La irrelevancia y el ridículo de Sánchez
Pedro Sánchez lleva desde hace meses presumiendo de su trabajo para la paz, pero a la hora de la verdad ni está ni se le espera.
Resulta difícil creer que Hamás vaya a aceptar de verdad el plan de paz de Trump para Gaza y a asumir su disolución, que es uno de los efectos claros que tendría este proceso. Pero aun así, es obvio que la propuesta apadrinada por el presidente americano ha marcado un cambio de escenario en la guerra que viene librándose desde el 7 de octubre de 2023 y se diría que por lo pronto puede tener, al menos, un efecto extraordinariamente positivo: la liberación de los rehenes que todavía están secuestrados por los terroristas.
En este contexto, mientras se estaba negociando este acuerdo y mientras se abría un posible camino hacia la paz, el Gobierno español ha estado apoyando a la flotilla propagandística de Hamás, con fuertes vínculos con la organización terrorista, por decirlo de una forma suave, y cuyo único propósito era servir a los propósitos políticos de los asesinos del 7 de octubre. En estos mismos días, el Ejecutivo que lidera Pedro Sánchez ha aprobado un embargo de armas que no tiene otro propósito que servir de cortina de humo a costa de hostigar a Israel.
Más aún: mientras los propios terroristas dicen al menos aceptar el acuerdo, al mismo tiempo que países tan radicales como Qatar, Arabia Saudí o la Turquía de Erdogán han apoyado el plan de Trump, miembros del Gobierno español lo han criticado, lo han calificado de colonialista y, en el colmo del ridículo, después han hablado de montar una conferencia de paz en Madrid, pero sin dejar de insistir en que hay que romper cualquier tipo de relación con Israel.
Pedro Sánchez lleva desde hace meses presumiendo de su trabajo para la paz, poniendo un foco desmedido en un conflicto cuya complejidad se ha negado a entender y presumiendo de ser uno de los líderes más influyentes del mundo sobre el tema. Para ello no ha dudado en torpedear irresponsablemente las relaciones de España con un país democrático, clave en muchos ámbitos y que, además, fue la víctima de la agresión que dio comienzo a esta guerra.
La realidad que algunos veníamos denunciando pero que ahora luce de forma palmaria es que Sánchez y su disparatado ministro de Exteriores no han tenido nada que ver en la posible solución pactada del conflicto, nadie les ha hecho caso y, como mucho, han sido una rémora para llegar a la paz, porque han puesto la presión política en el lado equivocado de la balanza: era a Hamás a quien había que obligar a aceptar un acuerdo y, sobre todo, a devolver a los rehenes.
Además, el penoso momento elegido para lo más contundente de esta campaña revela que ni el lamentable Albares –¡qué papelón el del ministro!– ni por supuesto Sánchez se han enterado de nada. Atrapados en la irrelevancia más absoluta y en su propio extremismo, no han visto venir la nueva situación y tampoco nadie les ha avisado, con lo que los acontecimientos les han dejado ya no en fuera de juego, sino literalmente fuera del campo de juego.
No sabemos si el acuerdo que ahora dice aceptar Hamás traerá la paz entre israelíes y palestinos, pero por lo pronto ya ha traído una dosis extraordinaria de ridículo y humillación para un Gobierno y un presidente que creen que las relaciones internacionales son un capítulo más de su juego político basuriento e inmoral y han descubierto que eran niños tratando de jugar a un juego reservado a los adultos.
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