La enorme estafa científica se tambalea: el cambio climático morirá de hambre
De poco sirven los razonamientos contra el fanatismo. ¿Cómo se puede discutir, y mucho menos razonar con legos y a la vez fanáticos?
No han servido los argumentos esgrimidos por los expertos que advertían de la falta de aplicación del método científico para tratar de cambiar el orden económico y social del planeta en aras de salvarlo de las catástrofes globales que nos "amenazaban" si continuaba el desarrollo industrial con su secuencia de emisiones de efecto invernadero.
Para nada se consideraban los efectos que la llamada descarbonización podrían tener para llevar a la ruina absoluta precisamente a los más pobres, a quienes no se permitía acceder al bienestar ya alcanzado por los más afortunados. ¡Menudo "progresismo"!
Durante la era del terror climático que amenazaba con anegar buena parte de los archipiélagos del Pacífico por supuestas subidas del nivel marino, con inusitadas catástrofes globales, con miedo irracional y nunca probado mediante la experimentación, se producía el triunfo del ídolo de silicio, el modelo de ordenador, el gran embaucador que se erigía en oráculo, interesado y voluble en función de los datos que se le suministraban.
El consenso científico que han venido aduciendo los que se han atrevido a erigirse en árbitros de la salud del planeta no es sino una enorme y dañina falacia.
Así es porque la opinión de los científicos que no están de acuerdo con los postulados del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), no ha podido expresarse en libertad al ser asfixiada por las presiones económicas y la falta de financiación y de medios para publicar sus disidencias. Resulta muy caro no estar de acuerdo con la "verdad incómoda" de Al Gore, que es realidad la cómoda mentira de quienes medran a la sombra de lo políticamente correcto, una ruina que se atreven a llamar progresista.
Los que nos hemos atrevido a discrepar de las supuestas verdades oficiales sobre el clima hemos venido siendo ridiculizados, insultados y despreciados por los "expertos" que nos llaman "negacionistas" o "terraplanistas". Si ante la triste aparición televisiva del Presidente Sánchez sobre un fondo de bosque quemado aseverando que "el cambio climático mata", le hubiéramos inquirido sobre el origen de las fuentes científicas en las que se basaba para tan categórica afirmación, habría aludido seguramente a expertos tan imaginarios como los que decía tener a su lado con ocasión de la reciente pandemia. Posiblemente no supimos entonces ser lo suficientemente decididos para decirle: ¿usted qué sabe de eso?
Pero no perdamos la esperanza de que la Ciencia triunfe, al menos a medio o largo plazo, sobre la superchería o los intereses económicos de los más poderosos que se atreven a llamarse "progresistas"; nuestra esperanza nace de las objeciones que se ha atrevido a hacer muy recientemente Bill Gates, uno de los hasta ahora financiadores de los cuentos de terror climático. Ahora resulta que "no es tan grave como decían", que "no hay que olvidarse de vacunar a los niños", en definitiva, que el cuento de las subvenciones multimillonarias para los creyentes en Al Gore y sus patrañas podría tener los días contados.
Muchos científicos al borde de la desmoralización podrán descolgar sus batas y mandarlas a la tintorería, porque volverán los tiempos de la investigación pura. Por supuesto que habrá que intensificar la búsqueda de fuentes energéticas del futuro que permitan disminuir la contaminación sin arruinar la economía.
Para España tal resurrección podría llegar tarde si el fanatismo del Gobierno consuma la demolición de las centrales nucleares. ¿Cómo será capaz de explicarlo en Europa Teresa Ribera, cuando no son estos los vientos que corren por el continente?
Si la financiación de la gigantesca mentira sembrada por Al Gore empieza a tambalearse, porque cada vez son más los avergonzados y menos los crédulos de la niña Greta que daba lecciones a los científicos sin ruborizarse, ni ella ni quienes la escuchaban, el mito del cambio climático y las medidas para evitarlo se desmoronará como un castillo de naipes marcados.
No estamos seguros de que para nosotros, los sufridos españoles al borde de la desnuclearización, azotados por Eolo y sus molinazos y abrasados por las granjas de placas solares, la regeneración científica llegue a tiempo de salvarnos.
Empezando por los especialmente sufridos extremeños.
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