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Anna Grau

Gol "palestino" en propia puerta

No me cansaré de decirlo: la causa palestina es políticamente un invento. Una reinvención interesada de lo que en realidad ocurrió en 1948, en la cruenta guerra entre judíos y árabes.

Los jugadores de Cataluña y de Palestina tras el partido | EFE

Hasta los projudíos como yo sentimos más compasión y preocupación por los "palestinos" que esta gente que organizó el partido de fútbol celebrado el martes pasado en el Estadio Lluís Companys de Barcelona entre la selección catalana de fútbol —no reconocida por la FIFA ni por el COI, apta solo para jugar partidos amistosos no oficiales— y la selección "palestina". Se pusieron entradas a la venta buenas, bonitas y baratas: 15 euritos la más cara. El objetivo era llegar a vender 48.000. De lo contrario, advertían organizadores y activistas en sus febriles grupos de whatsapp, "no nos dejarán abrir más de medio estadio". Se vendieron 30.018.

Eso, con toda la propaganda institucional dando la matraca: el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, acaba de elevar a 600.000 eurazos sus subvenciones del Ayuntamiento de Barcelona a la "causa palestina", mientras que Salvador Illa ha doblado las de la Generalitat: sabido es que nos sobra el dinero. Por cierto, no se crean que ni un euro de ese dinero público va a ningún "palestino" de verdad. Se lo quedan todo las ONG intermediarias que se forran con iniciativas como la flotilla maravilla o el mercado negro de la ayuda humanitaria. Hay toda una industria viviendo de estas cosas. La "solidaridad" es un buen negocio para quien tiene buenos contactos.

Por cierto, no se vayan ustedes a creer que escribo "palestinos" así, entre comillas, por falta de respeto hacia la gente que se hace llamar así. Todo lo contrario, como les decía al principio, probablemente yo les respeto más que quien hace ochenta años que dice que les defiende. Aunque con defensores así, no me extraña que les vaya como les va.

No me cansaré de decirlo: la causa palestina es políticamente un invento. Una reinvención interesada de lo que en realidad ocurrió en 1948, en la cruenta guerra entre judíos y árabes. Nadie hablaba de "palestinos" entonces. Nadie habría hablado después de no fallar miserablemente cinco ejércitos árabes en su objetivo de abortar el nacimiento del Estado de Israel y arramblar con toda la tierra que la ONU había dividido entre unos y otros. Es la supervivencia contra pronóstico de Israel la que obligó a cambiar a toda prisa el discurso. A inventarse un "pueblo palestino" cuya función no era existir ni prosperar. Era pudrirse de asco y de odio en ese rincón del infierno en que sus "hermanos árabes" convirtieron su propia derrota. Lo mejor para los "palestinos" habría sido que les admitieran en Jordania o en Egipto o les animaran a convivir en paz con Israel.

Por las mismas les digo que lo que políticamente no tenía ni pies ni cabeza, ha adquirido ochenta años después una dimensión humana que no se puede ignorar, y que asusta a los mismos creadores del monstruo. Esos miles y miles de refugiados eternos con los que nadie sabe qué hacer. Lo que necesitarían, paradójicamente, es un Ben-Gurion palestino. Alguien que para variar antepusiera los intereses de su gente a los del antisemitismo, la extrema izquierda y no digamos la yihad.

No es el caso, de momento. Podría llegar a serlo si no se tuerce el ambiguo plan de veinte puntos de Donald Trump, que, si lo leen despacio, no busca otra cosa que hacer retroceder el marcador a donde estábamos en 1948: a que los países árabes se involucren en la reconstrucción de lo que entonces intentaron destruir. Veremos si es posible. Hasta entonces, ojo con creerse todo lo que les digan los vividores de la "solidaridad". Si le sobran 15, 10 o incluso 5 euros, no se los gaste en ayudar a que los "palestinos" sigan marcándose goles en propia puerta. Cómprese un libro de Historia.

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