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Anna Grau

La mili de Gila

Yo iría a la mili, si la hubiera. Y creo que todo el mundo debería ir.

El Rey preside la entrega de Reales Despachos en la Academia General del Aire (AGA). | Casa Real

No sé si todo el mundo querrá acordarse ahora mismo, pero al servicio militar obligatorio en España le puso punto y final José María Aznar…en cumplimiento de sus acuerdos con Jordi Pujol. Fue una exigencia de los "catalanes", sí. De los de antes. Pasó un poco como con los toros. No se prohibieron en Cataluña por un tema de más o menos animalismo, sino por considerarse una españolada. Lo mismo con el "ejército español". Había a quien le molestaba más el adjetivo que el sustantivo.

Desde entonces ha llovido mucho, y a lo mejor habría que darle una pensada al tema…que ningún político en su sano juicio (a no ser que vaya muy sobrado) se atreverá a darle. Hablar aquí y ahora de reinstaurar la mili sería un suicidio electoral.

En parte se comprende. La mili española distaba mucho de ser ideal o ni siquiera ejemplar. Era un poco la mili de Gila. Cutre, rancia, inútil. Muy al principio, cuando muchos españoles podían nacer y morir sin haber salido nunca de su pueblo, e incluso sin haber aprendido a leer y a escribir, pudo tener un valor de coctelera social transversal que con el tiempo se fue perdiendo, para ser vista por casi todo el mundo como una antigualla y un incordio. Se pasó así a un modelo mucho más moderno, en teoría, de unas fuerzas armadas mucho más compactas (pequeñas) y profesionales.

¿Nos ha ido bien así? Sí, mientras la España primero trágica y sinceramente desgarrada por el trauma de la guerra civil, y después ausente de las dos guerras mundiales, ha podido permitirse el lujo de la insignificancia internacional. Y mientras el mundo de nuestro entorno ha sido razonablemente seguro, o por lo menos pastoreado por las grandes potencias bien armadas mientras nosotros andábamos en otras cosas. Que defiendan ellos.

¿Podrá seguir siendo siempre así? Sinceramente, lo dudo. No dudo tampoco de que detrás de la decisión de Alemania de restablecer el servicio militar (obligatorio para los hombres, voluntario para las mujeres: si eso no es brecha de género, que baje Dios y lo vea) hay cierto cálculo político. Cierto postureo. Pero también hay cierta dosis de realidad, visto el escenario geoestratégico que se nos está quedando.

¿Seguro que no nos encontraremos nunca más una guerra a las puertas? ¿Seguro, segurito? No sé yo, no sé yo. Por si acaso, me gustaría que estuviéramos preparados para ello.

Evidentemente en nuestro caso no bastaría con desempolvar la mili obligatoria y ya está. No con nuestra actual incultura de Defensa. Habría que empezar a lo mejor por dignificar el sueldo de nuestros actuales soldados profesionales, que básicamente se dividen en dos categorías: los de familia militar de toda la vida, que como quien dice nacen con galones en el biberón, y los desfavorecidos, mayoritariamente inmigrantes, que se alistan para cobrar una paga mísera, pero segura. Estaría bien que algunos progres ultrasolidarios le dieran una vuelta a esta realidad.

El servicio militar obligatorio tiene sentido si sirve para algo. Por ejemplo, en Israel. Más allá del detallito de que este país vive en guerra perpetua, ir a la mili allí no ha significado nunca acarrear un cetme roñoso o hacer guardia en garitas de mala muerte o aguantar novatada tras novatada. Del ejército israelí se sale a menudo con conocimientos que explican el nacimiento de muchas start-up de ese país. Ah, y las mujeres también van. Todavía no los ultraortodoxos, pero eso es un serio problema… que aquí no creo que fuéramos a tener.

Yo iría a la mili, si la hubiera. Y creo que todo el mundo debería ir. En condiciones dignas y con aprovechamiento para el que va, y con posibilidades de cimentar, no sólo una cultura seria de Defensa, también un serio espíritu de servicio comunitario. Para aquellos que realmente no toleren la idea de portar armas (algo que, advierto, difícilmente les sacaría del lío en caso de guerra real), siempre existe la opción de hacer servicios auxiliares que no exijan poner a nadie en un compromiso. De momento, insisto.

Como fórmula de transición se podría crear un programa de incentivos, que apelara no sólo a los más débiles de la escala social, sino a todo el mundo. Se podrían dar facilidades y ayudas para comprar o alquilar un piso a los jóvenes que vayan. Se podrían pagar estudios. Estancias en el extranjero, una especie de Erasmus de la OTAN. En fin, soñar es gratis porque, insisto, ahora mismo veo difícil que ningún político aquí se atreva a asumir el desgaste de ni siquiera proponerlo. Ya se sabe que una cosa es ganar elecciones y otra muy distinta es gobernar.

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