Farsa de la flotilla de charanga y pandereta
Lo normal en un jefe de Gobierno, que es que come mal y duerma peor, resulta que en Sánchez se vuelve prueba de especial humanidad y motivo de vanagloria.
La aportación del Gobierno de España para resolver el conflicto en la franja de Gaza ha consistido en unas actuaciones que dan cuenta, por sí solas, de cuál es su relevancia y cuál su grado de compromiso. Como poseído por una prisa frenética, en las últimas semanas ha encadenado las siguientes acciones: alentar la violencia contra los ciclistas de la Vuelta a España; amenazar con la retirada de España del Festival de Eurovisión; afirmar que Israel está cometiendo un genocidio en Gaza y apoyar un plan de paz presentado por el presidente Trump que no dice nada de genocidio ni prevé juicio ni castigo alguno a quienes Sánchez acusa de genocidas; ponerle una escolta de la Armada a unos yates privados que tenían el propósito de incursionar en una zona de combate restringida y dejar de escoltarlos cuando traspasaron la línea.
Nada de lo que ha hecho el Gobierno sirve para acercar el final del conflicto, para mediar entre los beligerantes ni para poner fin al sufrimiento de la población civil. Las proclamas humanitarias son el envoltorio de una farsa que se aprovecha de la credulidad de una ciudadanía macerada por imágenes cuya veracidad resulta difícil o imposible de confirmar. Hay organizaciones palestinas que llevan décadas profesionalizadas en el terrorismo, en la propaganda y en la captación del "tonto útil" occidental -o inútil, porque ha bajado mucho el listón -, y esto ha tenido como consecuencia que no sea fiable lo que pasa, desde tantos canales, como información. Pero el Gobierno ha hecho una farsa de la tragedia por causas de política nacional y la ha querido culminar con la falsa epopeya de una flotilla denominada con un término popularizado por la OLP, Sumud.
No lo han puesto fácil los integrantes españoles, que han rebajado la supuesta acción solidaria a bufonada de charanga y pandereta. Pero tampoco es Sánchez el hombre sincero de donde crece la palma, y ha salido a apropiarse del lance flotillero con el sentimiento que tan mal finge. Dijo en Copenhague que estuvo sin pegar ojo preocupado por los zascandiles de los yates, que se sabía que iban a estar seguros, porque los iba a detener Israel y no algún grupo terrorista de los que les gustan. Pero que Sánchez confiese que no duerme bien o no come a la hora es, para él y sus asesores, la prueba que puede dar de que, antes que un estadista de fama mundial, es una persona humana. Lo normal en un jefe de Gobierno, que es que come mal - dicen que Macron sólo come nueces pecanas, pero es presidente de la República - y duerma peor, resulta que en Sánchez se vuelve prueba de especial humanidad y motivo de vanagloria.
Sólo algo más. En octubre de 1991, el Gobierno español logró que se eligiera Madrid como sede para una negociación inédita entre todas las partes implicadas en el conflicto árabe-israelí. Fue la primera vez que se sentaban a la misma mesa. Ocurrió con los socialistas en el Gobierno. Felipe González pudo retratarse junto a George H.W. Bush y Mijail Gorbachov, líderes de las dos grandes potencias que tutelaron el intento, y recibir a las delegaciones de Israel, Egipto, Siria, Líbano y Jordania, en la que estaban integrados los palestinos. Fue un gran momento para España y su Gobierno. De la estela de aquella época no queda nada. Hemos roto todos los puentes con Israel y prácticamente todos con los Estados Unidos. No hemos tenido ningún papel en el diseño del plan de paz para Gaza que está sobre la mesa ni lo tendremos en el desarrollo. Si conservábamos algún ascendiente, lo hemos perdido. La celebración en Madrid de una Conferencia de Paz como aquella es impensable por el destrozo causado por el electoralismo de Sánchez con la política exterior. Hoy España sólo puede aspirar a ser anfitriona de un Consejo de la Shura de Hamás. O, mejor, de una buena fiesta rave para la flotilla de los deseosos de ganar notoriedad.
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