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Antonio Robles

Cs no nació para negarse

Cs no nació para vivir de la política, sino para servirla.

Cs no nació para vivir de la política, sino para servirla. Nació para neutralizar el chantaje del nacionalismo al Estado ejerciendo de bisagra. El objetivo era regenerar la política, no vivir de ella. Le movían ideales ilustrados, liberales y sociales fraguados contra el nacionalismo obligatorio fuera de los dogmas ideológicos de las dos Españas.

En un tiempo como éste, puede que suene a bisoñez, a pura inocencia o simple ignorancia de las reglas de la política. No les llevaré la contraria, pero si tal visión es la generalizada entre periodistas, políticos y mangantes, entre la gente común aún se espera que los políticos se comporten de forma honesta y diligente. Puede que la gente común espere que el mundo deba ser así por mera extensión de sus expectativas vitales, pero es que la ética y cualquier ideal nacen de lo que debe ser el mundo, no de lo que es. La diferencia entre el ser y el deber ser, entre la realidad y el ideal, dos mundos que no deberían estar escindidos sino coaligados para hacer más soportable la selva.

El día 4 de mayo se dilucidará el Gobierno de la Comunidad de Madrid. Cs parece que va derecho a su tercer suicidio electoral. Las posibilidades de que quede fuera son altísimas y, con Cs, miles de votos que podrían servir a una mujer que se ha convertido en el baluarte contra la izquierda más reaccionaria de los últimos tiempos.

Cs hace tiempo que se convirtió en uno más de los típicos partidos reducidos a gestionar el empleo de sus dirigentes. Y ahora, en su intento desesperado por salir a flote del último bandazo, puede acabar sirviendo a los males contra los que nació. Si eso es todo lo que puede ofrecer, sería preferible salvar lo que lo inspiró que empecinarse en el error. Porque Cs no nació para subsistir, sino para ser útil, para convertir ideales en bienes sociales tangibles. Su ser consistía en ayudar a neutralizar al nacionalismo, al populismo, al dogmatismo ideológico, al terrorismo, a la corrupción y a la exclusión lingüística. Exactamente lo que representa hoy el Gobierno de España, y contra el que Isabel Ayuso se enfrenta en el levantamiento del 4 de Mayo. No habría otra forma de servir mejor a Cs que retirarse si finalmente las encuestas le dejan fuera de la Asamblea de Madrid.

Escribía Unamuno en 1936 a su amigo Francisco de Cossío: "In interiore Hispaniae habitat hoy la envidia, el resentimiento, el odio a la inteligencia, la ferocidad sanguinaria. Y así entre los hunos y los hotros están ensangrentando, desangrando, arruinando, envenenando y –lo que acaso es peor– estupidizando a la patria". Era su penúltima carta antes de morir.

Viene a cuento esta cita porque estamos llegando a tal desprecio del pensamiento libre, y sustituyéndolo por emociones cada día más polarizadas y envenenadas, que el mero hecho de pedir el voto para Isabel Ayuso de un librepensador con larga tradición progresista como Fernando Savater levanta ampollas entre los nuevos inquisidores de la identidad y demás guardianes laicos de lo que se debe pensar y maldecir. Como si hubiéramos de ser fieles, a pesar de que nos pongan los cuernos con las mentiras más groseras y la desvergüenza más descarada. Puede que haya optado por distintas ofertas políticas a lo largo de su vida, ¡sólo faltaría!, es la garantía de su propia libertad para comportarse como un ciudadano libre de dogmas, cadenas, charlatanes y estafadores. Carlos Alsina definía esta atmósfera irrespirable que nos intoxica con precisión: "No está en juego la libertad. No está en juego la democracia. Lo que está en juego es la decencia".

No repitamos errores y tragedias, Cs no estuvo a la altura en abril de 2019 cuando Albert Rivera pudo haber evitado este Gobierno de nacionalistas, frentistas y de izquierdas reaccionarias ejerciendo de bisagra con el PSOE. Crimen histórico imperdonable que pagamos hoy millones de españoles.

El patriotismo de partido de Edmundo Bal no debería arriesgar un solo voto que pudiera impedir a Isabel Ayuso neutralizar en Madrid al Gobierno Frankenstein que Rivera permitió en España. O, en su defecto, sus votantes.

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