¿Por qué se protesta por Palestina y no por el Sáhara?
La sobreactuación de la izquierda con Gaza es inversamente proporcional a su coherencia en su compromiso con la causa saharaui.
La izquierda española se desgarra las vestiduras por Palestina, pero guarda un silencio cómplice frente a la ignominia hacia el pueblo saharaui. No se trata de un matiz secundario, sino de una contradicción moral nuclear que revela hasta qué punto la política exterior del progresismo español es puro teatro.
Las manifestaciones por Gaza se suceden con pancartas, gritos y lágrimas. Se construye un relato épico en el que un pueblo vejado, vilipendiado y ultrajado lucha contra un invasor colonizador, el cual es el villano perfecto: judío, occidental y aliado de Estados Unidos. La narrativa encaja como anillo al dedo en una cosmovisión en la que todo es sencillo y binario, de tal forma que unos seres de luz oprimidos se contraponen con una irreal perfección frente a unos villanos opresores. Y en ese marco, la izquierda puede exhibir una superioridad moral a bajo coste.
Pero cuando el escenario cambia y la víctima es el pueblo saharaui, el entusiasmo se desvanece. ¿Por qué no hay mareas humanas en las calles exigiendo la independencia del Sáhara? ¿Por qué no se boicotea a los equipos marroquíes en competencias deportivas como ha pasado con Israel en la Vuelta Ciclista? ¿Por qué las vidas palestinas valen más que las saharauis? La respuesta es tan evidente como incómoda: porque la defensa de nuestros compatriotas africanos exige coherencia, valentía y memoria, tres virtudes de las que adolece la política española.
La causa saharaui: una lucha democrática que no merece ser abandonada
Hay cuatro argumentos fundamentales por los que la causa saharaui debería ser defendida con mucho mayor ahínco que la palestina por cualquiera que quiera ser considerado demócrata.
En primer lugar, está el aspecto histórico. Cada pueblo tiene que responsabilizarse de sus decisiones, y Palestina se encuentra en esta situación porque cinco naciones árabes se lanzaron en 1948 en una guerra sin cuartel contra Israel. Hay que ser honesto y decir que si hubiesen conseguido su objetivo original, el pueblo israelí hubiese sido arrasado sin contemplaciones y borrado literalmente del mapa sin la menor vacilación.
Pero contra todo pronóstico, fue Israel quien ganó la guerra y la encargada de encauzar la magnanimidad en la victoria que, aún siendo mucho más generosa que lo que hubieran perpetrado las naciones árabes, en los últimos tiempos ha sido a mi juicio escasa —lo cual es comprensible por el trauma que arrastran los israelíes por las atrocidades cometidas el 7 de octubre—, y es urgente que la nación hebrea vuelva a la munificencia propia de Occidente para permitir encauzar el conflicto. Por el contrario, el Sáhara no atacó a nadie, sino que fue el propio Marruecos quien decidió tomar sus tierras por encontrarse en una situación de debilidad.
En segundo lugar, por la defensa de los saharauis de su causa a través de métodos fundamentalmente legales y pacíficos. Aunque en sus inicios hubo momentos convulsos con España, el Frente Polisario se defendió contra la ocupación marroquí mediante la guerra convencional, sin terrorismo ni ataques a víctimas civiles, y desde 1991 hay un alto al fuego vigilado por la ONU. En cambio, en Palestina operan grupos terroristas como Hamás que llegaron a ganar las elecciones, se les da respaldo por una parte importante de la sociedad permitiendo que construyan túneles y lanzacohetes en colegios, hospitales y viviendas y se celebraron los asesinatos del 7 de octubre con multitudinarios desfiles en donde se exhibieron y profanaron los cadáveres de las víctimas.
En tercer lugar, por la responsabilidad histórica que atesora España, ya que el Sáhara fue nuestro territorio hasta 1975, cuando lo entregamos vergonzosamente a Marruecos. Esa deuda no prescribe: mientras no cumplamos con nuestro deber, los saharauis son compatriotas desprotegidos, conciudadanos abandonados a su suerte. Callar es prolongar la traición y consagrar la cobardía nacional.
En cuarto lugar, porque Israel es la única democracia occidental homologable en la zona. Aún con sus errores y excesos, responde a estándares institucionales y de libertades muy superiores a los de sus vecinos. Demonizarla mientras se ignora la represión marroquí no revela más que una perversa hipocresía ideológica.
Gaza: una enorme cortina de humo para tapar la corrupción socialista
Por otra parte, la causa palestina es un filón para la izquierda. Sirve para movilizar a las bases, lanzar proclamas incendiarias contra Occidente y exhibir una superioridad moral impostada. No compromete relaciones de poder relevantes ni exige sacrificios diplomáticos de calado para los intereses del PSOE—que están lejos de ser los mismos que los de España, ya que ponernos en contra a Estados Unidos mientras somos sumisos con Marruecos es un tándem muy peligroso—. La causa palestina es la protesta fácil, la pancarta de saldo, el postureo con el que pretenden sentir que hacen algo frente a un perverso sistema que les oprime.
Pero hay algo más: esa sobreactuación sirve también como cortina de humo para tapar la corrupción que asfixia al progresismo español. Mientras los dirigentes de la izquierda radical se pasean con kufiyas y posan en manifestaciones por Gaza, los dirigentes del PSOE animan a las protestas porque las instituciones están enfangadas en escándalos de malversación, mordidas, colocaciones de prostitutas y chiringuitos ideológicos. Gritar contra Israel resulta mucho más cómodo que rendir cuentas ante los jueces. Agitar la causa palestina les permite desviar la atención mediática y mantener a su electorado movilizado a base de emociones baratas.
El Sáhara, en cambio, no les sirve para eso. No es rentable, no genera titulares fáciles ni encubre sus miserias internas. Hablar del Sáhara es hablar de la traición de Sánchez, de la sumisión a Marruecos y de la incoherencia de la izquierda.
El progresismo español no defiende a los pueblos oprimidos, sino que selecciona causas que le resultan útiles para su propaganda. Palestina les da pancartas; el Sáhara, responsabilidades. Y ante la disyuntiva, eligen siempre lo mismo: la foto fácil, la épica impostada, la mentira rentable. La izquierda no abandona al Sáhara porque lo olvide, lo proscribe porque le estorba.
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