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Cristina Losada

Dios salve al rey y nos libre de las primarias

Las luchas de poder intestinas son las que hacen caer a los líderes, y eso es así en todas partes, de Inglaterra a España y de Italia a China.

Las luchas de poder intestinas son las que hacen caer a los líderes, y eso es así en todas partes, de Inglaterra a España y de Italia a China.
Liz Truss | Gtres

Ahora que ya hay nuevo primer ministro británico en tiempo récord es obligado volver sobre la caída, en tiempo récord, de su predecesora. Más que nada porque sigue por ahí, circulando como verdad indiscutible, que a Liz Truss le dieron el hachazo los mercados con su reacción a aquel programa económico suyo. Resulta especialmente paradójico que los que se pasan la vida denunciando las malas artes de los mercados aplaudan a ese poder oculto por acabar con Truss y los tengan por árbitro irreprochable de los planes económicos de los políticos. No les parece raro, por lo visto, que los mercados hayan puesto de patitas en la calle a una partidaria devota o fanática, según se mire, del libre mercado. Ni siquiera habrán pensado en la contradicción, entretenidos como están con la idea de que Truss era una Feijóo rubia. Pero vamos a ahorrarles el trago de explicar por qué los mercados se cargan a una creyente en el mercado: a Truss se la han cargado los suyos.

Los enemigos, como dice la frase célebre, siempre son los compañeros de partido. La efímera primera ministra no fue en ningún momento la candidata favorita de los parlamentarios del partido Conservador y si salió fue gracias a ese invento norteamericano que hemos importado en algunos países de Europa. Fue la militancia la que la aupó frente a Rishi Sunak, que es quien acaba de ser designado, ya sin necesidad de recurrir al juego de la ruleta que supone dar la última palabra a los afiliados. La élite del partido ha corregido drásticamente la decisión de las benditas bases. El plan económico de Truss podía tener todos los defectos del mundo. No justificaba cómo podía bajar impuestos sin reducir el gasto. No lo había sometido a la autoridad fiscal que controla al Gobierno. La convulsión que provocó en los mercados fue tremenda. Pero otros han sobrevivido a peores terremotos y ella podía haberlo hecho también. Sólo necesitaba lo que no tenía: el respaldo de los que cortan el bacalao en el partido.

Las luchas de poder intestinas son las que hacen caer a los líderes, y eso es así en todas partes, de Inglaterra a España y de Italia a China. El caso de la primera ministra Truss no iba a ser la excepción. Cayó porque los suyos querían que cayera. La agitación de los mercados vino al pelo para quitar de en medio a la dirigente no deseada. Cuando los afiliados eligen al líder y los parlamentarios retienen el poder para echarlo, el conflicto está garantizado. Cambiar los mecanismos tradicionales de elección de líderes por procedimientos para que participen y decidan las bases tiene consecuencias imprevistas por los abanderados de la democracia interna. Hay primarias que son pura farsa, porque están manejadas por el aparato, y hay primarias genuinas de las que salen líderes farsantes. Del voto de los afiliados no surgen necesariamente mejores candidatos que de la componenda tradicional. En el Reino Unido tienen una ventaja sobre nosotros. Los parlamentarios, con la legitimidad que dan las urnas, las de verdad, pueden liquidar al mal candidato que eligieron las bases con la mejor intención y el peor de los criterios.

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