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Antonio Robles

Ni rojos ni azules, Albert Rivera

Rivera necesita votos del catalanismo moderado para llegar a ser presidente de España. Nada nuevo que no hayan hecho antes PSOE y PP.

El congreso Ni rojos ni azules de C’s, celebrado en Coslada los pasados 4 y 5 de febrero, ha sido la culminación de un larvado empeño de Albert Rivera por sustituir el legado cívico que hizo posible el nacimiento de C’s en 2006 por uno personal. Que nadie se engañe, hoy Ciudadanos sólo conserva la carcasa, el aura mediática de aquella voluntad largos años reivindicada para hacer de los excluidos del nacionalismo ciudadanos de primera.

Tres impulsos, entre todos, fueron los que generaron su necesidad: la oposición al nacionalismo para lograr una sociedad posnacionalista plenamente democrática; segundo, la recuperación de los derechos lingüísticos de todos, y tercero, acabar con la corrupción económica (dos años antes se había destapado el escándalo del 3%) y política (era preciso sustituir al PSC, devolver a las clases más desfavorecidas el control de sus votos y su dignidad cultural). De ahí el ideario compartido entre el socialismo democrático y el liberalismo progresista. Y todo ello llevado a cabo con determinación formal, hacer de cada uno de los ciudadanos un líder, consciente, capaz, sin amos ni pastores. Ya habíamos tenido bastante con la élite catalanista del PSC pastoreando a la población obrera castellanohablante, mayoritariamente inmigrante, ninguneada, alienada, convertida en rebaño y utilizada para la construcción nacional. Ahora queríamos una organización consecuente con el valor de ser ciudadanos, y con la capacidad de gestionar por nosotros mismos las propias ideas e intereses sin caudillos propios ni chantajes morales ajenos. Estábamos empeñados en luchar por los derechos civiles.

Cuando brotaron de la impotencia el grito y la rabia: ¡libertad!, ¡libertad!, ¡libertad!, o ¡toma tres, teve tres!, como respuesta a la tensión acumulada y arrastrada a lo largo de 25 años, la noche electoral del 2006, la determinación de los tres diputados arrancados a la supremacía del nacionalismo fue llevar ese espíritu al Parlamento. Y a fe que lo hicimos. Con coraje ilimitado y sin cálculos electorales. Era preciso hacer aflorar la discriminación lingüística, la exclusión nacionalista, la corrupción, y denunciar la pedagogía del odio contra España. La sugestión colectiva de una etnia incapaz de apreciar su propia intransigencia pronto tuvo que encajar intervenciones parlamentarias en la lengua que habían expulsado de las escuelas e instituciones y trataban como extranjera en los medios públicos de comunicación. Ya nunca más se atrevió nadie a dramatizar la salida del parlamento porque alguien se atreviera a hablar en español como ocurrió en 1996. En aquella ocasión, diputados de ERC y CiU salieron escandalizados porque el delfín de Vidal Quadras, Julio Ariza, se atrevió a improvisar su intervención en castellano. El escándalo fue mayúsculo (para más detalles, Hª de la Resistencia al nacionalismo en Cataluña, págs. 351, 352 y 353). C´s lo hacía a diario en español y catalán con libertad y criterio propio, con la convicción de quien no vendería nunca su alma al diablo. Y cuando digo al diablo, digo a las encuestas, a las previsiones del equipo de comunicación del partido, o a las expectativas electorales.

Se empezaba a visibilizar una España borrada, y la pluralidad de la sociedad catalana negada por la identidad supremacista del catalanismo. De ese Ciudadanos ya no queda casi nada. En su lugar, se ha erigido una pirámide inmensa. Hoy C’s es Albert Rivera.

Para llegar hasta aquí ha sido preciso manosear las palabras para hacerles decir cualquier cosa con tal de justificar la renuncia a la beligerancia lingüística y el cambio de ideario. Ahora la necesidad de justificar el nuevo rumbo llega hasta a denigrar los principios fundacionales reduciéndolos a historia y convirtiendo el giro hacia el centro en el futuro. La letanía debía venir envasada al vacío por el área de Comunicación, por lo bien aprendida y sincronizada que la tenían los responsables oficiales del partido. Inés Arrimadas, nueva portavoz nacional de C’s, lo repitió en cuantos medios tuvo oportunidad cada vez que le preguntaban por su empeño en confundirse con el paisaje catalanista: "[El ideario de Ciudadanos] no es para pensar de dónde venimos, sino a dónde vamos, que es el futuro". Ya tenían la palabrería de mercadillo para ocultar la vergonzosa renuncia a las ideas que justificaron el nacimiento de C’s. Y lo que es peor, en un momento en que son más necesarias que nunca.

El ejercicio de clarificación política de este congreso, sin embargo, era puro maquillaje. En realidad, la renuncia a combatir la exclusión lingüística y lo de liquidar la socialdemocracia del ideario ya se ejercía de facto desde hacía dos años, en el primer caso, y desde la crisis de Libertas, en el segundo. La salida del partido de miles de militantes en 2009, escandalizados ante ese pacto, marcó el devenir de su presidente. No en vano, cuando sus adversarios políticos y los medios comenzaron a catalogar a C’s de marca blanca del PP, o de Podemos de derechas, llovía sobre mojado. Después del Congreso de Coslada, la cuestión será dilucidar quién tenía razón, si Pablo Iglesias cuando dijo "Albert Rivera no es de derechas ni de izquierdas, si no de lo que convenga", o liberales como Juan Carlos Girauta, que ha sostenido y defendido desde que fue fichado por Rivera que el partido se tenía que definir para hacerse con el espacio de centroderecha ocupado por un PP desautorizado por la corrupción. Nada que objetarle, nunca engañó a nadie, es un liberal consecuente; y precisamente por ello fue fichado por Albert.

Otra cosa bien distinta es si ese cambio de camisa de la dirección es honesto y eficaz para salvaguardar los derechos culturales, lingüísticos, laborales y nacionales en Cataluña, frenar sus delirios separatistas y servir a la regeneración política de España. Hay quien, como Pedro J. Ramírez, pone su pluma a disposición de un proyecto personal que no es lo que parece, aunque lo argumente y justifique aún mejor que sus responsables. Por el apoyo explícito que ha hecho al giro personal de Rivera, bien vale contrastar las ideas vertidas en su carta "C’s entre héroes y urnas" con una respuesta desde Cataluña. Imprescindible darle réplica a una de las personas que más ayudó a C´s a lograr sus primeros 3 diputados de aquel Ciudadanos épico, que ahora quiere descafeinado en la creencia de que son preferibles las urnas (éxito electoral) a los héroes (los principios). Es una cuestión de pundonor y dignidad cognitiva. Lo haré en un próximo artículo.

Si bien el abandono de la socialdemocracia cierra definitivamente toda posibilidad de recuperar al electorado del PSC, utilizado como carne de cañón del nacionalismo mediante el edulcorante tramposo del catalanismo, es la renuncia a la beligerancia lingüística lo que hace de C’s un instrumento caduco, inservible, incluso tramposo para recuperar los derechos en Cataluña y regenerar España. Inés Arrimadas ha sido la voz amable de ese abandono desde su coronación con 25 diputados en las últimas elecciones autonómicas. Fue una apuesta personal de Albert. Como todo lo que es angular en C’s.

Desde entonces, no ha perdido ocasión para borrar de su vocabulario la palabra inmersión, olvidarse de la beligerancia lingüística en la escuela y tender puentes al catalanismo de baja intensidad. Sólo el ruido estridente del golpe de Estado institucional le ha permitido simular la dejación, con su oposición al delirio. ¡Qué menos! Amparada en ello simula el vaciado, pero no oculta el vacío: "No hay una oposición más firme contra el separatismo en Cataluña que nosotros".Y con ello se justifica, sin darse cuenta que eso debería venir de serie en cualquier partido constitucional.

No se ha enterado de nada. No se trata de oponerse al independentismo, que también, sino a sus fundamentos y consecuencias. Sus fundamentos están cimentados en el adoctrinamiento escolar, en la exclusión lingüística, en la impunidad del 3% que garantiza la nación asediada, y en el incumplimiento de la ley. ¿Para qué sirve sacar pecho contra el separatismo, si mientras llega sus efectos reales están excluyendo cada día a más de la mitad de ciudadanos de Cataluña y levantando muros laborales al resto de los españoles? Ese es el independentismo real, el de cada día, no su amenaza, que tan bien le viene para justificar su silencio ante la inmersión o sus guiños al catalanismo de baja intensidad.

Se suma al olvido de los principios de C’s, en su caso, la ignorancia sobre la naturaleza del nacionalismo. En su último artículo de El Mundo, "El espíritu del 92" muestra una y otra cosa. La crítica a los excesivos barracones, al precio de los libros de texto y la escasez de becas de comedor es todo lo que se le ocurre cuando aborda los problemas de la escuela catalana. Ni una palabra de la segregación lingüística ni el adoctrinamiento escolar. Nada contra la inmersión y el fracaso escolar de los más desfavorecidos. Después el estriptis cognitivo con su admiración hacia una Cataluña olímpica, idílica, productiva y capaz que le lleva a escribir:

Corría el año 1992. Yo tenía 11 años y vivía en Jerez de la Frontera, donde nací y crecí (…) Yo recuerdo muy bien la admiración que siempre sentí por la que hoy también es mi tierra. Me fascinaba su apertura al mundo, su marcado europeísmo, sus oportunidades, la innovación de sus empresas y su patrimonio histórico y cultural (…) Hace 25 años de aquello y reconozco que entonces era inimaginable que se pudiera llegar a la situación política actual en la que la Generalitat nos ha metido a todos los catalanes.

Son esos lugares comunes que todos tenemos de la Barcelona de los años sesenta, setenta tan bien relatados por Mario Vargas Llosa y por Gabriel G. Márquez en artículos heridos por la nostalgia de lo que el nacionalismo se llevó; o por Federico J. Losantos, quizás el más prolijo y exacto en su retrato de esa Barcelona cosmopolita, con su libro La ciudad que fue. Inés no había nacido. Para cuando lo hizo ya no existía lo que a sus 11 años le vendieron de lo que la ciudad fue. En 1992, Barcelona ya solo era una granja escolar de nacionalistas impulsada por la ingeniería social ladina del honorable presidente de la Generalidad, Jordi Pujol. Por esos años se filtraba a la prensa el Programa 2000 del honorable, donde se diseñaba con detalle minuciosamente totalitario la total nacionalización de las conciencias de los responsables de los medios de comunicación, de escuelas y hospitales, consejos de administración de bancos y empresas, clubs deportivos, colegios profesionales, organizaciones cívicas o cualquier otro ámbito de la vida social. O sea, la doctrina que ya estábamos sufriendo de construcción nacional (se decía entonces, hoy, procés). En esos años insospechados para Inés, las madres de Salou se organizaban en una asociación (Cadeca) en defensa de la educación en lengua materna para sus hijos. Como ahora, pero peor. Fueron satanizadas, acorraladas, excluidas socialmente y agredidas. A la vicepresidenta la secuestraron, la llevaron a un descampado en su propio coche, le dieron una paliza de espanto y le quemaron el vehículo. Y a todas le hicieron la vida imposible. Mientras, en la escuela horneaban niños para el procés, la verdadera fábrica de independentistas.

No quiero ser prolijo (ya te entregué un libro que lo es), mientras tanto, repara en la réplica que te hace este militante de C´s de tu misma edad, aunque con una vivencia muy diferente a tu idílica versión de Cataluña:

En 1992, cuando yo tenía doce años, en mi colegio nos explicaban la Guerra de Sucesión como si fuera de Secesión, me contaron la Guerra Civil como si hubiese sido una guerra contra Catalunya (por supuesto, no me explicaron que Lluís Companys fue un golpista ni que firmó sentencias de muerte), me hablaban de países imaginarios como los Països Catalans como si de verdad existieran y, tal y como ocurría en la novela 1984 de George Orwell, en los libros de la escuela nos cambiaban el pasado y nos hablaban de la Corona Catalano-Aragonesa, incluso un profesor me dijo que yo no era un buen catalán porque simpatizaba con el Real Madrid. A mi hermano menor, que vivió un catalanismo 2.0 de mayor intensidad, le dijeron que ya no se llamaba Javier y que, a partir de ahora, se llamaba Xavi y trataron de cambiar su identidad para catalanizar su pensamiento.

Donde no había una posición más firme que la de C´s contra el nacionalismo hasta que llegaste tú era en la lucha por los derechos civiles y la recuperación de la libertad lingüística. Pero ninguno de esos derechos se han conseguido aún: la inmersión sigue intacta, las sentencias de los tribunales que obligan al Gobierno de la Generalidad a dar al menos un 25% en lengua española no se cumplen ni se hacen cumplir, las multas por rotular en español siguen aumentando y la limpieza lingüística de callejeros, instituciones y empresas es una manera sutil de desprecio y extranjería; las instituciones controladas por la Generalidad son más intransigentes cada día contra los derechos lingüísticos, nacionales y laborales de la mayoría de ciudadanos de Cataluña, el adoctrinamiento escolar y la pedagogía del odio contra España se camufla en libros de texto y se legitima a través de la instrumentalización política de la lengua propia. ¿Cuándo y dónde se ha logrado eliminar la exclusión cultural y lingüística para renunciar de manera tan vergonzosa a los principios por los que nació ciudadanos? Es como si la lucha contra la desigualdad de la mujer se hubiera abandonado antes de lograrse la plena igualdad, en nombre del futuro.

Pero no nos equivoquemos, Inés Arrimadas no es la causa, sólo el fenómeno. Como no son causa sino fenómeno sus colaboradores más estrechos. No lo es su jefa de prensa, Clara Melo, a pesar de su enfermizo temor a la mirada del nacionalismo; tampoco lo es el portavoz del grupo parlamentario en Cataluña, Carlos Carrizosa. Ni siquiera es causa de ese giro el mayor responsable de la sustitución de la doctrina de C’s por la ficción mediática que más convenga en cada momento, el jefe de comunicación del partido, Fernando de Páramo. Él, como todos los demás, son el fenómeno, la causa es Albert Rivera. Y si están ocupando esos cargos es porque Rivera los ha elegido expresamente para ellos. No los exime de nada, fueron elegidos porque tenían ese perfil y a él se han adaptado. Quien crea que Inés es un verso suelto y culpable de la dejación lingüística en Cataluña, que repare por qué Albert la ha nombrado portavoz nacional de C´s. No parece una decisión para desautorizarla, a pesar de las críticas que ha recibido por traicionar los principios de C´s, más bien parece que quiere reafirmar su deriva y, de paso, controlar la sintonía total con las decisiones de la dirección nacional.

Rivera necesita votos del catalanismo moderado para llegar a ser presidente de España. Nada nuevo que no hayan hecho antes PSOE y PP. Y ese espacio no tolera que se cuestione el modelo de escola catalana, ni que se toque la lengua. Por eso estamos así.

¿Hay alguna esperanza? ¿Hay alguna esperanza para que la política cambie las cosas en lugar de cambiar las cosas para hacer política? 125 delegados al Consejo General, todos de la candidatura de Rivera, no dejan lugar a dudas. Las minorías han sido obviadas. ¿No es paradójico exigir un lugar a las minorías en los Estados de Derecho y laminarlas en un partido? ¿No es sospechoso despojar al actual Consejo General de C’s de la autoridad para destituir al presidente, contraviniendo los anteriores estatutos? ¿Se imaginan un Congreso de los Diputados que no pudiera plantear mociones de censura al presidente del Gobierno? Con ese nuevo ideario, la gestora del PSOE nunca hubiera podido destituir a Pedro Sánchez.

¿Hay esperanza? A juzgar por las declaraciones de Fernando de Páramo invitando a dejar el partido a todos los que no sintonicen con el nuevo ideario y sean cargos electos, no parece que mucha: "Lo que a veces no se entiende es que alguien no esté de acuerdo con unas ideas o unos planteamientos concretos, pero sí esté de acuerdo en seguir manteniendo un sueldo y una serie de privilegios". Cuando uno "no se siente identificado con el proyecto, lo más honrado sería dejar el acta". Rediez con el rapaz, acaba de llegar y cree que el mundo empezó con él. De todas maneras, aplicándole el cuento, si él no estaba de acuerdo con la socialdemocracia, ni con la recuperación de los derechos civiles, por qué fichó por C’s, aceptó un cargo y no renunció al sueldo. Creo que, ahora mismo, si alguien está legitimado para seguir en su cargo es aquel que no ha renunciado al ideario con el que se presentó a las elecciones. Otro caso será en las próximas, pero hoy por hoy, cualquiera que deje el partido tiene el derecho de conservar su acta con más legitimidad, que él conserve la suya después de haber cambiado el ideario con que se presentó a las últimas elecciones. ¿O lo que pretende decir Páramo es que los que no pasen por el aro, puerta?

Lo peor no es que el grupo que controla el partido de forma absoluta tenga la voluntad de sustituir a Convergencia en Cataluña, lo peor que le pudiera pasar a quienes necesitamos una fuerza política que se enfrente al nacionalismo por los derechos civiles es que los representantes más visibles de la lucha sin cuartel contra el racismo cultural del nacionalismo aún en C´s quieran consciente o inconscientemente desempeñar el papel engañoso que Manuela de Madre o José Montilla hicieron en el PSC, de símbolos de la inmigración castellanohablante para retener el voto obrero hispanoblante del cinturón industrial. Porque en el actual C´s no tendrán más papel que ese. Hoy, C´s es una agenda de colocación, y quien se mueve no sale en la foto. Con esas credenciales, cada tuit atrevido, cada acto de coraje vertido en un comentario de Facebook sin respaldo real de la dirección, serían meras salvas para mantener al redil amansado y al votante engañado.

Ni rojos ni azules. Esa es la metáfora del giro de C's a Cs. Creo que Albert ha desvirtuado por completo el toque de frescura, tolerancia y eficacia, cuando en los inicios de C´s quisimos romper con el cainismo cerril de unas izquierdas y unas derechas guerracivilistas, encarceladas en sus propios dogmas, incapaces de apreciar y reconocer valor alguno en el contrario. Tratar de conciliar posiciones, salvar lo mejor de cada ideología, reconocerse mutuamente con respeto y adaptar sus respuestas a la realidad de nuestro tiempo, para nada elimina las ideologías, ni las miradas, ni las vivencias. Todavía hay ricos y pobres, todavía hay millones de personas a las que les angustia no encontrar trabajo mientras otros viven en la abundancia. Mientras haya ricos, gente acomodada y pobres, sueldos miserables, gente marginada y mucho paro, habrá lecturas y respuestas diferentes. Y todo eso no se puede solventar con la última ocurrencia de comunicación servida en una frase vacía en labios de un experto en retórica.

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