
La pequeña polémica entre los influyentes de las redes sociales de esta semana ha tenido como origen unas declaraciones de Marina Rivers en un programa de televisión en la que discutía el problema de la vivienda. El problema no es tanto lo de que dijo, la típica ensalada insulsa de lugares comunes contra el capitalismo que se cuidó muy mucho de no salirse ni un centímetro del discurso aceptado, por más que sea completamente inútil si lo que se quiere es abordar el problema con seriedad. No, el problema fue que se incluyó a sí misma como parte de esos jóvenes que sufren con los altos precios de la vivienda. Y claro, como ha ganado todo el dinero del mundo como influencer y ha mostrado al mundo el chalet adosado de varios pisos que se ha agenciado en consecuencia, se ha visto como un intento de apropiarse del sufrimiento ajeno bastante repugnante.
Naturalmente, no es necesario sufrir en primera persona un problema para denunciarlo. Pero está claro que si al discutir sobre el aborto yo me incluyera entre quienes tienen ante sí semejante decisión, alguien podría venir a decirme con toda la razón del mundo: "Vamos a ver, Danielón, que eres un mamarracho calvo de casi cincuenta años de edad, pero qué me estás contando". ¿Significa eso que como hombre de mediana edad yo no puedo pensar y expresar mi opinión sobre ese asunto? Pese a que algunas feministas totalitarias digan lo contrario, claro que puedo y tengo el derecho de hacerlo. Pero sin colocarme a mí en el centro, en la primera persona de la angustia de tener que tomar una decisión así y de acarrear con las consecuencias de por vida.
Los norteamericanos se tomaban muy en serio las acusaciones de "valor robado", que es como denominan a quienes aseguran falsamente ser un veterano, haber estados en las Fuerzas Armadas, haber participado en acciones bélicas. Pocas cosas podían enviar a una figura pública al ostracismo que apropiarse de las cualidades humanas necesarias para poner tu cuerpo en la línea de fuego y del sufrimiento tanto físico como mental que esto puede producir. Pero fueron también pioneros en trasladar este estatus de los héroes a las víctimas; de ahí que se dieran casos como el de Jussie Smollett, que fingió haber sufrido un ataque racista en Chicago para elevar su caché y lograr un aumento de sueldo en la serie en la que trabajaba, Empire.
Rivers, tras ser denunciada por un youtuber andorrano, se defendió argumentando que claro que también sufre el problema, que por culpa de esos precios sólo tiene una vivienda y no tres. Ella no puede convertirte en casera y hacer negocio inmobiliario y tú no puedes irte a vivir solo o en pareja hasta los cuarenta. Empate. Cuando tus argumentos son más emocionales que racionales, es normal que acabes añadiendo toda la carga sentimental que puedas, como la legitimidad robada de la víctima que no eres, para darles un peso del que carecen.
Cualquiera puede opinar sobre cualquier asunto público, sólo faltaba. Pero resulta difícil de aguantar cómo se ha normalizado ese tonito de madre superiora que te va a explicar a ti en qué estás pecando cuando viene de quien antes de las diez de la mañana ya ha incumplido sus propios mandamientos varias veces. Que sí, que te puede preocupar mucho el cambio climático, pero no puedes regañarnos por las emisiones de nuestro modo de vida si luego te vas a casarte a Las Vegas por las risas. Que sí, que te puede preocupar mucho que los jóvenes no tengan donde caerse muertos, pero no puedes incluirte en ese grupo teniendo un casoplón sin banalizar el problema. Las piedras que tiráis caen en vuestro tejado. Y los deditos levantados todos sabemos dónde os los podéis meter.
