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Carmelo Jordá

738 días en el infierno de Hamás

Es el momento de alegrarse por esos veinte hombres que han sobrevivido a un infierno de 738 días en manos de la peor gentuza del planeta.

El rehén israelí liberado, Ziv Berman, saluda desde la ventana de un helicóptero militar a su llegada al Hospital Sheba en Ramat Gan | EFE

Este miércoles Hamás ha cumplido su palabra por una vez –no nos hagamos demasiadas ilusiones de que vaya a ser siempre así– y ha liberado a los 20 rehenes israelíes que aún mantenía secuestrados. Es una excelente noticia, incluso aunque para ello Israel haya tenido que sacar de la cárcel a casi 2.000 terroristas que estaban en sus prisiones, 250 de ellos con condenas a cadena perpetua, es decir, que habíían cometido uno o varios asesinatos.

Los 20 rehenes israelíes vivos que quedaban en manos de Hamás ya son libres

Es el momento de alegrarse por estos veinte hombres que han sobrevivido a un infierno de 738 días en manos de la que es, con toda probabilidad, la peor gentuza del planeta. También es hora de exigir el retorno de los 28 cadáveres que todavía tiene en su poder Hamás para que así las familias puedan enterrar a sus muertos como manda la ley judía y, al menos, intentar que empiece a cerrarse la enorme herida que los terroristas abrieron el 7 de octubre, paliar un poco el inmenso dolor que esta tragedia les ha causado.

Pero aunque sintamos la alegría de ver que por fin la pesadilla ha terminado, no podemos dejar de recordar lo que han pasado estos y los otros rehenes, que fueron arrancados de sus propios hogares y llevados por la fuerza a Gaza, muchos heridos, algunos sabiendo que parte de su familia también había sido raptada; decenas de inocentes que han estado durante más de dos años en condiciones infrahumanas, en túneles sin luz, sometidos a violencia física y psicológica, sin asistencia médica, sin suficiente comida y, en el caso de muchas de las mujeres, abusadas, digan lo que digan Barbie Gaza y otros seres abyectos como ella.

Los que ya tenemos una cierta edad –y, sobre todo, la voluntad de no olvidar– recordamos la conmoción y el trauma que supusieron para España el secuestro de José Antonio Ortega Lara y su liberación 532 días después. Ahora imaginen esa conmoción multiplicada por 251 secuestrados y prolongada durante 200 jornadas más de las que el bueno de Ortega Lara pasó en su zulo. Eso es lo que ha sufrido Israel.

Ese es el dolor que ha querido infligir Hamás, después de haber cometido las barbaries del 7 de octubre, como si no hubiese sido suficiente con los asesinatos, las torturas y las violaciones que tantos sufrieron ese día. Y lo ha hecho por conveniencia política y estratégica, porque son terroristas en el sentido pleno de la palabra y sin el más mínimo ápice de humanidad.

Los 20 liberados de este lunes han pasado 738 días en el infierno, pero además Hamás le ha hecho pasar una guerra terrible a su propio pueblo. Una guerra que, como ahora se ha demostrado, podrían haber terminado 24 horas después del 7 de octubre: bastaba con devolver a los rehenes y rendirse. No lo hicieron, han preferido que los gazatíes se sacrificasen por decenas de miles –muchos menos de los que declaraba su propaganda, sin duda, pero aun así decenas de miles– para tratar de mantener su reino del terror, sin otro motivo ni otro horizonte que el odio a Israel, a los judíos y a todos los valores de eso que llamamos civilización.

Y mientras infligían todo ese dolor a los rehenes, a los israelíes y a los palestinos, Hamás ha encontrado en Europa y en España el apoyo de aquellos que dicen amar la paz, pero sólo odian: a los judíos, por supuesto, pero sobre todo a ese pueblo al que dicen defender pero al que, como la propia Hamás, sólo quieren de carne de cañón para sus titulares y sus campañas políticas.

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