origen. La raíz de Europa no es el judaísmo, de hecho recordemos los pogromos, la discriminación, el antisemitismo, los barrios separados del resto de europeos. Los judíos que han contribuido al progreso de Occidente y sus raíces fueron aquellos que dejaron al margen su práctica religiosa en su vida diaria. Pocos judíos ortodoxos han contribuido a construir Europa, y sin embargo, saquemos la lista de judíos ilustres que forman parte de la existencia de Occidente: Karl Marx, David Ricardo, Einstein, Nils Bohr, Kafka, Kiefer, Modigliani y un larguísimo listado de capitalistas, inversores, banqueros, profesionales y comerciantes, lo que denomino los judíos occidentales, que contribuyeron de manera determinante a la construcción de la Europa moderna, aunque nunca los europeos les reconocimos la contribución. El Holocausto y la emigración a Israel buscaron precisamente eliminar esta raíz judía de Europa, un crimen y un error que el Viejo Continente lleva pagando desde hace décadas, frente a la innovación y desarrollo de Estados Unidos, Israel y Extremo Oriente.
La segunda raíz de Europa es el cristianismo, que tiene su base en el amor al prójimo y en la protección de los débiles. Frente a un Yahvé guerrero, el Dios cristiano es pacífico, quiere la paz, la fraternidad, el amor. Finalmente y la más importante, sin duda, Grecia en su racionalismo es la antítesis de lo supersticioso, de lo fantástico de lo irracional, de lo fanático, con Roma articulando jurídicamente la combinación del cristianismo y Atenas.
¿Qué tienen en común estas raíces de Occidente? la ética, la empatía, la solidaridad. Todos y cada uno de los occidentales sufren por el mal de los demás, por el hambre en el mundo, por la ausencia de libertad. Desde la Ética a Nicómaco los europeos hemos luchado por la libertad, por la justicia, por la igualdad de los seres humanos, con mayor o menor éxito, pero nunca nos hemos conformado. El derecho Natural y el de Gentes desarrollado en la Europa moderna tienen como fin el bien común, la paz y la justicia porque estos son nuestros objetivos como sociedad.
Por eso, más allá de otras consideraciones, nos duele la situación en Gaza, porque no resistimos el sufrimiento gratuito de los inocentes, su voz agónica nos duele, su hambre física es nuestra inanición moral. El mundo no puede permitir que para defender nuestros supuestos principios tengamos que renunciar a ellos. De esta manera, una guerra justa puede devenir en injusta si perdemos el objetivo moral al que toda acción humana debe mirar. Israel no puede permitirse dilapidar su gran activo moral por sus errores en el campo de batalla.
Es hora de que todos seamos atrevidos, no se trata de condenar a Israel sino de convencerles de que si aspiran a ser parte de nuestro mundo, deben actuar en consecuencia y deben comprender que no hacerlo acabará derivando en males mayores para todos y sobre todo para ellos.
Israel ha conseguido algunos objetivos en esta guerra, pero son menores, insignificantes, si no sirven para crear condiciones de paz y estabilidad a futuro y está remando en la dirección contraria. El primer paso para la paz de Israel es liberar Gaza y a sus habitantes de la tragedia de no tener un país estable, secuestrado por un grupo terrorista que permite que mueran sus niños y ancianos solo para mantenerse en el poder, hay que salvar YA a los gazatíes, como seres humanos, del hambre y la destrucción producida por Israel y Hamás.
Los palestinos no se van a ir porque no tienen dónde irse, y porque solo tienen ese pedazo de franja para echar raíces, y lo harán, y se multiplicarán y llegará un día en que los desequilibrios los puedan hacer más fuertes y todavía no habrán olvidado el sufrimiento.
Israel debe comprender qué significa ser occidental, no es una alegoría religiosa de un mundo que solo existe en los espíritus, sino una forma de convivir entre humanos, de forma civilizada en el que la prosperidad, la libertad y la justicia son siempre el mejor camino para la paz y la seguridad. Pueden pensar que podrán vivir solos alejándose de Occidente, pero entonces se acercarán a aquello que pretende destruirnos, a un mundo oriental que necesita abordar el camino que nosotros iniciamos hace doscientos cincuenta años.
La nueva ocurrencia de Netanyahu, resulta incomprensible desde el punto de vista militar y político. Resultaría mucho más comprensible la ocupación militar y poner al territorio de Gaza bajo la autoridad de Israel como potencia ocupante, y asumir el coste de la invasión y de la descomposición de Hamás. La situación de odio y destrucción no era menor en Japón y en Alemania en 1945, y sin embargo la ocupación y la reconstrucción salvaron a estos dos países y generaron una relación estable durante décadas que trajo la paz perpetua. Israel debe asumir la responsabilidad de gobernar Gaza hasta que pueda conducirse sola. Pero los aliados querían recuperar Japón y Alemania, no aniquilarlos, y si analizamos la situación de ambos países hoy vemos que se hizo lo conveniente. Esta la principal lección que debería aprender Israel, está llamado a reconstruir Gaza y salvar a sus enemigos de hoy.
