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Pedro y los aviones

No sólo usa el Falcon, también gusta Pedro Sánchez de aprovechar las ventajas que proporciona la aeronáutica para las más inconfesables finalidades.

No sólo usa el Falcon, también gusta Pedro Sánchez de aprovechar las ventajas que proporciona la aeronáutica para las más inconfesables finalidades.
Una pancarta representando a Pedro Sánchez en su falcon. | C.Jordá

Nadie ignora la propensión de Sánchez a volar. Es una inclinación notable en una persona tan medrosa como él. Sin embargo, la afición de nuestro presidente al transporte aéreo no se limita a sus viajes en avión privado, muchos de ellos por el placer de montarse en un aeroplano, pues se trata de recorrer unos pocos kilómetros. Ni a los constantes vuelos que, según algunas fuentes, hace el Falcon, que entre todos le pagamos, a la República Dominicana. También gusta nuestro hombre de aprovechar las ventajas que proporciona la aeronáutica para las más inconfesables finalidades. En un vuelo secreto trajo a España para curarse del covid al jefe del Frente Polisario, Brahim Ghali. El viaje se ocultó para no irritar al rey de Marruecos y evitar al enfermo la engorrosa obligación de tener que responder de algunos delitos de los que está acusado en España. Al fin, como todo se supo, tuvo que comparecer telemáticamente ante el juez Pedraz de la Audiencia Nacional, que no lo sometió a medida cautelar alguna, y naturalmente, el saharaui, cuando estuvo curado, se volvió de la misma forma que vino, por aire.

También invitó Sánchez a Madrid a la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, que sin embargo no podía viajar a España por estar sancionada a no pisar territorio de la Unión Europea. Nuevamente el problema se resolvió mediante un avión, que aterrizó en Barajas y permitió a la menuda venezolana saltarse la prohibición europea siquiera durante unas horas. Y no sólo, sino que además aprovechó la escala para dejar unas decenas de maletas cuyo contenido aún hoy se ignora. Koldo García, que estuvo en el aeropuerto acompañando al ministro Ábalos, y que tan aficionado era a grabar todas sus conversaciones, no guarda ni una de aquella noche ni ha querido contar nada de lo que vio u oyó del miedo que le da pensar en lo que podría pasarle si lo hiciera.

Ahora nos enteramos de que el pasado día siete, pocas semanas después de una visita de Sánchez a Mauritania, aterrizó de emergencia en un pequeño aeropuerto de Soria un avión de transporte militar mauritano a consecuencia de una supuesta avería. Hoy se sabe que no hubo tal, que el avión fue hasta allí porque era allí adonde quería ir y tenía autorización para aterrizar a pesar de que el pequeño aeródromo carece de aduana y de servicios de mantenimiento. Se sabe pues que no hubo ninguna alarma y que el ministerio de Asuntos Exteriores tenía cumplida información de la llegada del aparato. Se sabe asimismo el nombre de dos de los tripulantes, que eran españoles en misión para el ejército mauritano. Había sin embargo un tercero cuya identidad se ignora. Se trata por lo tanto de un vuelo lleno de irregularidades, relacionado necesariamente, pues las casualidades no existen, con la visita de Sánchez al país musulmán y que no se sabe si vino a dejar a alguien, tal vez la tercera persona no identificada, o a dejar algo o a llevárselo. El Gobierno, en cualquier caso, calla.

Y estos tres episodios son los que por fas o por nefas se conocen. Sólo Dios sabe qué más casos de vuelos irregulares se habrán producido en España desde que gobierna esta especie de organización criminal en que se ha convertido el PSOE desde que se apoderó de él Sánchez.

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